La Asociación Para la Protección del Menor Abandonado (APPIMA) es una ONG fundada hace más de veinte años, en el ‘83, a partir de la preocupación y la necesidad de hacer algo por parte de ex estudiantes del colegio Capuchinos, profesionales y docentes, respecto de la problemática de niños en situación de abandono, mayores de 12 años. En ese entonces no había un espacio de contención para quienes se encontraban dentro de dicha problemática y estaban en las edades de la preadolescencia y adolescencia.
Con el paso del tiempo la descomposición social tiño de otros conflictos y agudizó la problemática de los jóvenes que llegaban a una Asociación cuyos recursos humanos y materiales se vieron desbordados. Esto, sumado el alejamiento de algunos integrantes, socios y la falta de una respuesta adecuada para enfrentar el nuevo escenario social que aparecía en esa franja etaria, hizo que la asociación se replanteara su función dentro del nuevo marco, teniendo en cuenta sus posibilidades y le diera un golpe de timón a su proyecto inicial.
Santiago Bouche es el actual director de la Asociación: “Ahora la situación ha cambiado y la modalidad de trabajo de la Asociación también. El Estado ha destinado varios establecimientos en la ciudad a cubrir la problemática que nos ocupó durante cierto tiempo (Casa de la Paz, Hogar de los Gurises, Juan XXIII). Ahora no hay chicos internados y funcionamos como un centro de contención y prevención de menores que pertenecen a un sector sensible de la sociedad. La institución funciona a contra turno de la escuela y a ella asisten chicos que están escolarizados. Somos seis los que trabajamos ahí: Un director, cuatro personas que cumplen la función de educadores y una portera.”
Desde 1993, la casa de APPIMA tiene sede en Boulevard Chacabuco 35 (Oeste). Al lugar concurren 68 chicos, divididos en dos turnos (Mañana y tarde), a los que se les brinda un lugar dónde pueden encontrar contención adulta, un servicio que va desde el apoyo escolar, la higiene, la enseñanza de manualidades y trabajos artesanales, el esparcimiento y la recreación.
Hoy, La mayoría de los menores que concurren al centro tienen entre siete y doce años, son de la zona sur (de los barrios tiro federal, Gruta de Lourdes y Carretera la Cruz) y provienen de familias muy pobres.
“Lo que tratamos de brindarle a los chicos en un lugar dónde se los va a ayudar en la escuela y van a tener un seguimiento de sus estudios. Tratamos de atender a cada chico tomando en cuenta su singularidad, el tipo de familia que tienen y las experiencias que ellos traen de afuera. Cada niño es una historia diferente.”, explica Santiago Bouche
La casa de APPIMA es un lugar que aparenta ser cálido y confortable. Es una casa antigua, pero reacondicionada, que disimula bastante las marcas de algunas inundaciones pasadas. Haber conseguido un lugar propio dónde funcionar es uno de los logros de la institución. Desde su creación, APPIMA, pasó por cinco casas antes de llegar a la que ocupa en la actualidad.
La sede propia lleva el nombre de Guillermo Alpuy en recuerdo de dos señoras que trabajaban en la parte social del hospital y prestaron la primera casa dónde funcionó el centro: “Ellas habían adoptado un chico discapacitado que fue abandonado en el hospital y que ellas llamaron Guillermo Alpuy, que falleció a los pocos años. Después funcionamos en la comisión vecinal del Barrio Maria Goretti, luego en una casa prestada hasta que una inundación nos expulsó. Fuimos a otra casa que nos cedieron hasta que finalmente pudimos comprar la que tenemos en la actualidad, cuyo anterior dueño, conociendo el trabajo que veníamos realizando en e barrio, nos la dejó en un muy buen precio”, recuerda Santiago.
La casa cuenta con dos aulas, una cocina, una habitación más amplia que cumple funciones varias, desde comedor a taller de trabajo, y un baño dónde lo primero que llama la atención son decenas de cepillos de dientes dispuestos en una estantería hecha a medida. Colgando desde los techos de las aulas o dispuestos en estantes hay títeres, cuadros, globos aerostáticos en miniatura, adornos entre otros montones de trabajos realizados por los menores que concurren a la institución.
Los chicos trabajan en grupos de seis repartidos en cinco mesas, cada grupo con su educador. Algunos realizan manualidades como coser muñecos que rellenan con jirones de joggins que les cede una modista de la zona. Otros pintan figuras de yeso, unos pocos rezagados intentan finalizar la tarea de la escuela con la ayuda de una educadora. Los que ya terminaron con todas las actividades juegan en el patio. Antes de volver a casa viene la merienda para reponer energías.
Rodrigo me cuenta que anda bien en la escuela. Hace poco le entregaron la libreta y tiene “puro siete y ocho”. Federico asegura que no se aburre nunca en este lugar. Me cuenta que aprendió a remendar sus pantalones y sabe coser los botones de su ropa, pero “lo más lindo es ir a pasear”, afirma.
Una de las condiciones para que los chicos reciban el apoyo de la asociación es que concurran a la escuela: “Es una forma de presionar a los padres o a los responsables del niño. No todos los mayores son concientes de la importancia del estudio y el acompañamiento del niño. Algunos sólo lo mandan para que coman algo o para que estén en algún lugar.”
Una manera de negociación: si lo padres no lo hacen por convicción lo harán por conveniencia. Pero más allá del móvil, el niño va a la escuela, encuentra apoyo, se limpia, come un poco más y se educa, no sólo en lengua y matemática, sino también en valores que le sirvan para encontrar sentido en sus vidas y no caer en la angustia, la desorientación, el escepticismo y las dudas sobre la propia valía.
“Tratamos que los chicos tengan una mesa para hacer la tareas. Muchos de ellos no tiene un lugar, una iluminación o un ámbito adecuado en sus casas para sentarse a estudiar o los padres no los pueden ayudar por que trabajan todo el día, por que no saben cómo, no pueden o no quieren. Aquí se intenta entusiasmar al chico en sus estudios, capacitarlo para que siga el EGB3. También se les brinda una merienda reforzada y la posibilidad de un baño calentito, con champú, jabón, toallas. Cada uno tiene un cepillo de dientes para limpiarse después de comer. La intención es que adquieran también esos hábitos de higiene personal. Ayudar al chico a que valore y cuide por igual su cuerpo, su intelecto y su espíritu.”
El hambre condena al niño pobre a un limitado desarrollo de la inteligencia. El hambre debilita la capacidad racional y por lo tanto no se educa. El servicio de APPIMA incluye darles a los chicos comidas complementarias como la merienda y el desayuno para ayudarlos a ingerir las proteínas necesarias para un adecuado desarrollo físico e intelectual.
“Para la financiación del proyecto, El Concejo del Menor nos envía razonamiento para cuarenta y cinco chicos y subsidios para los sueldos. El resto lo solventamos con el aporte de los socios y con algunas artesanías que vendemos en las ferias que participamos. La asociación, en un principio, tenía una gran cantidad de socios que aportaba una cuota mínima de un peso. Ahora son dos pesos, pero tenemos algo más de sesenta socios. Por momentos también hemos tenido el apoyo voluntario de padres y vecinos, como cuando compramos la casa que tenemos ahora que había estado inundada y vinieron para ayudar a acondicionarla, arreglar los baños y cambiar los pisos. Ahora no estamos haciendo funcionar el horno de cerámica eléctrico ni el calefón porque se termino un convenio con la Cooperativa Eléctrica y se hace difícil pagar la boleta de luz”, cuenta Santiago.
Hace veinte años, cuando llegaron al barrio, Santiago y su mujer trabajaban ayudando a las familias afectadas por las inundaciones. Santiago recuerda que por aquel entonces el aspecto social y la solidaridad estaban muy presentes.
“Ya no es lo mismo. Antes la gente tenía más en cuenta este trabajo. Hoy hay menos preocupación por parte de la familia de los chicos y de la sociedad en general. Yo, además del barrio, trabajo en un profesorado y las actitudes se repiten: los padres no se acercan hasta que aparece un problema. A los gurises se los está abandonando y eso tiene mucho que ver con los robos, la violencia y un montón de cosa que afectan a la sociedad en general. Antes vos tenías un problema y dialogabas con los padres y ellos colaboraban. Hoy es más difícil, te puede aparecer un padre violento que te quiere golpear o viene otro con un abogado y te mete una carta documento. Se fue para ese lado la cosa”, lamenta Santiago
¿En cuánto puede cambiar la realidad una pequeña organización solitaria, casi aislada y soterrada? Muy poco o nada.
Santiago reconoce que son pocos los chicos que zafan del destino aciago. Casi todos siguen el camino ya señalado por sus padres, hermanos o por el contexto social donde viven.
“Todo tiene que ver con eso que se llama sensibilidad social, con el compromiso y la solidaridad. Uno no lo hace por la plata porque uno no está bien pago por el laburo que hace. Pero uno se emociona cuando ve que los chicos avanzan, que logran cosas, que terminan la escuela, que aprenden a trabajar con sus manos. Con que uno sólo zafe vale la pena todo el esfuerzo.” Concluye Santiago.
La infancia es el tiempo de la iniciación. Todo lo que sucede en la infancia sucede por primera vez y nos deja marcas para toda la vida. La vivencia -la existencia- durante ese período puede marcarnos el destino. La pobreza tiene dos marcas que la definen: la falta de comida y la falta de educación. La pobreza destina al niño -por hambre, por neuronas débiles y dañadas, por analfabetismo- a seguir en la pobreza y a la falta de libertad, cercenándole posibilidades de un futuro con proyección.
El trabajo de Santiago y sus compañeros tiene que ver con tratar de corregir lo que parece escrito. Si bien la solución a un orden socio económico agotado que expulsa y perpetúa a millones de personas a condiciones de extrema pobreza y analfabetismo no dependen sólo de organizaciones de la sociedad civil con mayor o menor fuerza de acción sino, como me señalara en privado un colega, de “recuperar para los intereses mas generales de la gente esa herramienta que expresa -guste o no- el mas alto grado de organización colectiva alcanzado por la humanidad y que se llama: Partido Político”; la propuesta de la institución es un grano de arena que no hace la arena… pero tiene todo, todo, para que la arena sea arena