Venezuela y los bordes del periodismo ciudadano

El viejo anhelo del “periodismo ciudadano” encontró en las herramientas digitales su avatar definitivo. Al punto de convertirlos casi en seudónimos. La larga historia de la comunicación alternativa (televisión, radios y periódicos comunitarios) se evapora ante la potencia de las redes sociales. Twitter masificó esa voluntad de disidencia, puso a un click de distancia la utopía de vivir sin mediadores. Periodista e información ubicados en un mismo plano. Nos volvimos “la gente” que envía su noticia al medio que después nos la va a difundir; somos parte de la producción de la información que llegará, más tarde, validada por la inmediatez y la cercanía. “La gente” como nueva fuente periodística. Twitter al igual que internet es una comunidad de individuos, y como internet proyecta también ese sueño de una red descentralizada de contenidos interdependientes. En tiempos donde se confunde tecnología, patente y capital accionario (el servicio Twitter no es lo mismo que Twitter, Inc., y así), los bordes de las mediaciones, los intereses y el poder se difuminan. Si la comunicación comunitaria era una aspiración a romper el cerco de la industria mediática y de gobiernos, por lo general, asociados a ella, en tiempos de grietas entre los Estados y los medios, este periodismo ciudadano parece la oportunidad definitiva de vivir fuera de cualquier cerco. Es parte de las características que ofrece. La “Revolución” y la “libertad” son hoy servicios.

Venezuela vive por estos días el caldo de la tensión política. Marchas en contra del gobierno de Nicolás Maduro (encarnadas mayormente por estudiantes) conviven con manifestaciones en favor de la continuidad institucional del proyecto chavista. Las noticias que llegan de Caracas son dolorosas (enfrentamientos, muertes en uno y otro lado, y mucha inquietud política) pero también confusas. Casi como un efluvio de la experiencia árabe, apareció Twitter -pero también Pastebin y otras aplicaciones- como la herramienta más utilizada por los manifestantes. Es a través de allí como se comunican e informan.

La fuerte penetración de Twitter en Venezuela, su historial en otros conflictos sociales en el mundo y el ruido blanco de los medios tradicionales, ayudaron a validarlo como el canal más “confiable”. La tardía o nula difusión de noticias y la fantasía de una “primavera caribeña” conspiraron en esta consagración instantánea. Para sumar argumentos, la empresa denunció un bloqueo temporal a su servidor de imágenes, dejando oler la mecha húmeda de la ciberguerra. Los medios de comunicación y la ciudadanía, tanto dentro como fuera de Venezuela, no lo dudaron y fueron a buscar la noticia ahí: retuitearon fotos y replicaron información, casi siempre, sin pensarlo dos veces. Circularon imágenes conmovedoras; algunas trágicas y dolorosas. Ignoraban, muchos de los que viralizaron la indignación, que varias de ellas eran falsas. Es cierto que la velocidad del conflicto apremia y hace todo más urgente y dramático. Pero la condición de posibilidad de las redes sociales también suele sostenerse sobre eso: una fe ciega, un motor psico que propala contenidos por default. En un mundo sin mediadores, nuestra opinión ya no se contrasta con nada.

Internet golpea y cura. Fue la misma red la que ofreció las herramientas para develar el engaño. Que estudiantes chilenos o manifestantes ucranianos habían sido pasados por venezolanos en el fragor de la batalla. Que imágenes como la de un hombre sodomizado por policías, difundida ingenuamente por la actriz Amanda Gutiérrez en su cuenta de Twitter, y que resultó ser una puesta en escena bondage extraída de una página para adultos, habían replicado en cuentas y medios dando forma falsa a la información que llegaba de Caracas. Esa fe ciega había sido aprovechada. La reciente aparición de la app “Foto Ahora”, que permite firmar con fecha, hora y lugar las fotos, habla de esa dinámica con la que el mundo digital puede aprender a corregir esos mismos errores que reproduce del mundo analógico. Como suele ocurrir en internet, la historia se repite primero como tragedia y luego como meme: no tardaron en aparecer imágenes del manifestante chino frente al tanque en la plaza de Tiananmen de 1989 o escenas de Star Wars con la leyenda “Venezuela Hoy” como una forma de parodiar lo ocurrido. Una vez más, lo “real” no escapó a la realidad de la manipulación. Imágenes verdaderas, como la de la modelo Génesis Carmona llevada en moto al hospital tras recibir un balazo en la cabeza, acabó flotando en el mismo magma por el que circularon fotos falsas con el fin de caldear una situación ya de por sí caliente.

Venezuela vive una disputa política grave. Es un país que sufrió un golpe de Estado en 2002. Twitter no es lo que ocurre. Pero lo que sí permite ver todo esto es que también ahí hay un campo de batalla político. Que la instantaneidad tampoco queda exenta de las manipulaciones y las tensiones, aunque se presente como su superación. Y también otra cuestión igual de obvia: que esto no se resuelve yendo hacia atrás, retrotrayendo la política, la difusión y el consumo de información a la situación previa a la irrupción de la vulgarmente llamada era 2.0. Hay una nueva dinámica y eso no implica la desaparición del velo de intereses, deseos y recursos desiguales que caracteriza a los medios de comunicación tradicionales. Si se los deja, los “nuevos” medios no van a tardar en volverse viejos.

Entradas relacionadas