Un país con renovadas dosis de violencia

En esta capital de Rio Grande do Sul, los votantes de Bolsonaro festejaron hasta bien entrada la noche su demoledor triunfo electoral. El parque Molinos de Viento ubicado en una zona acomodada fue el epicentro de una movilización espontánea de las clases media y alta. Los seguidores del PT que se habían mostrado temprano con algunas banderas y un distintivo de la lista 13 de Fernando Haddad sobre el pecho, se retiraron pronto de las calles en la barriada universitaria de la Ciudad Baja. No hubo hechos que lamentar, a no ser que se miren con el prisma de los vencidos en las urnas. 

Jair Krischke (ver pág. 8) referente histórico del Movimiento de Justicia y Derechos Humanos (MJDH) de Porto Alegre dice que a partir de 2019 tendrá mucho trabajo. Ya mantuvo reuniones con sus compañeros para prepararse por lo que vendrá. En los ambientes donde se mueve el progresismo –y que no necesariamente se identifica con el PT– el clima es de un pesimismo perturbador. Marco es un profesor universitario de 61 años que dice: “No pensaba volver a vivir como en los años 70 y escuchar que te exilias o vas preso”. Su compañera Clarisa lo escucha con atención. Está preocupada como él. No es que pasen zozobras económicas o sufran más que la media una inseguridad que se palpa en cualquier gran urbe latinoamericana. Los inquieta el futuro. Una violencia espiralada de desarrollo imprevisible.

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