Durante años, nos hicieron -y nos siguen queriendo hacer- creer, que la tradición es el mate, las alpargatas, el truco y el pericón. En buena parte los son, pero claro está que reducir 200 años de historia a un grupo de objetos, cuentos y danzas, es cuanto menos simplificar la cosa.
Sobre el terreno político, hay mucho de qué hablar si a tradición nos referimos; y lo primero es determinar si todas las políticas de antipatria, falsificación de la historia, y militancia del colonialismo, que ejecutaron muchos de los hombres que hoy vemos en los billetes del peso argentino, en los cuadros de la escuela y en los nombres de las calles, no son –por su incidencia, su permanencia en el tiempo y sus consecuencias- parte de esa tradición.
Es un dilema…
Si lo reconocemos como tradición, pues tendremos que decir que la tradición política argentina ha sido en su mayor parte entreguista; es decir, es tradición nacional, entregar nuestra patria al vil precio de la necesidad, el placer o la pura incomprensión de lo nacional y lo popular.
No sería descabellado hacer esta lectura puesto que los sectores que han gobernado el país por mayor espacio de tiempo, han sido precisamente los que se ocuparon de matar todo aquello que oliera a nuestro; El asesinato de Mariano Moreno un año después de la revolución de mayo, el abandono de Buenos Aires a Manuel Belgrano como general de ejército del Norte, la guerra de la triple alianza, la aniquilación del indio, el destierro del gaucho, represión a los caudillos populares, a los gauchos federales, y a la versión moderna de estos; los trabajadores y desocupados, la década infame, el estatuto del coloniaje, el fin del irigoyenismo a manos del poder militar por la oligarquía, el repudio al 17 de octubre, la proscripción del peronismo como principal movimiento popular, los bombardeos a plaza de mayo, la represión, la persecución, el terrorismo de Estado; la venta de empresas estatales, privatizaciones, estatización de la deuda externa privada; en fin, el neoliberalismo. Mientras sigue la persecución, la colonización cultural, la repetición de la historia falsificada de Mitre y la defensa acérrima que de ésta hiciera el Estado y su propio diario, el de sus herederos, uno de los más poderosos de la prensa nacional. Y ahora es “con otras armas” la crítica de las políticas sociales, la operatoria cambiaria a manos de grande evasores fiscales, la acérrima oposición al proceso de reindustrialización, la bajada de línea neoliberal con la que se intenta ponderar negativamente el desempeño del gobierno, la maliciosa comparación de Mariano Grondona comparando a agrupaciones kirchneristas con la juventud hitleriana. La criminalización del pobre, el discurso de la mano dura, Etc.
En fin, en su mayor parte, la historia argentina es la historia de la traición a la patria, es decir, si de permanencia en el tiempo se tratara, la tradición política por excelencia sería la entrega sistemática, la subordinación del poder real y los recursos nacionales a una potencia extranjera, a una receta confeccionada en la cocina del viejo mundo, y el repudio confeso de lo popular, eso que Sarmiento llamaría “la barbarie”, y que hoy quienes lo encarnan no titubean en llamar “la negrada”.
Pero afortunadamente no se trata de qué políticas se aplicaron por más tiempo, sino de cuales encarnan la verdadera identidad, el origen de la Nación, y esta identidad, al igual que en la guerra de la independencia, ha estado siempre del lado de las masas, la “barbarie” como dijera Sarmiento. Las mayorías que espontáneamente salieron a apoyar un proyecto, que primero fue la Independencia, luego sería el Federalismo. El 17 de octubre de 1945, sería sin duda la conciliación de las masas excluidas con la historia que las antecediera, con los gauchos de poncho colorado que habían dejado a medias su lucha en la derrota de Pavón, aquella que Urquiza le regaló a Mitre y tras la que fueron perseguidos, o tal vez antes, en Caseros, cuando Rosas pierde el poder a manos de un ejército que si bien era conducido por Urquiza, y en sus filas marchaban jinetes con rojos gorros, no es un dato menor que en él peleaban también Mitre y Sarmiento.
Es esta mala maña de entregar la patria y sus riquezas, que a lo largo de 200 años de historia encarnó una minoría que gobernó durante tanto tiempo el país, la que sistemáticamente ha tratado de borrar eso que hoy llamamos tradición, y no solo el aspecto político de ésta, sino hasta sus expresiones materiales, fueron estos hombres, desde Rivadavia, Sarmiento, Mitre, (se me escapan muchos, lo sé) hasta Martínez de Hoz, Menem, De La Rúa, Macri, De Narváez (y se me siguen escapando) los primeros interesados en destruir aquello que expresaba lo nacional, que es necesariamente lo popular. Y es por eso que por mucho que se haya aplicado el entreguismo en nuestro país, éste no es tradición ya que ha sido siempre voluntad de una minoría, “poderosa, pero minoría al fin” como aclaró Cristina Fernández en su discurso triunfal del 23 de octubre pasado.
Entonces cuando hablamos de tradición hablamos de mate, alpargatas, dulce de leche, pericón pero también hablemos de la lucha del gaucho y su versión actual, el pobre, el obrero y los excluidos, las mayorías que han sabido acompañar los procesos de liberación nacional, siendo que cada vez que la Argentina levantó la cabeza, fue durante procesos avalados por la mayoría popular, en tanto cada vez que hundió su rostro en el fango, lo hizo avalado por el “fraude patriótico”, los golpes de Estado, el exterminio de lo propio, el seguimiento a rajatabla de las recetas del imperio, y el enriquecimiento ilícito de los dirigentes políticos y sus familias.
En este Contexto, y entendiendo que, al que asistimos hoy, es otro de esos fenómenos nacionales y populares que ocurren cada tanto en Argentina, que gozan del apoyo del pueblo y de la más férrea oposición de las minorías poderosas, es que no es sorpresa, que conmemoremos hace poco los seis años del No al ALCA (versión moderna de la Batalla de la vuelta de Obligado), ni tampoco es milagro, que en la última cumbre del G20 haya sido la presidenta argentina, quien reprendió a los 10 países más desarrollados, al hablar de “Anarco capitalismo financiero” después de exhortar al retorno de “un capitalismo serio”. No es en casual que el mandato de Argentina en esta cumbre haya sido potenciar la industria para generar empleo, y no es sorpresa, que Cristina Fernández haya hecho centro en la búsqueda de dar valor agregado en el mismo entorno en el que se cosecha la materia prima, llevando mas servicios a las zonas rurales, devolviéndole así a la población Argentina, un vasto territorio que otrora pareciera únicamente destinado a permanecer en manos de unos pocos latifundistas, que viven en las grandes ciudades rodeados de todas las comunidades, mientras sus peones rurales trabajan la tierra que nunca les pertenecerá a cambio de un magro sueldo.
Nada de esto es casual: La Argentina se está sacudiendo el lodo que durante años la fue cubriendo de desgracia a través de las recetas de gourmet inglés, que algunos cocineros locales a falta de creatividad, y sobrado amor por lo foráneo, seguían al pie de la letra.
La Argentina se está sacudiendo el barro, y encuentra hoy que bajo densas capas de fango, permanece invariable la verdadera tradición nacional, la que siempre contó con ese apoyo popular, aquella que viendo agotada su lucha a fuerza de la traición de un hombre en Pavón, intentó reaparecer con Irigoyen, pero finalmente explotó con Perón, para luego ser bombardeada y fusilada. Otro breve asomo en los 70 le daría continuidad a la historia y también repetiría el proceso que siguió a pavón; la persecución, la represión, la tortura y otra vez la historia de la liberación sería interrumpida por la barbarie del vendepatrismo; esos que se hacen llamar “civilización” y “progreso”. Y otra vez, con Alfonsín se iniciaría el tímido proceso con apoyo popular que al igual que el de Irigoyen acabaría pronto, le siguió la segunda década infame, y después del desastre, la crisis, el nuevo presidente en 2003 pronuncia una frase con la que toma la posta perdida en 1955 “por mandato popular, por comprensión histórica, y por decisión política”. No es casual, que hoy la Argentina tenga la receta para que la crisis internacional no la sumiera nuevamente en el fango, como tampoco lo es que a la inversa de la aritmética por la que se rigen los países del llamado “Primer mundo”, el ritmo de crecimiento, empleo y reindustrialización, sea envidiable por muchos antiguos imperios.
Y es que; por mandato popular, por comprensión histórica y decisión política, la Argentina se guió por su propia receta, la receta de la abuela que todos guardaron en un cajón, que siempre estuvo ahí, al alcance de todos los gobiernos, pero fue rechazada por ser “demasiado nuestra para ser buena”.
Existen hondos parentescos entre las políticas aduaneras de Cristina Fernández y las de Juan Manuel de Rosas, que apuntalan el crecimiento de la industria nacional, como existen parentescos importantes con el proceso de industrialización, cobertura social y asociación latinoamericana de del primer gobierno de Juan Domingo Perón, a lo que se le suma un impronta propia de adecuación a la actualidad, inclusión social, derechos humanos, y la apuesta fuerte a la ciencia y tecnología como herramienta fundamental de la competitividad de la industria nacional.
Pero para volver al tema disparador de esta reflexión sobre la tradición nacional, que es sin duda José Hernández y su formidable obra El Gaucho Martín Fierro, cabe destacar que es éste, en un todo, un medio de queja, de reproche a la injusta extirpación de la historia, que el gobierno de Domingo F. Sarmiento pretendió ejercer sobre los gauchos. Aquel presidente argentino, fue además del padre del aula, progenitor de las justificaciones más inescrupulosas por las que se permitió el exterminio del indio y el flagelo del gaucho. Todo en nombre de la “civilización” y “el progreso”. La frase “Civilización o barbarie”, de Sarmiento, pone al gaucho y al indio; símbolos de lo autóctono, como la barbarie, lo indeseable, y a la elite política pro-británica de la época, como la “civilización”.
La desdicha del gaucho a lo largo del Martín Fierro, es la desdicha del pueblo argentino a lo largo de la historia, siempre postergado, excluido o utilizado para afianzar intereses particulares de las cúpulas del poder. Siempre acallado, sin voz ni voto; pero El gaucho no pierde ante la adversidad, en los últimos cantos del poema, Fierro dice “Yo abriré con mi cuchillo el camino pa seguir” y es así, de prepo, como una explosión contenida, que cual si fuera un cuchillo asestando en el centro del poder oligárquico, las masas de trabajadores, las masas populares, se abrieron históricamente el camino pa seguir, desde la manifestación espontanea, y desde el voto popular.
Así pues, en este día de la tradición, festejemos que es tradición del pueblo argentino, manifestarse masivamente contra la injusticia, y contra los cochinos intereses del poder real, casi siempre servil a otros reinados. Festejemos pues, que de un tiempo a esta parte nos hemos encontrado con nuestro pasado, uno del que vale la pena sentirse orgulloso.
Festejemos que hay soberanía y que la tradición ya no está solamente en los mates, alpargatas y cartas de truco, está también en la historia, también en la que estamos haciendo.