Asumió la presidencia en el medio de un país devastado y lo recuperó. Fue, sin dudarlo, el político más destacado de este recién iniciado siglo XXI, el primer presidente en animarse a abrazar a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y en reconocerse como hijo de ellas. Rompió con el Fondo Monetario Internacional y comenzó a ejecutar políticas concretas de unidad latinoamericana. Nadie podrá olvidar el episodio de Mar del Plata en el que nada menos que George Bush se tuvo que volver con las manos vacías y la cabeza gacha cuando Kirchner junto a varios mandatarios derrotaron el ALCA.
América Latina lo extrañará, fue, para el nuevo proceso de unidad de los pueblos del sur una figura clave al igual que la presidente.
Inauguró junto a su esposa, un proceso ascendente de reconstrucción nacional y social.
Desde el 2003, millones y millones de desocupados recuperaron su trabajo, al mismo tiempo que la industria volvía a producir ; soportó la crisis internacional más brutal de la historia mundial, comparada solo con la crisis de 1930 y el país no se hizo mil pedazos como aseguraban sus detractores.
Incorporó al sistema jubilatorio a casi 3 millones de viejitos que nunca habrían podido acceder a ella, luego de recuperar para el Estado las AFJP y permitió que otros tantos millones de niños accedan a una Asignación Familiar. Una política concreta que apunta a igualar socialmente.
Las políticas de este proyecto sacaron de la indigencia y la pobreza a millones de argentinos y, al cabo de un tiempo de consolidación, en vez de repartir zapatillas entre los más jóvenes (como en tiempos de la licuadora de cerebros del menemismo), los chicos, todos, están recibiendo sus computadoras personales. La histórica lucha por lograr que el 6 % del PBI sea destinado a la educación se logró en este gobierno. O sea, no solo decir que la educación es lo primero, como lo vienen diciendo desde el inicio de la recuperación democrática, sino ejecutar políticas que no dejen dudas que no se trataba solo de palabras.
Este proyecto soportó un proceso claramente desestabilizador protagonizado por las patronales agrarias que mantuvieron cortadas las rutas por más de 100 días, provocando desabastecimiento e inflación, sin que al gobierno se le ocurriera la represión como salida. Hizo honor y se mantuvo en su criterio inicial de no reprimir el conflicto social.
Al final, la finitud de la que casi con devoción hablaba el escriba de la derecha más concentrada, llegó, cuando esas líneas aparecieron en letra de molde en el diario más viejo del país, parecían un deseo inconfesable.
El estado de excitación con el que se hablaba de esa finitud, aquel cura enviado por el cardenal Jorge Bergoglio que llegó presuroso al sanatorio en el que estuvo internado por primera vez el secretario general de la UNASUR, hacían sospechar que eran muchos los que pensando en su finitud, imaginaban la del proyecto encarnado por el actual gobierno.
Ese cúmulo de hechos vuelve a hacernos sospechar que, al menos los cultores de la argentina del atraso, de los ricos cada vez más ricos y de la impunidad deben estar festejando que, al menos una de las verdaderas montañas que tenían en el camino se desmoronó. Lo que escuchamos hoy, son muchas lágrimas de cocodrilo, poco creíbles, casi insultantes.
Sin embargo y a fuer de ser estrictos, aunque sume al desvelo de los que festejan (y por aquello de haberle devuelto a millones el amor por la política como hacía años no ocurría), no resultaría ocioso señalar que, cuando una montaña se desmorona, hay millones de montañitas que quedan.
Esas millones de montañitas que comienzan a escucharse, dándole fuerzas a la presidente, dan la impresión de estar listas para seguir reproduciéndose, hasta lograr que sean muchos, millones de argentinos los capaces de rescatar la memoria como principal herramienta.
Todo hace suponer que esas millones de montañitas estarán mañana en su despedida. Si así fuera, tirará por tierra los deseos de quienes nos quieren hacer volver al pasado, al tren fantasma y a las pesadillas.
