Los policías que intervinieron en el caso Balbuena, reconocieron que estaban alcoholizados

Miguel Alberto Giménez era el oficial responsable de la comisaría 4ta. Estaban a cargo de él, Orlando Omar Barrios (quien oficiaba de chofer del móvil 300) ; José Darío Leiva (suboficial de investigaciones), Néstor Mario González y Cassatti. A este último todos lo sindican (en más o en menos) como un funcionario que “vivía durmiendo”.
Llamativamente, Cassatti es el que asegura (al igual que las víctimas) que a esa comisaría no ingresó ningún detenido esa noche. En rigor, el único que no quedó alineado al relato del resto y quizá, por lo mismo, lo mostraron como un vago dormilón.
Giménez como el resto de sus camaradas no ofrece mayores detalles sobre el momento de la detención (salvo que habían salido a detener a personas que habían robado una moto y habían roto la vidriera de un negocio). Según este oficial, la historia de golpes recién comienza en el interior de la comisaría y en el momento en que los detenidos (no registrados) se quieren escapar, ocasión en la que acude en auxilio del suboficial Leiva.
Según su relato, cuando junto a Leiva escuchan gritos en la celda, le pide que vaya a ver lo que pasa y concluye en que se estaban peleando entre ellos. Los dejan, pero como los gritos siguen, manda nuevamente a Leiva a resolver el problema y es allí cuando Leiva ve que uno de los detenidos (no registrados) estaba ensangrentado. Decide entonces abrir la puerta para lavarlo y, en ese momento, los otros dos presos empujan la puerta de la celda, voltean a Leiva, este grita y Giménez llega en su auxilio trenzándose con uno de ellos a golpes, del otro se encargó Leiva.
Es de destacar que en este relato como en el de Leiva, el preso ensangrentado no participa de la reyerta, al parecer porque no estaba en condiciones.
Aquí ya empiezan a reconocer que uno de los tres detenidos estaba “fuera de juego”. Podría tratarse de Víctor Balbuena a quien sus compañeros daban como muerto por la paliza y el submarino recibido.
Una vez que reducen a los presos (ellos dos solos pues Barrios solo escuchó “algunos gritos” y los otros 2 policías, Cassatti y González, “dormían”) y los introducen a la celda, lastimados, Giménez le sugiere a su compañero (Leiva), que estaba preocupado pues “por cumplir con nuestra función vamos a terminar acusados”. “me entró miedo” dijo, así que propuse sacarlos de ahí, llevarlos a algún descampado y dejarlos “para que se refresquen”. Tal expresión causó escozor en la camarista Patricia Pérez que en un momento le preguntó que quiso decir con eso que “se refresquen”. Es que, esa madrugada Concordia vivía una temperatura inferior a los 0º y los funcionarios estaban allí acusados, entre otras cosas, de haber arrojado a las víctimas a las frías aguas de un arroyo.
“Yo sabía que estaba por cometer una infracción a la ley, pero prefería eso a que nos denunciaran” dijo Giménez y prosiguió con el relato en el que contó que los sacaron de ahí. A dos los cargaron en el baúl y al otro en el asiento trasero.
Luego “lo despertó” a Cassatti para pedirle que se quede a cargo de la comisaría porque él se tenía que ir (partieron entonces, Barrios, él y Leiva) con “rumbo desconocido” pero que terminó en un alejado descampado a la vera del arroyo Ayuí. “Elegí un lugar alejado para que demoren en llegar a sus casas” dijeron pero cuando les preguntaron si sabían donde vivían las víctimas dijeron que no.
Llegados a ese lugar, relata que Barrios le da las llaves de la esposa a Leiva, que luego abre el baúl, que los presos “estaban fuera de sí”, a los gritos y patadas, que no se querían bajar y que gritaban que ellos los llevaban allí para matarlos y que él los alentó asegurándoles que “los vamos a dejar acá para que se refresquen y se vayan”.
El tema es que, apenas bajaron del baúl empezaron a las patadas contra el auto y “se me vinieron encima”, tuve que luchar contra los dos, dijo.
Lo llamativo del caso es que Barrios que debió ver que su compañero luchaba contra dos, prefirió, en vez de concurrir en su ayuda, correr el auto algunos metros más adelante para que no lo dañaran. Tal relato, además de no coincidir con el de las víctimas, resulta cuando menos dudoso para el razonamiento elemental.
Giménez concluyó en que los redujo a los dos con la ayuda de Leiva que supuestamente ya había “tirado” al otro preso a las aguas del arroyo y vino en su ayuda y contó que debió prácticamente arrastrar a uno de ellos para llevarlo hasta el arroyo y arrojarlo.
En otras palabras, si nos atuviéramos al relato policial, la feroz lucha se produjo entre 3 delincuentes y dos policías y, como en las películas de buenos y malos, los policías triunfaron. En verdad, nadie podría explicar cómo es posible que ante tanta oscuridad (todos coincidían en que no se veía nada a dos metros), y si los jóvenes hubiesen estado en buen estado físico (que es lo que se deduce del relato policial, gritaban y pelearon con el oficial, se le tiraron encima), cómo es posible que no hayan salido corriendo, como supuestamente ya lo habían intentado una vez en la comisaría.
Si quisiera creerse en la versión policial, ellos los llevaban allí para “dejarlos lejos y para que se refresquen un poco”, y los jóvenes temían que los mataran, así que hubiese resultado satisfactorio para todos si unos los dejaban ir y los otros se escapaban.
No ocurrió eso, obvio, por lo que, la versión policial suena más a cuentito de chicos.
Aparecen más creíble los testimonios de las víctimas que quedaron vivas y que cuentan coincidentemente que, al llegar al lugar, los tiraron al piso (escarchado por el frío), los desnudaron, los volvieron a golpear brutalmente y los arrojaron al agua helada del arroyo. En ese relato, Balbuena ni se movía, tampoco hablaba, por lo que Rodríguez (uno de los jóvenes víctimas que iba en el baúl con Balbuena) dice que creía que ya estaba muerto.
Giménez se negó (y el tribunal se lo permitió) responder preguntas de la querella, momento en el que se produjo un cruce de palabras entre Martín Jáuregui y el tribunal.
Aunque fue un poco más de película, el relato de Leiva no difirió demasiado del de su compañero de andanzas. Contó sí que en la feroz pelea que mantuvo con el alfeñique que, obviamente en su relato aparecía como un gigante, cayeron los dos al agua trenzados en lucha. Muy distante de lo que contó su víctima, quien dijo que lo levantó como una bolsa de papas y lo tiró al arroyo.
Leiva no supo contestar si la persona que llevaba a su lado cuando detuvieron a los 3 era la misma que también estuvo a su lado cuando los trasladaron al arroyo Ayuí, en su relato también quedaron en evidencia varias contradicciones con lo dicho por sus compañeros.
Según el relato de Gonzalez, este policía solo habría participado de la detención y del traslado de uno de los presos a la comisaría y que luego le pidió permiso a Giménez para acostarse pues estaba muy cansado y que, lo único que escuchó fueron algunos gritos que venían desde la celda en la que quedaron alojados los presos. Aseguró además que se levantó recién al otro día a las 8 de la mañana. Fue el único de todos que se declaró inocente de todos los cargos.
El chofer Barrios en tanto, dio la impresión que esa noche tenía los ojos y los oídos tapados. A pesar de que participó toda la noche de todo el proceso desde la detención hasta el cruel arrojo de los cuerpos al arroyo, no vio casi nada, tampoco preguntó y solo escuchó algunos gritos que venían de la celda.
Mañana relataremos el impactante testimonio de las víctimas.

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