Culturas del trabajo

“Vulgo”
Ciertas frases, lugares comunes se repiten todos los días en todos lados. Cualquiera puede caer en la mediocridad de repetirlas. Hay una que está entre las primeras del ranking, una de las mas odiosas e injustas: “La gente no quiere laburar”. Ese vago concepto de “gente vaga” hace referencia (obvio) a la masa desocupada, a la subocupada, a la que cobra un plan asistencial, a la gurisada que hace “güevo” en la vereda, al que agarra un laburo cada tanto. A veces también dentro de esa gente está el empleado re podrido y disconforme que se “expele” en los dos pesos con cincuenta que gana por hora y se queda a dormir toda la mañana acunado por la dulce melodía del repique de las gotas de lluvia sobre el tinglado.
Quizás la idea no sea del todo errada: pueda que haya mucha gente que no trabaja porque no consigue lo que busca, o no quiera en determinados lugares, o no quiera por determinadas pagas.
Pero “la gente no quiere trabajar” es una definición que, por lo general, va dirigida hacia las clases más empobrecidas. Sin embargo, cualquiera puede comprobar que esta situación atraviesa a todas las clases sociales y las razones van desde la falta de vocación, el desinterés y la abulia hasta la imposibilidad real de conseguir un empleo.
Por otro lado, ir a ‘laburar’ hoy en Concordia significa encontrar un empleo cuya remuneración es en promedio entre 400 y 600 pesos, arañando el nivel de la indigencia ($415), es decir la canasta que sólo permite alimentar muy mal a una familia de cuatro personas pero que no deja ningún resto para el pago de un alquiler, viáticos, ropa, educación, salud, esparcimiento. Para ser considerado pobre esa familia tipo deberá enviar a la esposa a trabajar, aunque tampoco quizás así alcanzaría los $876 que marca el umbral de dicho nivel.
¿A quién le puede gustar realmente trabajar en condiciones así? ¿Acaso no se podría contemplar y tolerar que exista una porción de gente que, a pesar de la necesidad, no está dispuesta a aceptar los trabajos que le ofrece el mercado laboral local porque se da cuenta que son humillantes y desventajosos?

– Quedate no más en casa a dormir nene- me dijo un almacenero que le dijo a su hijo- para trabajar gratis, mejor quedate en casa. Si te banqué 18 años te puedo bancar un tiempo más.

Hoy no se consigue trabajo genuino. Los trabajadores, en su mayoría no conocen sus derechos y obligaciones y, si los conocen, la desocupación funciona como el mejor disciplinante social imponiendo una “cultura del miedo”.
El 60% de los trabajadores concordienses tienen sueldos y jornales inferiores a los determinados para esquivar a la pobreza e indigencia. Los sindicatos casi no defienden a sus afiliados y mucho menos lo van a hacer con los desocupados o los trabajadores en negro, esos parias que no aportan.
El destino de los trabajadores activos está indisolublemente unido al conjunto de los trabajadores. La “vagancia forzada” de miles de desocupados es la condición del aumento de la superexplotación, el trabajo en negro, el aumento de la jornada laboral y el derrumbe del salario real.
Buena parte de la productividad de una empresa se logra sobre la base de la intensificación de los ritmos de trabajo y la precarización laboral. Es decir, el exceso de trabajo en unos es la fatalidad del desempleo en otros.

“Cansancio Social”
Su padre suele decir, un poco en broma, un poco en serio, que su hijo nació cansado. A veces le llama “1º de mayo”. Al muchacho nunca le molestó demasiado. Es más, hace oídos sordos desde algún escalón de la soberbia, como pensando: “Pobre, el viejo es de la gente que trabaja mucho.”
Es curioso, todo aquel que tiene un trabajo más o menos, se abraza a la idea de que nadie trabaja como él (o ella). Los que trabajan suelen pensar que su cansancio siempre es mayor al de sus colegas, ni hablar de compararse con aquellos que suelen darse baños de sol tomando mate en la vereda. Si el que más trabaja es uno, entonces, es lógico que sea uno el que ande más cansado.
Decía: el muchacho ignora las ironías del padre con cierto halo de soberbia , incluso desprecio.
Me explicaba que siente cierta tirria por esa faceta harto laboriosa de alguna gente. Para ser más preciso: ese extraño orgullo de trabajar como un burro, romperse el lomo, sacrificarse, posponerse.
Y valgan las paradojas: ese orgullo de muchos es a la vez causa de quejas sin consuelo, del malestar infatigable, del goce postergado, del estrés y el mal humor, de vivir con la esperanza de un descanso inalcanzable.
Desde la edad escolar se enseña que el trabajo es la base del progreso, que sólo trabajando se puede “llegar a ser algo en la vida”. Es el principio de la rectitud moral del hombre. Pero las ideas de trabajo, ahorro y esfuerzo ya no parecen tener el peso de antaño. Algo así como un inapreciable fenómeno de “cansancio social” se apoya sobre las espaldas de un estimable número de gente.
El muchacho que nació “cansado” es hijo de padres que toda la vida trabajaron infatigablemente para amontonar los ladrillos de una «casita», llegar al primer auto, las primeras vacaciones, tener el privilegio de buscar un tercer hijo. Él es indiferente a la riqueza, al ahorro, al porvenir. Con su magro, variable e intermitente presupuesto se conforma. La riqueza material es para los otros. En cambio, él tiene en su haber, con apenas treinta años, más ratos de descanso y ocio del que pudieron gozar los «viejos» en toda la vida. Su riqueza es el tiempo libre.

“Lo valioso de la pobreza”
La pobreza siempre fue funcional. Los ricos siempre precisaron de los pobres para que les hicieran los trabajos; pero ahora los pobres son muchos y parece que no saben qué hacer con todos ellos y se les nota demasiado. Entonces, la imaginación al poder: El capital económico los utiliza como elemento de presión para influenciar en las políticas económicas. Los usan los políticos como basura humana para arrojar a los terrenos baldíos en la puja por el poder y su conservación.
El pobre, el indigente, puede ser una mercancía valiosa. Estratégica.

“El trabajo más antiguo”
Dicen que la prostitución es el trabajo más antiguo, pero uno supone que desde los comienzos de la profesión debe de haber habido una madame o un proxeneta pululando alrededor de la laboriosa. Posiblemente el trabajo más antiguo sea la explotación del hombre por el hombre.

“El trabajo cultural de la política”
En estos últimos 20 años además de convencernos de que la democracia y la política no sirven para mucho más que para que unos se enriquezcan con el trabajo de otros, nos han convencido de que el que trabaja es un gil. Hoy, el modelo a seguir no suele ser aquel que ha trabajado toda la vida para tener lo que tiene sino el que la hace rápido, fácil y no lo agarran -o de últimas, si lo agarran, su delito es excarcelable o hay pruebas suficientemente insuficientes como para declarar la falta de mérito-. Ya casi nadie se jacta del abuelito que la hizo trabajando desde chico sino del tío ese que reventó una chequera dudosa, “durmió” a un par de giles e hizo la diferencia.

“Tiempo es dinero”
El trabajo impone deberes, obligaciones ineludibles y no queda mucho tiempo para las pequeñeces –La familia, el juego, el ocio, los amigos, el calor del hogar- Si trabajar es un privilegio, es lógico que para muchos el trabajo se haya vuelto un fin en sí mismo. Son los menos aquellos que trabajan para vivir la vida. El resto vive para trabajar y así sobrevive.
Muchos viven con los nervios de punta, mirando todo el tiempo el reloj, ese ancla de contar los segundos y que marca nuestra cuenta regresiva hacia la implosión. Hasta que te pasa como a mi amigo Andrés, de Villa Adela, que el estrés le bajó las defensas y un virus le paralizó la mitad de la cara. Y, entonces -parafraseando al admirado Jack Kerouac-, estuvo ante el “almuerzo desnudo”: ese instante helado que nos atraviesa cuando vemos lo que hay en la punta del tenedor. En el caso de Andrés, la conciencia de estar participando de una carrera de autómatas -que nos cobra precios muy altos- sin saber lo que se persigue.

«Jefes, jefas y jefecitos»
En este momento hay receptores de los planes sociales que realizan tareas en negro o simples changas, con lo que serían sin vueltas desocupados, pero para la estadística oficial figuran como ocupados.
Muchos de los que están inscriptos como ocupados carecen de empleo permanente, estable, bien remunerado.
Gran cantidad de analistas sostienen que la cultura de trabajo se pierde día a día un poco más a causa de que hay planes sociales sin contraprestación laboral.
El gobierno declaró hace bastante, por intermedio de su ministro Fernández, que los planes sociales para los desempleados “vinieron para quedarse por mucho tiempo”, reconociendo de alguna manera las enormes limitaciones para eliminar el desempleo, al menos, en el corto plazo.
Pero al ciudadano atareado le jode esas colas interminables de personas que quieren entrar al banco a cobrar sus planes “para no hacer nada”. En consecuencia, el gobernante se ve obligado a enviar a la legión de desempleados a “agarrar la pala” para realizar trabajos incompetentes como barrer el cordón cuneta, arrancar los yuyitos que crecen en la vereda o deambular por reparticiones públicas hasta que alguien les diga que tienen que hacer, cuando no les dicen que vean por su cuenta dónde pueden ir a hacer algún trabajo para justificar el cobro del plan.

«El trabajo como no lugar»
– Antes vos te recibías de perito mercantil y entrabas a trabajar al banco y te salvabas para toda la zafra- Me dice un desconocido amigable en una tertulia ocasional ocurrida en un negocio del barrio Pompeya.

Ya no hay trabajo para todos. Al menos ya no hay del trabajo para el que solíamos haber sido educados -o adiestrados-. Tampoco es una época muy conveniente para ser trabajador en relación de dependencia.

– Hoy es tiempo del trabajo intelectual. Eso de trabajar como burro no va más, pibe- sentencia mi tertulio descartable

Y a mí me aterra no saber para que nos educan ahora: ¿Para trabajar en el Ferrocarril? ¿Para entrar en MASISA? ¿Para conseguir un trabajo en el Banco? ¿Para pedir trabajos mal pagos? ¿Para inventarlos?
Mucha gente demanda trabajo. Quizás es tiempo de demandar los conocimientos necesarios para inventar el trabajo que nadie da.

“Responsabilidad Social Empresaria”
“La gente no quiere trabajar”, se quejan muchos de los que ofrecen trabajo. Lo dicen sin decir que ofrecen una paga muy menor a lo que cualquier trabajador pretende – y necesita para comer, dormir, vestirse, criar hijos, comerse un asado cada tanto-, burlando las leyes y aportes laborales. Lo dicen sin ponerse colorados.

“Las promesas no dichas”
Pasaron las internas del radicalismo, se vienen las del P.J. En unos meses se votan las generales. La campaña empezó hace un año y uno todavía no ha escuchado ninguna propuesta, ningún proyecto que entusiasme, que pueda cambiar de verdad las vidas de los entrerrianos: equilibrar los ingresos, promoción de fuentes de empleo, promover un estándar de vida creciente, el progreso de los hijos, un proyecto de provincia…
Los candidatos se definen y postulan aludiendo al “sentido común” del electorado: Urribari representa al bustismo, lo que el “sentido común” entiende como capacidad de gestión y orden en la provincia, más allá de algunos “desarreglos” horrorozos.
Urribarri –Busti- ofrece no defraudar ese “sentido común”. Solanas, por ahora, se define por lo que no es. Su táctica es ser distinto al “Pato Jorge Pedro”. El radicalismo tampoco propone mucho y se muestra más preocupado por remendar sus ropas y tratar de seguir pareciendo oposición. El resto pretende no quedar muy lejos de la “pole position”.
En las calles todo parece entenderse como una disputa sin gran relevancia. Los conciudadanos que ya se animan a “cantar su voto” se inclinan por unos u otros siguiendo sus simpatías y antipatías más que por adhesión y confianza en las propuestas, convicción en las ideas, admiración hacia la persona o, incluso, por intereses individuales. Como si todo se tratara de cambiar los actores para ver la misma novela.
Los políticos ya ni siquiera nos prometen mucho, ni siquiera nos mienten mucho (Lo que parece decir que también trabajan menos para convencernos). Y los que no nos metemos en nada seguimos siendo los convidados de piedra. Participar en política es mucho trabajo y, en esta ciudad, hay bastantes “vagos que no quieren trabajar” y otros tantos que ya tienen demasiado.

Cfodorisio@yahoo.com.ar.

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