22 de Agosto de 1972 – 22 de Agosto de 2006
“La patria fusilada” es el título de una entrevista realizada por el escritor, periodista y militante montonero Francisco «Paco» Urondo, en la cárcel de Villa Devoto, ciudad de Buenos Aires, pocas horas antes de ser liberados en los sucesos de mayo de 1973.
Los entrevistados – presos políticos, como el entrevistador – fueron los únicos sobrevivientes de la Masacre de Trelew.
Al salir en libertad volvieron a la militancia activa en sus organizaciones, y fueron desaparecidos por la dictadura militar años más tarde.
La noche en que se realizó esta entrevista, se decidió tomar las cinco plantas donde estaban alojados, lo cual permitió la intercomunicación entre los pisos, poder verse, cosa que antes no ocurría. De esta manera Urondo se pudo reunir con los tres sobrevivientes de la masacre de Trelew: Camps, Haidar y Berger. Se metieron en una celda y se pusieron a conversar sobre lo ocurrido.
Los caídos en Trelew
Ana María Villarreal
Susana Lesgart
Clarisa Rosa Lea Place
María Angélica Sabelli
Alfredo Elías Kohon
Carlos Heriberto Astudillo
Eduardo Adolfo Capello
Alberto Carlos del Rey
Mario Emilio Delfino
Mariano Pujadas
Miguel Angel Polti
Humberto Adrián Toschi
José Ricardo Mena
Humberto Segundo Suárez
Jorge Alejandro Ulla
Rubén Pedro Bonet
Transcribo a continuación una pequeña parte de esa estremecedora y esclarecedora entrevista. Quien quiere leerla completa (consta de 6 páginas), la puede encontrar a partir de:
http://www.nuncamas.org/investig/urondo/patrfus_00.htm
María Antonia Berger.:
Cuando empiezan a disparar, yo veo al gordo ese, que nos había estado cuidando, el suboficial, el de Rosario. Veo que está disparando, y, simultáneamente me siento herida, no me doy cuenta dónde, siento como una quemazón, pero ni dolor ni nada. Mi primera reacción es meterme dentro de la celda, y en ese momento la veo a la Sayo, ahí delante de la puerta, aparentemente muerta, ahí me doy cuenta de que realmente es seria la cosa. Porque por un momento, al principio, pensé que nos tiraban a las piernas, es decir, no me daba cuenta de la situación, me costaba creerlo. Apenas entro yo, entra la petisa agarrándome el brazo y diciendo: “Estos hijos de puta me dieron”. Entonces le digo: “Tirate al piso”, y yo hice lo mismo. Trato de ver qué es lo que me pasa a mi, y veo que tengo un agujero acá, en el estómago, me acuerdo que tenía un pantalón oscuro y un pullover rojo, era más serio de lo que yo creía porque no sentía ningún dolor, ni me sangraba, ni nada. No como vos, que vomitabas. Y simultáneamente comienzo a oír como un estertor de la petisa: empieza a roncar muy fuerte y a dar quejidos al mismo tiempo, esa es la parte más fiera, unos ayes de dolor horribles, como vos decías. Y simultáneamente empiezo a escuchar tiros aislados que empiezan de adelante hacia atrás. Me doy cuenta de que están dando los tiros de gracia. Ahí me pongo a pensar: “Bueno, aquí me llegó la última hora”, y me pongo a pensar en mi familia. En ese momento se piensan muchísimas cosas: me acuerdo que pensé en mi familia, en mi compañero, pensé en mi compañero. En hechos lindos, en mi vida, pero no se, yo quería pensar mucho en un corto tiempo, pero los terminé de pensar enseguida y los tiros no llegaban, es decir, no me llegaban a mi. Ahí me entró un poco de impaciencia. Estaba esperando que me mataran de una vez por todas. Porque uno piensa: “Bueno, ya que me matan, que me maten de una vez por todas”. Ahí es cuando escucho que uno, pienso que era el petiso Ulla, por el lugar de la voz, decía: “hijo de puta”; y otro que decía -creo que era uno de los tucumanos-, que decía; “ay, mamita querida”. Después veo que llega a la puerta uno vestido de azul yo también me hacía la muerta. Ahora, a esta altura, era lo único que se me ocurría. No me acuerdo si alcanzó a tirar antes un tiro a la petisa, lo que si me acuerdo es que levanta la mano y me apunta con bastante cuidado; yo lo miro entre ojos, yo estoy tirada así sobre el hombro, y con cuidado me tira. Siento como un estallido espantoso en la cabeza, como si tuviera una bomba, pero para gran sorpresa no fui muerta. Me cuesta creer que estoy viva. Siento acá un gran hematoma y que estoy sangrando mucho, pero no pierdo el conocimiento. Sigo escuchando balazos basta que, en un determinado momento terminan; a esa altura yo pienso que ya me queda poco. El tiempo que pasa no lo puedo controlar mucho. Después escucho que hacen toda una orquestación diciendo: “Bueno, vos tenías una metra y Pujadas intentó quitártela”, haciendo como un armado de la cosa, eso escucho por un lado. Al rato viene un enfermero, viene y entra a la celda y me da vuelta, me mira la cabeza, me toma el pulso y dice: “No, está viva, sólo le interesó la mandíbula, pero se está desangrando”, y se va. Viene dos veces más Bravo a la puerta, con un jadeo totalmente nervioso, y muy preocupado por que no me moría, porque decía: “Pero esta hija de puta no se muere, cuánto tarda en desangrarse”. Y yo, cada vez que aparecía alguno en la puerta, juntaba sangre en la boca y la escupía para hacer parecer que me estaba desangrando, pese a que ya se me había parado mucho la hemorragia.
Alberto M Camps:
Después del tiro tengo la sensación de que ese tiro me mata, no sé por qué; y me pongo a esperar el remate. En esos momentos, no sé si minutos, pasan una sucesión de pensamientos. Me acordaba lógicamente de Raquel y también de los otros compañeros; me decía: “Bueno, me llegó la hora, me toca a mí ahora”. Supongo que algo de miedo tenía, pero en todo caso era un miedo con tranquilidad. Supongo que esto es consecuencia de que uno, en la militancia… porque en la militancia se vive con la posibilidad de la tortura y, por supuesto, de la muerte. Esa situación me sirvió para comprobar eso. Los pensamientos se pasan muy rápido: las cosas agradables de la vida, recuerdos.
René R. Haidar:
En ese orden, pero antes de que me pegaran el tiro, mi pensamiento pasaba por lo que estaba sucediendo afuera de la celda, por la situación en la que me encontraba en ese momento. En principio la disyuntiva fue un poco la desesperación como alternativa, actuar desesperadamente, salir corriendo o cosas por el estilo; o quedarte en el molde. Es decir, cuál de las dos situaciones brindaba mejores posibilidades de salir airoso de la cuestión. La tensión era máxima, sentía los latidos del corazón a todo trapo. A partir de ahí la resignación, pensar: “Bueno, lo único que yo puedo hacer, es esto”. Y así me resigno a ser muerto en cualquier momento. Ese tiempo transcurre rápido. Después que me pegan el tiro, ya un poco la cosa estaba definida; pero también siguió la expectativa, porque seguía vivo y consciente de que no estaba grave, sobre todo después de pasados unos minutos. Mis esperanzas estaban cifradas en la posibilidad de pasar desapercibido, pero tenía una resignación, gran tensión.