Por Fosforito
Crimen y Castigo de Fedor Dostoievski es considerada una de las mayores obras de la literatura clásica rusa. En ella se narra la historia del joven estudiante Raskolnikov que decide asesinar a una usurera en una miserable e impiadosa San Petersburgo de la Rusia pre revolucionaria. Plagada de imágenes patéticas, violentas y terribles; el conflicto es el dilema ético, descripto mediante el complicado proceso mental del protagonista quien entiende que los hombres se dividen en ‘ordinarios’ y extraordinarios. Los primeros deben vivir en la obediencia y no tienen derecho a violar la ley, teniendo en cuenta que son hombres ordinarios; los segundos tienen derecho a cometer todos los crímenes y a prescindir de todas las leyes, porque son hombres extraordinarios. El hombre extraordinario tiene derecho, no oficialmente, sino por sí mismo, para autorizar a su conciencia a franquear ciertos obstáculos, en el caso de exigirlo así la concreción de su idea, que puede ser útil a todo el género humano.
Para el protagonista de Crimen y Castigo todos los conductores de la humanidad, todos sin excepción, han sido criminales, ya que al dar leyes nuevas violaron en consecuencia las antiguas, observadas con fidelidad por la sociedad y transmitidas por los antepasados, seguramente tampoco retrocedían ante el derramamiento de sangre si creían que éste podía serles útil.
El primer grupo – el de los hombres ordinarios- es siempre dueño del presente, el segundo –los extraordinarios-, del futuro. El primero conserva al mundo y multiplica los habitantes, el segundo mueve al mundo y lo conduce al objetivo.
Pero los hombres extraordinarios del mundo posmoderno – los hombres por encima de la ley, los que pueden decidir sobre la vida y la muerte de cientos- distan mucho de ser los hombres que han influido de manera decisiva en el mundo, ya sea con sus ideas, inventos, acciones o descubrimientos para la historia de la humanidad como señaló Dostoievski a través de su personaje Raskolnikov: Distan de ser Alejandro Magno, Julio César, Jesús, Mahoma, Gengis Kan, Washington, Napoleón, San Martín, Marie Curie, Lenin, Lennon, Ho Chi Minh o Fidel.
En el mundo actual los hombres extraordinarios son los hombres de las corporaciones y grupos económicos. Los parásitos del poder financiero mundial que esclavizan países. Los que espían naciones y comercian nuestra libertad usando los datos de nuestra privacidad. Los mercenarios de la información. Los expoliadores de los recursos naturales del planeta. Los perros de la guerra y el narcotráfico. Los que mueven los hilos detrás de bambalinas, o en los oscuros pasillos del poder.
Los hombres extraordinarios de hoy – los que se limpian el traste con el papel de las normas y la ley, los que tergiversan los límites entre el bien y el mal, los que suben o bajan el pulgar sobre la vida y la muerte – suelen tener perfil bajo, son conservadores, defienden el statu quo, la inequitativa división del mundo y la inmovilidad ascendente de sus sociedades. Su meta no es la humanidad sino la acumulación de riquezas.
El siempre vulgar y ordinario deseo del dinero. Nada romántico. Nada heroico. Sólo pinches negocios.
Los hombres extraordinarios de hoy: Unos simples avaros y narcisistas que juegan a ver quién es el más millonario mientras conducen al mundo a su propio colapso. Personajes que el atormentado Raskolnikov no hubiera imaginado ni en su peor fiebre delirante.