El viernes 18 de agosto estudiantes terciarios de la ciudad de Concordia se movilizaron hacia la plaza principal de la ciudad y entregaron, en mano, al Director Departamental de Escuelas, Saúl Dri, un petitorio contra la Resolución Nº 869 del CGE (Consejo General de Educación).
La Resolución exige una evaluación final obligatoria con tribunal para aprobar materias. Hasta la fecha el sistema permite la aprobación por parciales cuatrimestrales y/o trabajos prácticos de la mayoría de las materias, sorteando así el examen final.
Para repudiar la resolución, los estudiantes movilizados brindaron escasos argumentos pedagógicos, pero abundaron en explicaciones de índole socioeconómicas y en cuestiones que hacen al acontecer de las instituciones terciarias: el ajustado calendario educativo, los acuerdos internos y la falta de profesores.
Entre los motivos que esgrimieron para oponerse a la nueva metodología, los estudiantes daban cuenta de que la medida restaría días de clases en las aulas donde -según entienden- el proceso de aprendizaje se da con mayor dinamismo.
Actualmente, en las instituciones las clases finalizan formalmente en noviembre, aunque, en algunas, “se permite faltar en las últimas semanas para poder preparar para los parciales”. “De ponerse en práctica la resolución Nº 869, las aulas quedarían vacías en octubre”, anunció uno de los dirigentes estudiantiles que participaron de la movilización.
Manifestaron también que con esta nueva resolución se crearían “dificultades adicionales” a los estudiantes que trabajan: “…Poniéndote más trabas, esto saca gente, provoca deserción escolar”.
Desde el CGE se justifica la implementación del nuevo sistema para generar mayor calidad en la formación docente. “Ellos alegan que quieren más calidad docente, pero la calidad no se logra con más evaluación”, objetaron los estudiantes.
Sin duda, buena parte de los estudiantes terciarios deben alternar sus estudios con el trabajo e, incluso, con responsabilidades familiares. No debe ser fácil ser un estudiante en esta época, pero… ¿Alguna vez lo fue?
La situación social hostil ha hecho que algunas profesiones, donde la condición primordial era la vocación, se hayan transformado en medios para conseguir un laburo más o menos seguro, un sueldo todos los meses, y así ir zafando a la adversidad, soportar los golpes, ganarle unos pesitos al brumoso futuro y “aguantar”. La docencia y las fuerzas de seguridad son baluartes de esta tendencia hija de estos tiempos.
El Estado desprestigia la docencia con los magros sueldos que paga, no garantizando el perfeccionamiento de los docentes y abandonando los edificios educativos. La sociedad, en términos generales, también la denigra con su indiferencia, dando ejemplos contradictorios a lo que dice pretender de la educación y por considerar la docencia una labor menospreciable: “…el reciente aumento de la desocupación ha hecho que se registre un incremento, a partir de 1995, de la cantidad de estudiantes de profesorado en los institutos terciarios de la Ciudad de Buenos Aires, que recuperaron los niveles de matrícula de 1986. Se ha señalado que, si bien, décadas atrás, quienes optaban por la docencia eran jóvenes de clase media e hijos de profesionales, en los últimos años, muchos encaran la docencia después de haber fracasado en otros estudios. Esto hace que se incorporen a la enseñanza jóvenes de sectores sociales con un menor capital cultural en la medida en que la docencia, en muchos casos, se ha convertido en una alternativa al servicio doméstico.”Analiza Guillermo Jaim Etcheverry en su libro La Tragedia Educativa (1999)
Hay una idea que subyace, que me parece escuchar aunque nadie la diga (Que suena, con más o menos fuerza, en casi todas las actividades de la vida): Cuando los estudiantes movilizados dicen“…Poniéndote más trabas provocan deserción…”, o cuando dicen “… de ponerse en práctica la resolución, las aulas quedarían vacías en Octubre”, o cuando hacen referencia a “dificultades adicionales” para los estudiantes que trabajan. Hay una idea implícita cuando exigen que no se les exija. Que tiene que ver con una actitud de estar a la defensiva, de aferrarse al papel de víctima. Una actitud rayana al posibilismo, esquiva a las dificultades, las exigencias y los desafíos. Que huele a la cultura del menor esfuerzo.
El entorno es adverso, los tiempos están difíciles y por eso más que nunca es momento de mayores desafíos y sacrificios. La educación es la principal herramienta para sacar a flote a la sociedad.
Desde estos centros de estudios terciarios saldrán los maestros y profesores que formaran a las generaciones futuras. Uno supone que los maestros y profesores deben ser los mejores posibles porque en sus manos está la posibilidad de formar mejores ciudadanos, más libres, más responsables y autodeterminados. “Formar personas capaces de asumir una actitud crítica y a la vez constructiva frente a la realidad y dentro de la realidad”, como propusieron los profesores de un terciario en la primera jornada de debate sobre la nueva Ley de Educación.
La calidad educativa, con seguridad, depende de muchas cosas, entre ellas, un proceso de evaluación donde el examen final es el corolario del esfuerzo –esa idea tan repudiada en nuestra sociedad- de todo un año, del proceso de aprendizaje llevado a cabo en las aulas.
La educación debe ser un bien social, no así la promoción de las carreras.
“Zafar” es la idea que aparece soterrada. “Zafar” nos dice un poco acerca del sombrío pesimismo de una generación que no descubre nuevos horizontes y se ve dificultada para integrarse armónicamente al mundo.
(Acepto el riesgo que todo lo dicho se considere como otra mera apreciación subjetiva. Incluso, como una mala interpretación, de quién suscribe, respecto de los dichos de los estudiantes movilizados).
“Zafar” es un lema de vida y una forma de actuar en el entorno adverso que nos va a condenar cada vez más a la medianía, el egoísmo y la corrupción.
Es un tiempo de resistencias, cierto, pero de resistencia a la miseria, a las injusticias, al pesimismo, a la derrota de antemano pretendiendo como meta un básico y el incentivo. No un tiempo de resistencia a las dificultades, al esfuerzo, a los desafíos, pretendiendo vivir metido en la trinchera del posibilismo sin sacar la cabeza y mirar el frente. Para estar mejor, hay que ser mejores. Mejores profesores, mejores maestros, mejores profesionales, mejores ciudadanos, mejores dirigentes, mejores personas. Hacer siempre lo mejor que se puede, afrontando los obstáculos, tratando se sobreponerse a la frustración (Si sigo en esta línea este escrito va a parecer un artículo de autoayuda) y no sólo pretender ser un docente burócrata y apático que sólo espera la paga a fin de mes.
Seguramente no todas las materias son dables de ser evaluadas de la misma manera. La falta de profesores -como advierten los estudiantes- para conformar las numerosas mesas evaluadoras que requiere la nueva resolución, puede ser otra dificultad. Hasta se podría conjeturar que la cuestionada medida es una manera de “zafar” que tienen las autoridades en su deber de garantizar la calidad educativa (El “zafar” no es privativo de ningún sector de la sociedad)
Sin embargo, la riqueza más grande que puede tener una nación es su capital humano. La calidad de ese capital depende de la educación y esta depende, entre otras cosas, pero decisivamente, de la calidad de sus formadores y sus actitudes y compromisos frente a la realidad.
Aprender es un trabajo que puede demandar grandes dificultades, pero no hay atajos ni vivezas ni consideraciones que sirvan si pretendemos una educación de calidad.