EL DIRECTOR
Vuelo Nocturno cuenta una historia de amor imposible (inspiradora, edípica) ambientada en la década de 1930 entre Antoine de Saint-Exupèry y una francesita litoraleña que vivía en una suerte de castillo de hadas. Pero también es un homenaje a un mito fantástico que forjó la historia de la ciudad en la que crecí.
En Concordia, Entre Ríos, la historia del palacio San Carlos tiene ribetes fantasmagóricos. Nunca se supo demasiado sobre el paradero de su primer dueño -el francés Edouard Demachy, quién construyó el castillo en 1888 y luego desapareció dejando la casa intacta-, ni tampoco sobre los pormenores de la accidentada visita de Saint-Exupéry a mediados de 1930, cuando era director de la Aeroposta Argentina (antecedente inmediato de Aerolíneas Argentinas) y se vinculó con las hijas de la familia francesa Fuchs Valón, que alquilaba el palacio.
Eran dos jóvenes de 10 y 15 años, que Saintex describiría a su vuelta a Francia en un artículo publicado a fines de 1932 como las "Princesses d´ Argentine". Ese artículo, antesala del capítulo "Oasis" de su libro Tierra de Hombres, y sobre todo la narración que hace de ellas años después en una serie de grabaciones que le envió a su amigo Jean Renoir, nos hacen suponer que el germen de lo que después sería su obra cumbre "El Principito", está allí, en esa historia.
Y esa es la hipótesis que sostenemos en la película. O, al menos, la premisa, el dispositivo, la excusa que nos permite deambular en la trama. Una trama que se sostiene cómo excusa para abordar las formas que adquiere la ficción y el cruce de ésta con la experiencia sublimada.