Por Fosforito
Hay una escena de los Simpson en la que Homero estalla en carcajadas cuando le preguntan cómo había planificado su familia. En la secuencia una retrospectiva va mostrando que se fue quedando calvo por arrancarse los pelos cada vez que su esposa, Marge, le daba la noticia de que estaba embarazada…
Durante buena parte de mi juventud me repetí, y dije hasta el cansancio, que nunca tendría hijos. No quería una vida en pedazos desperdigados. No quería la carga por el cuidado de personitas que necesitaran y esperaran cosas de mí. Sobre todo, no quería la fragilidad de ser padre, de que el asunto de mi vida ya no estaría sólo en mis manos.
Los hijos son partes de uno que se separan, que tienen vida propia, pero que no dejan de ser nosotros. Tener hijos nos hace tener conciencia de los peligros, de nuestra vulnerabilidad, de lo expuestos que estamos al sufrimiento y al dolor, de resignar nuestro individualismo para vivir y hacer por ellos más de lo que haríamos por nosotros mismos, de la angustia constante por su bienestar y seguridad. Una responsabilidad y un compromiso que nunca terminan (bueno, hay casos y casos, ¿no?).
– Usted está dispuesto a traer hijos a este mundo, estimado.
– Obvio que no, Fosforito. No soy tan sádico como para semejante acto.
Además de aquel egocentrismo –lo acepto-, traer criaturas a este mundo de tremendas penurias era traerlos a sufrir y todavía no veo ningún egoísmo en decidir dedicar la vida a otra cosa que no sea criar descendientes. No creo que sea una ley de la vida ni que le dé sentido a la existencia. Es simplemente y sólo una elección.
El egoísmo se parece más a aquellos que tienen hijos para no sentirse solos, para salvar la pareja, o por un mandato familiar, cultural, social o religioso que lo exige.
Lo que es de egoísta es tomar la decisión unilateral de traer alguien a este mundo:
La tierra está superpoblada, las probabilidades de tener una existencia de necesidades y pobreza son altas, la mano del hombre ha cambiado ecosistemas, las temperaturas se extreman, el modo de vida imperante genera contaminación, desigualdades, violencia, insatisfacciones y pandemias. Los campos están envenenados y casi toda la comida sabe a esencias o pollo con anabólicos. Los hielos se derriten y el nivel del mar sube poco a poco amenazando con hacer desaparecer tierras fértiles y ciudades enteras. Las relaciones entre los Estados Nación se tensan, los fanatismos y lo odios afloran. Miles de personas deambulan cruzando fronteras y lanzándose a la mar escapando de las guerras, en busca de alguna oportunidad de paz y prosperidad. Las democracias sucumben ante las corporaciones económicas transnacionales. Las potencias mundiales tienen armas para arrasar con toda vida sobre el planeta. Las tecnologías avanzan, pero no solucionan las calamidades del mundo y cientos de miles quedan rezagados y desplazados. La codicia humana no aprende nunca la lección y países donde hay para alimentar al doble o el triple de la población su gente pasa hambre y en el futuro tendrán que preocuparse por si habrá agua para beber al día siguiente.
Hay 7.700 millones de personas en el planeta y se estima que seremos 10 mil millones en menos de 30 años. Y todos los vivos querrán sobrevivir…
Ellos, las generaciones futuras, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, tendrán que lidiar con la catástrofe que edificamos día a día. ¿Qué futuro les espera?
Mira a tu alrededor, ve el mundo en el que vives, y pregúntate para qué más… Estamos en una calesita frenética que se va a chocar…
Pero como decía el sabio de John Lennon: “La vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes.”
Y la vida me dio hijos. Más de los que podía imaginar.
Y ahora estoy aquí, mientras usted lee estas líneas cargadas de pesimismos, saliendo a encontrarme con mis “pequeños” para abrazarlos y besarlos, para pedirles perdón por el dolor del mundo que perdemos, para decirles que los amo mucho más que a mí mismo (eso me da tanto temor) y que por suerte están aquí para hacer de este mundo –mi mundo- un lugar mejor.
Con hijos o sin hijos, no todos tienen esta suerte.
No todos tienen una felicidad parecida a la mía sin haberla buscado.