El programa entrevistó a dos vecinos que “cirujean” diariamente. Una mujer mayor, llamada Juana, contó que: “si usted tiene una criatura y no tiene para darle de comer ¿qué hace usted? acá no se gana nada, lo que se gana es una miseria; a veces, si trabajamos todo el día, sacamos seis o siete pesos. Ahora nomás cobré el plan y ya me quedé seca el mes pasado porque tuve que comprarles las cosas para la escuela y me faltan todavía cosas, útiles”.
La hija de la mujer contó que, el día anterior, llegaron del Campo del Abasto y la mesa del almuerzo estaba vacía, por lo que optó por acostarse a dormir resignada.
Juana confesó que: “Si las compro (útiles), no les doy de comer porque a la noche les cocino pero al mediodía no comen nada. Y a veces voy al campo del Abasto y encuentro un pedazo de pan, se los traigo y les doy pan duro, ¿para que voy a mentir?”.
Juana vive en una casa de madera, junto a su familia, compuesta por cuatro integrantes. Aseguró que ya perdió las esperanzas de poder conseguir un futuro mejor. “Tenía animales en el Campo, pero después me empezaron a robar y tuve que vender. Un día vinieron, me la robaron y la carnearon abajo del puente. Le habían sacado los dos cuartos y lo demás me habían dejado toda la carne”, aseguró ante las cámaras.
La hija de Juana contó que concurre al Abasto desde que abandonó la escuela, el año pasado. “No tengo otra, tengo que trabajar en el Abasto, nomás. Si vas a pdir un trabajo y le decís que sos del barrio El Silencio, nadie te quiere dar, todos te discriminan”. La misma situación se repite en las escuelas; excepto en una, la que se encuentra en el mismo barrio. Los alumnos de otras instituciones o sus mismos padres les gritan: “que sos ciruja, que vivís adentro de la mugre, que comés de la basura, que comés gusanos”.
Los vecinos extraen comida, vidrios, metales y adornos para decorar la casa. Juana mostró ante las cámaras las camas donde duermen, realizadas con madera extraída del basural.
Pereyra, un carpintero que vive enfrente de la casa de Juana, de 36 años de edad, relató ante las cámaras como su vida se fue marchitando dentro del basural, al punto que pensó en quitarse la vida con un cuchillo. “Yo vine con el sueño de poder ser alguien. Había trabajado en muchas partes, en los montes, aserraderos y sin embargo hubo un tiempo que los patronales se abusaban demasiado, te ‘negreaban’, te pagaban de a puchos, tenías que trabajar toda la quincena para poder sacar un pesito y llegaba el día de la quincena y te salía con la cuarta mitad o la mitad”.
Al principio, Pereyra sintió vergüenza de comenzar a revolver la basura. Pero la dejó atrás cuando vio que la faltaba la comida a sus hijos. “Con la edad que ya tengo, a veces me siento mal porque no pude aprovechar mi juventud. Pero la esperanza no está perdida y algún día puedo tener alguna oportunidad”. Sueña con volver a trabajar con la madera en sus manos.
También recordó que enviaba a sus hijos a estudiar carpintería y computación a la Parroquia San Francisco. “Quería que ellos sean mejor que yo. Pero después cerraron la computación porque un día entraron en la iglesia y robaron las computadoras; después entraron a robar las máquinas de carpintería”, dijo Pereyra.
Actualmente, sus hijos lo acompañan al basural. “Me sentí un poco con vergüenza porque teniendo el padre para llevarlos al basural, yo metido en la basura”, expresó. Recordó que el mismo sentimiento lo invadió cuando vecinos de clase media lo trataban de cirujas a sus hijos. “Esa es la impotencia más grande que sentía”.