Un líder innato que supo avanzar sobre los errores de sus enemigos

La excepcionalidad no sólo se explica por el andamiaje de un movimiento político centrado en la figura de Chávez, quien sumó a su formidable carisma al aparato estatal para forjar tal personalismo. La condición esencial para ello fue un personaje que cautivó a las masas con dotes políticas, que incluyeron un manejo notable del código de los medios audiovisuales. Sus extensísimos «Aló Presidente» fueron una tribuna para anunciar medidas y trazar definiciones, a la vez que un show popular que superó con creces la prueba del control remoto. Chávez demostró que aquel gobernante que quiera establecer «un vínculo directo con las masas, sin mediaciones», algo que repiten ejecutivos latinoamericanos, debe saber cómo hacerlo.

Se ha dicho que el fundador del «socialismo del siglo XXI» posó su mirada sobre millones de electores que estuvieron fuera del radar de la dirigencia bipartidista que rigió en Venezuela durante cuatro décadas bajo la órbita del Pacto de Punto Fijo. Y dichas masas lo miraron a él.

Aunque suene elemental, el reconocimiento de que Venezuela estuvo al mando de un líder carismático de los que se dan cada tanto y de que segmentos importantes de la población recibieron algo del Estado (por ejemplo, acceso al médico) por primera vez en varias generaciones es un punto de partida, no suficiente, para explicar la supervivencia del chavismo durante tres lustros y una decena de elecciones nacionales. Lo contrario, omitir aspectos tan evidentes, ha llevado a pronósticos fallidos. El último, la sobreactuación en torno a las chances reales de que Henrique Capriles lo pudiera destronar, en octubre pasado.

Hay, sin embargo, innegables deudas en el balance, tanto en el plano de la calidad de la democracia (Justicia chavista, medios públicos abrumadoramente partidistas, corrupción, controles republicanos) como en la construcción de una economía desarrollada. Los logros de Chávez en aspectos como la eliminación del analfabetismo, el acceso a la salud y la drástica reducción de la desigualdad, reconocidos por Naciones Unidas, contrastan con una economía que se disparó una vez que el crudo cotizó alto y crujió, como en ningún otro país sudamericano, con la crisis internacional disparada en 2008.

Aun considerando el liderazgo carismático de Chávez y la inclusión de sectores postergados, cabe preguntarse, entonces, cómo ha sido posible un liderazgo con un piso de votos del 48% en elecciones nacionales. Han sido quince años, período en el cual las demandas crecen, se tornan más complejas, y los gobiernos se envician, se ensimisman.

La década larga de Chávez en el poder se puede medir contra la estatura democrática y moral de la oposición que, en Venezuela, se sabe, tiene una vertiente política, otra mediática y otra diplomática, y que queda, en parte, expuesta en las siguientes postales:

9 de septiembre de 2009. El entonces embajador estadounidense en Caracas, Patrick Duddy, recibe a la plana mayor del partido Podemos, una escisión del chavismo que se presentaba como la carta opositora de centroizquierda «democrática». A diferencia de casi toda la oposición, Ricardo Gutiérrez (excomunista), Juan José Molina e Ismael García se habían opuesto al golpe de Estado de 2002, una credencial valiosa.

En dicha cita, superada una dramática descripción de la «última chance» para la democracia en Venezuela, los diputados de la izquierda antichavista van al grano. Piden financiamiento al Departamento de Estado. Ven un negocio en puertas: proponen que les transfieran fondos para construir una red de cable o de internet.

Según redactó Duddy en un mensaje reservado a Washington, se ve tan sorprendido por la osadía de los visitantes que los alecciona: «Estados Unidos no está interviniendo en política interna de Venezuela». «Sí, pero ahora es tiempo de que empiece», responde García.

13 de octubre de 2009. Chávez llevaba más de una década en el poder. Mucha agua había corrido bajo el puente del conflicto entre los principales medios de comunicación y el presidente. Las principales marcas periodísticas (RCTV, Venevisión, Globovisión, El Universal, El Nacional) habían dejado una huella indeleble en la factura del golpe de Estado de 2002.

Rafael Poleo, director del diario El Nuevo País, participa del programa «Aló Ciudadano», la trinchera antichavista del canal Globovisión, y dice: «La historia se repite, tú sigues la trayectoria de Benito Mussolini y la trayectoria de Chávez es igualita, por eso yo digo, con preocupación, que Hugo va a terminar como Mussolini, colgado con la cabeza pa’bajo».

El conductor de «Aló Ciudadano», Leopoldo Castillo, quien había dicho lo suyo infinidad de veces, le advierte con gesto de complicidad: «Eso no lo puede decir Poleo, porque eso puede ser, puede ser apología del delito, puede interpretarse, puede ser instigación».

Con más picardía, Poleo aclara: «Yo lo digo de manera precautelativa, cuídate Hugo, no termines como tu homólogo Benito Mussolini colgado con la cabeza pa’bajo; porque tú a quien te pareces es a Mussolini, y a Mussolini en su etapa inicial del fascismo, que es lo que es Chávez».

10 de agosto de 2006. El embajador estadounidense en Caracas, William Brownfield, envía un despacho a Washington titulado: «¿Qué está realmente haciendo en Venezuela nuestra ayuda externa?». Brownfield evalúa el programa implementado por el Departamento de Estado para intervenir en Venezuela a través de diversas ONG. Son 300, y 10 por ciento de ellas, según los mismos informes de la embajada norteamericana, habían sido creadas ad hoc a partir de fondos originados en Washington.

Algunas de las entidades venezolanas de mayor renombre mencionadas en los cables son el Instituto Prensa y Sociedad, Súmate y Espacio Público, que alimentaban con sus denuncias y estadísticas las evaluaciones del Departamento de Estado y la OEA.

Brownfield cita a su predecesor, Charles Shapiro, quien había diseñado en 2002 el plan de acción con la «sociedad civil», léase, las ONG, con los siguientes objetivos:

«1) Fortalecer a las instituciones democráticas.
2) Penetrar en la base política de Chávez.
3) Dividir al chavismo.
4) Proteger los negocios vitales de Estados Unidos.
5) Aislar internacionalmente a Chávez».

…………..

Estas postales no lo explican todo de la oposición a Chávez, que en más de un sentido, desde que Chávez logró estabilizarse en el poder, pasado 2002, debió jugar de visitante. No lo explican todo, pero sí bastante. Se trata de acciones recurrentes en la estrategia antichavista durante más de una década.

Así, entre los pecados cometidos por políticos, ONG, medios y embajadas extranjeras antichavistas, acaso uno de ellos sobresale, no por su gravedad, pero sí por sus efectos devastadores contra sus propios objetivos. La subestimación de un estratega político que hoy es llorado por multitudes en las barriadas humildes de las ciudades venezolanas.

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