viernes 17 de octubre de 2025

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“Vacunados”, el descargo del periodista Horacio Vertbisky

Habrá quienes duden, porque a lo largo de tantos años se fue estructurando un estereotipo sobre mí que excluye actos ingenuos o simplemente estúpidos. Se presume que siempre actúo en forma racional y se buscan motivaciones ocultas, que en este caso han llegado a extremos delirantes, como que fue un regalo de cumpleaños a Cristina, para que el gobierno se desembarazara de Ginés.

Entiendo el pedido de renuncia que le formuló Alberto, deploro su salida del gobierno y recomiendo leer su carta de despedida. Allí, además de trazar un balance de su gestión, luego del desastre de los cuatro años del neoliberalismo, el ex ministro dice que las personas vacunadas en el Ministerio “pertenecen a los grupos incluidos dentro de la población objetivo de la campaña vigente”. Es lo mismo que me dijo cuando, alarmado ante el noveno contagio en mi familia, que abarcó desde septuagenarios hasta bebés de un año, y con una víctima fatal luego de semanas de sufrimiento, lo consulté sobre si me correspondía. Me dijo que sí y que debía hacerlo en el Hospital Posadas, uno de los tres nacionales, que depende del Ministerio. Días después obtuve el turno.

Pero horas antes, desde la secretaría privada del ministro me indicaron que un equipo ambulante del hospital lo haría en el propio Ministerio. No debí haberlo consentido.

Amigos bien intencionados me sugieren respuestas polémicas sobre los privilegiados que denuncian privilegios, la pésima gestión de la Ciudad Autónoma frente a la pandemia y la vacunación, donde no hay un cronograma y se abren las escuelas sin las condiciones mínimas. También me envían memes simpáticos y frases certeras de Arturo Jauretche.

Todo eso es cierto y mi ex, que tiene más de 70 y es médica, nunca consiguió registrarse ni en los teléfonos ni en la web de la CABA.

Pero nada de eso me justifica. Por el contrario, debilita mi reclamo de un trato igualitario y de cuidado especial a los más vulnerables. Lo más decente que se me ocurre es reconocerlo y pedir perdón.

El único consuelo es constatar cuánta gente digna y pura nos rodea y no nos habíamos dado cuenta.

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