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Tal la perplejidad, la incertidumbre, la estupefacción, que los galos quieren seguir jugándolo, volver a jugar la final, dicen,  como si tuvieran un corazón de repuesto. Es que en este hechizo pasional  que inventaron, vaya paradoja,  atildados flemáticos, a la suspensión de la incredulidad necesaria para sostener cualquier ficción, debe agregarse  un componente de identificación y, sobre todo,  de participación del espectador, infinitamente más elocuente y decisivo que en cualquier otra Actividad lúdica. Como en el cuento magistral de Julio Cortázar “Continuidad de los parques”, el lector termina protagonizando involuntariamente el relato que estaba ojeando atentamente. Los hinchas  del balompié, no son, como en el teatro o en la experiencia de la  lectura, simples Espectadores de una obra que transcurre en otro espacio y tiempo, con personajes extraños, sino piezas claves que inciden, con su implicación emocional,  en el desarrollo de la escena, de la que son parte fundamental. Determinan el ánimo o desaliento de los jugadores y de tal modo,  el desenlace del drama. La fórmula “quiero ganar la tercera, ser campeón mundial” que escuchamos hasta el agotamiento, revela el carácter masivo de la identificación con el  equipo y con sus objetivos. Más aún, nos proyectamos de tal modo que ya ni siquiera por nosotros, decía la gente, queríamos  ganar el mundial, por Leonel, por la injusticia de su tan inmerecido fracaso, en el que nos involucramos todos. Por Lio, al que ayudamos con nuestro denuedo, soplo y exhalación a vencer esa neurosis de destino de tres finales perdidas. Creemos, de veras, haber contribuido a  que la maldición de la sombra del padre se convirtiera en aliento divino. En esa mágica combinación, a la demanda de una nueva ilusión mundialista, el genio nos prometió no dejarnos tirado.  

Hay sin dudas rasgos de esta selección Argentina que ha promovido esa intensa identificación. Valores e ideales que han reflejado al conjunto de la población. Incluso podemos sospechar que,  en algunas de esas valiosas características reside el enojo y el fastidio de quienes conspiraron contra la alegría popular.

La humildad,  la generosidad de los jugadores y del juego. Una ética y una estética que ha traducido  las mejores tradiciones de un fútbol bello y majestuoso,  fértil y  armonioso, ardoroso,  limpio, pero decidido y vehemente. Exhibió también, con claridad, un culto al funcionamiento  colectivo por encima de  los rendimientos individuales. El director técnico no armó en este caso, como había sucedido en  experiencias anteriores, un equipo para el crack, sino que lo introdujo en un riguroso y aceitado engranaje grupal. En la dialéctica entre el líder y el grupo, entre el genio y el conjunto, Scaloni logró una perfecta articulación. El extraordinario futbolista dejó de ser el aislado llanero solitario, héroe y salvador individual, para integrarse a una dinámica de conjunto que lo potenció exponencialmente. El grupo como un todo ha sido más y diferente que la suma de las partes. Los logros han sido colectivos y se cimentaron, como quedó expuesto, en la cooperación, la solidaridad, el afecto, la generosidad  y la amistad. Sentimientos radicalmente  opuestos a la competencia hostil donde el “otro” es un feroz  enemigo. Valor, éste último, extensivo, incluso, hacia los rivales. Una experiencia estupenda, en ese sentido, lo constituyó el abrazo afectuoso, el consuelo y el diálogo amistoso, inolvidable, de Messi con Neymar en la final de la copa América, contrariando los deseos de los organizadores, empeñados en presentarla como una lucha a muerte entre los ídolos.

En un mundo en el que impera el individualismo,  la competencia salvaje  que convierte al semejante en un riesgo, una amenaza, un enemigo, en el contexto de  una humanidad degradada por el egoísmo, la violencia, la deslealtad y el abuso de poder, esta  selección ha representado una sublevación, una revuelta, una experiencia subversiva. Tal vez precisamente la pacífica expresión de la rebeldía en la ostentación de esos ideales, haya producido, tanto la feliz cercanía de la hinchada, como  la ofuscación de quienes aparecieron incómodos frente a los logros. Aquellos que quisieron boicotear los festejos, despreciar la alegría. Los padrecitos que quisieron amonestar desde el púlpito las conductas “incivilizadas” de algunos jugadores, en el partido contra Holanda. Los que no soportaron las felices manifestaciones multitudinarias en las calles, porque podrían “haber sido” un desastre, porque violaron el sagrado monumento del  obelisco, porque dejaron todo sucio…en fin, manifestaron de ese modo un nítido  temor de ver como el pueblo se apropiaba masivamente  de  las calles. Del espacio público que pretenden controlar, con mano dura si es necesario. Surge enseguida el reflejo represivo. Temen los revolucionarios octubres y los diciembres de resistencia y transformación. Prefieren el aislamiento, el individualismo, la fragmentación, la tristeza y la resignación, sentimientos necesarios para sostener un orden injusto. Los inquieta,  en definitiva, el “riesgo” de que esa masa festiva que inundó los espacios públicos, se transforme en pueblo. Que en  esa masa que, como dice Jorge Alemán (1), tiene por condición “una pasión amorosa que unifica a todas las subjetividades en relación al objeto amado del equipo nacional”, palpite, esté  latiendo,  el nacimiento  de un pueblo” como sujeto histórico cuyo sentido es disputar la hegemonía al poder”. Esa es la cercanía del pueblo y su equipo, a través de la alegría, que les preocupa. Aquella que participa del amor al semejante, al  prójimo,  como principio. Aquella que apuesta hoy, como todos 24 de diciembre, a la esperanza de un nuevo nacimiento. Ojalá así sea.

Feliz navidad.

 

  • “El mundial:¿ masa o pueblo? Jorge Alemán. Página 12.

 

(*)Psicólogo. MP243

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