Una idea potente, de compleja verificación, recorre la lógica del poder democrático: los ciudadanos se interesan por la res pública, y no sólo le prestan la debida atención, sino que siguen los avatares de los diferendos políticos. Para Abraham Lincoln, la democracia no podía ser otra cosa que “el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”. El protagonismo popular era y sigue siendo la presuposición de ese dinámico horizonte político.
Desde la otra atalaya, Giovanni Sartori sostiene que el poder en los gobiernos bajo control parlamentario se reduce a decidir “quién decide”, y no “qué se decide”. Como el mecanismo democrático se resume eligiendo quién, queda por elucidar cómo se resuelve la cuestión sustantiva. Hay algo que ya sabemos, no se trata de ninguna cuestión democrática. Por eso, cuando se miran fotos de los comensales de distintas épocas a comidas de la Casa Blanca, se verifica que sólo cambia el presidente, ya que la mayor parte de los demás convidados se repite hasta el hartazgo. Entonces, la cosa oscila entre el protagonismo popular y la sustitución funcional conservadora. Entre ambos polos se desenvuelve la realidad efectiva de la lucha política. Y eso es así en buena parte del mundo globalizado, ya que en China por cierto pasa otra cosa, que no forma parte de este sistema clasificatorio.
Volvamos al comienzo. Los ciudadanos de a pie sólo en momentos excepcionales de situaciones excepcionales siguen atentamente la cadena de los acontecimientos. En cambio, en períodos normales la compacta mayoría sigue su propio camino, sin prestar particular atención a la res publica; más aun, vive como un incordio tener que ocuparse de saber si las cosas son de un modo o de otro, y prefiere la dulce pasividad de la confortable ignorancia a la incómoda necesidad de documentar su propia opinión sobre los problemas en disputa.
Tanto que Vladimir Ilich Lenin no vaciló en caracterizar de momentos revolucionarios, de la lucha política, aquellos en que el ingreso masivo de nuevos actores sociales al enfrentamiento permite considerar soluciones no habituales y ejecutarlas. No lo dijo así, por cierto, pero esa sigue siendo la idea.
En la política argentina posterior a 2001 es posible verificar una tendencia que va de la pasividad al protagonismo, de la política como único camino para sobrevivir (los piqueteros), a la política como continuación de los negocios por otros medios. Entonces, en los primeros años del gobierno de Néstor Kirchner se podían ver largas colas ante el Ministerio de Trabajo, hasta que las colas se redujeron; y en los primeros meses del gobierno de Cristina Fernández aparecieron los nuevos cortes de ruta, cortes destinados a evitar la aplicación de la Resolución 125 (retenciones a las exportaciones de soja) acompañados por el golpeteo de cacerolas de gente sin tierra, pero con idéntica perspectiva.
En el primer caso, la mayoría miraba a los piqueteros no como a víctimas, sino como a vagos y mal entretenidos que intentaban vivir a costillas del erario público, como una amenaza potencial que debía ser neutralizada con mano dura y tolerancia cero. Era el horizonte country. En el segundo, un conjunto de disvalores compartidos desde el menemismo (no existe ningún interés superior al propio, y todo el que impida la maximización de mis beneficios personales es un ladrón) impulsó una movilización que logró su objetivo. La 125 fue derogada por el Congreso, el gobierno tuvo que apechugar su primera gran derrota política, derrota que resultó convalidada durante las elecciones de 2009.
Desde el momento en que el oficialismo perdió quórum propio y mayoría sin debate, se vio obligado a conquistarlos mediante una dura compulsa discursiva. Tanto para la aprobación de la Ley de Medios Audiovisuales, como la del matrimonio igualitario, una larga batalla previa fue librada en la sociedad antes que en el Congreso, y la victoria obtenida en esta batalla cultural fue convalidada por diputados y senadores. No se trata de ignorar que el Ejecutivo hizo suyas estas posiciones, y les dio el envión que aseguró la victoria, pero una cosa es el envión final y otra creer que se puede sustituir el movimiento por la acción de funcionarios.
Desde el momento que Papel Prensa ingresa al temario político, una larga cadena de argumentos, con sus verificaciones correspondientes, gana el centro de la escena. Como los principales sucesos no son recientes, la posibilidad de controlar la cadena depende de la exactitud de su confección. Es decir, supone tomarse mucho trabajo y, se sabe, nunca muchos están dispuestos a tanto. Claro que existen verificaciones indirectas. Y estas son las que permiten entender el conflicto.
EL CASO MAGNETTO. El CEO de Clarín convocó a su mesa a Eduardo Duhalde, Carlos Reutemann, Felipe Solá, Francisco de Narváez y Mauricio Macri; corrían los primeros días de agosto. Los barones del peronismo federal se sentaron a la mesa “igualitaria” acompañados de un “extraño”. No faltan los que consideran a Mauricio una suerte de peronista postmoderno. Pero fue Duhalde el que le hizo saber –a través de los diarios– cómo se juega el juego. Al concurrir, Macri aceptaba que estaba adentro, ya que el afuera ni era ni es particularmente afable. Norberto Oyarbide y la comisión legislativa que investiga las responsabilidades políticas del jefe de gobierno porteño, en la conformación de la Policía Metropolitana, sintetizan las inclemencias del afuera. Magnetto le estaba tendiendo la mano, cuando estuvo y todavía está a fracciones de segundo de la devastadora piqueta de la demolición política. De modo que el consejo de Jaime Durán Barba –la ruta solitaria del PRO– quedara para mejor oportunidad, ya que el providencial cubierto para tan exclusiva comida no es a título gratuito. Y Macri, como no podía ser de otro modo, aceptó ese alineamiento final
Una pregunta retumba: ¿para qué el cónclave? Una respuesta: para marcar la cancha. Desde el momento que Magnetto decide que el instrumento para 2011 es el peronismo federal, se tiene que asegurar que la lógica del posicionamiento personal no fracture el espacio común; de lo contrario la victoria huye hacia el campamento oficialista.
Conviene reformular la pregunta: ¿por qué Magnetto necesita marcar la cancha? Obvio, Horowicz, para que el oficialismo resulte derrotado en 2011. Exactamente ese es el punto.
En el 2003 el Grupo Clarín no apostó a la derrota del pupilo de Duhalde, precisamente porque lo era. En 2007, cuando ya era muy claro que Cristina y Néstor eran enemigos jurados del matrimonio bonaerense, conservó una cierta neutralidad. Y nadie, por más que no lea los diarios, ignora que la puja entre Magnetto y el gobierno organiza hoy todas las demás.
Ahora bien, en la consideración de Magnetto, la victoria K equivale a derrota del grupo. Que un hombre muy enfermo invierta sus últimas energías para vencer en una batalla cuyo resultado muy difícilmente presenciará muestra la naturaleza del diferendo. Sobre todo, cuando Ernestina Herrera de Noble tomó otra clase de recaudos; al irse a vivir al exterior, la señora se protege; al situarse en el puente de mando, el CEO protege su proyecto empresarial, la marcha de los negocios. Y los diarios hace mucho tiempo que dejaron de ser tan gran negocio. No es para ponerse a llorar, pero si comparamos la evolución de la red social Facebook en el último año con la venta de cualquier medio gráfico, en cualquier parte del mundo, entendemos.
En 1978, Clarín vendía de lunes a sábados 650 mil ejemplares diarios, para trepar los domingos al millón. Era el décimo diario del mundo y el primero en lengua castellana. Durante el mundial de fútbol de 1978 llegó a superar el millón de ejemplares y si no se estabilizó en derredor de esa cifra fue porque la ecuación económica no cerraba. Para que se entienda: el costo adicional de papel era superior a los ingresos adicionales por publicidad, de modo que esa cifra constituía el límite. Era la edad de oro. A más de tres décadas, los números son muy distintos. No sólo no se incrementaron las ventas (algo esperable, después de todo esa es una tendencia global), sino que se redujeron bastante. Si bien la venta neta es un secreto guardado bajo siete llaves, los mejor informados sostienen que difícilmente pase de la mitad. Es decir, unos 300 mil de lunes a viernes y 500 mil los domingos. No es allí de dónde salen las ganancias del grupo, de los otros negocios surge la crema que aceita su delicado mecanismo.
Papel Prensa, controlar la empresa, permite reducir el costo de cada bobina de papel utilizada, ya que los socios la adquirieren por debajo de su precio de mercado. Es decir, permite prorratear el costo de funcionamiento de un elefante blanco transfiriendo costos. Sin el control de Papel Prensa el Grupo Clarín difícilmente pueda conservar su lugar en el juego empresarial, ya que la influencia que tiene no guarda proporción con la ganancia que genera. Y como conservar la influencia es el único camino para asegurar la ganancia, la batalla es para Magnetto a todo o nada.