Uno era joven, muy joven. Los otros también. Uno tenía sueños, muchos sueños. Los otros también. Uno perdió la vida. Los otros perdieron la libertad.
¿Que el fallo es justo? No es un debate que podamos desarrollar desde el ámbito que nos cabe. El hecho esta consumado y ya se sabe quiénes son los culpables directos.
El debate que debemos abordar es ¿por qué esos jóvenes llegaron a esta realidad? Uno con su vida truncada, otros con una vida sin libertad por muchos años. ¿Cómo saldrán, algún día, de la cárcel? No lo sabemos. ¿Servirán esos años para hacerlos mejores sujetos, capaces de que vivan una ciudadanía responsable?
El hecho está ya consumado. Pero ¿qué hacemos como sociedad para evitar nuevos hechos de esa índole? Nuestra realidad cercana, ha tenido en estas últimas semanas hechos similares. Un joven inocente muerto, otro joven baleado en ambas piernas. Jóvenes que empuñan armas y cometen crímenes por los que serán juzgados. Uno tras otro fin de semana se tiene información de sucesos de iguales características, en Concordia y muchas otras ciudades de la Argentina.
Varones y mujeres peleando a la salida de los boliches, es noticia todos los fines de semanas. ¿Qué dice eso de la sociedad? Este es el punto a abordar.
Siempre se dice que la niñez debe ser protegida, pero poco se habla de la adolescencia, de la protección, educación y cuidado emocional que necesita. La violencia en la juventud es aprendida, estos jóvenes no tuvieron la oportunidad de empatizar con el dolor ajeno, ni comprender el principio de equidad. No supieron construir una idea de control sobre sus impulsos, nadie les enseño como poner límites a su propio poder físico, ni mental. Nadie les enseño que la diversidad social enriquece, que las diferencias hacen crecer a la humanidad.
Los discursos de odio, que atraviesan transversalmente todas las instituciones sociales, son las manos ejecutoras de la muerte de Fernando. Padres que en su diario decir hablan de “negros choriplaneros”, docentes que ignoran las situaciones de bullying en las aulas, sin intervenir, profesores de clubes que enseñan que salir a la cancha a “jugar” un partido (cualquiera sea el deporte) es poner al rival en situación de enemigos a los que hay que “aplastar”. Que ganar es matar o morir. No se enseña a manejar las frustraciones, no se enseña a gestionar el enojo, no se enseña que el “otro” es una persona sintiente. La competitividad es ley en todos los ámbitos donde transitan, y “perder” es ser un “marginado”, un “débil”, pero cuando cometen errores graves quienes les enseñaron eso, levantan el dedo para acusar, lo sientan en el banquillo y hacen de ellos los únicos culpables, los únicos condenados.
En estos días circuló en las redes un texto que vale la pena repensar: “¿Viste cuando te llaman del jardín porque tu hijo empuja y para vos es el otro? ¿Viste cuando te llaman de la primaria porque tu hijo pega y para vos es el otro? ¿Y cuándo te llaman de la secundaria para decirte que tu hijo hace o participa de bullying y para vos sigue siendo el otro? Bueno, cuando te llamen para avisarte que mató, ya es tarde para hacer algo por tu hijo”.
Sí, son culpables, no hay dudas. ¿Y vos, y yo, y todos nosotros? Tiene dueño la zapatilla, tiene sangre la zapatilla, pero que hicimos para qué no la tenga. Miramos como espectadores la sentencia. ¿Y eso nos exonera? ¿Nos libera de nuestros dichos, de los posteos de nuestras redes, de las imágenes que vamos construyendo en la mente de los jóvenes? Porque hoy sabemos que este hecho no fue ni es excepcional, no son jóvenes con patologías mentales. ¡Son culpables, sÍ! Pero sino asumimos que son producto de una sociedad donde los discursos que circulan discriminan entre “negros y rubios”, entre “pobres y ricos”, entre los que juegan en el campito o el potrero y los que juegan en clubes, entre los que van a escuelas privadas y los que “caen” en la escuela pública. Entre los patrones y los obreros. Entre los dueños de la tierra y de los alimentos y los que lo necesitan para alimentarse. Si no asumimos que eso es lo que nos hace responsables de su culpa, como sociedad no tendremos salida ni paz.
¡Ayy! tiene sangre la zapatilla
Sangre de un pibe,
sangre de un sueño
Sangre de un hijo
¡Ayy! tiene llanto la zapatilla
Un llanto absurdo
Llanto de madre, llanto de padre
Llanto de todo un país
Que intenta ignorar que es siempre parte del juego
Cómplice ausente de todo el llanto
De la patada que trunco un vuelo
De la violencia que permitimos crecer a diario
Como una hiedra cubriendo el cielo
Los que debimos cuidar la vida
Los que aceptamos a pie juntillas
Los que nos dicen oscuros medios
Los que proponen, los que marginan, los que censuran,
Los que a pedradas rompen las lámparas que iluminan.
Sí, tiene dueño la zapatilla
Tiene apellido la zapatilla
Pero es tan larga, la larga lista de esos culpables
de esa barbarie, que los fiscales también debieran interpelarnos,
Sobre el espanto, sobre el oprobio del que se escapa,
como una rata, nuestra conciencia.
Tiene mi nombre la zapatilla, tiene tu nombre la zapatilla
Tiene los nombres de todo un mundo que mira ajeno
como se juzga a los mercenarios de su indolencia.
¿Cómo dejamos que crezca este odio?
¿Qué nuestros hijos crezcan sumidos en la apatía
de los que vimos subir el fango, llegar el golpe,
llegar la sangre, llegar el llanto, llegar la muerte?
Estoy transido por esta culpa, pero me absuelvo
Pero me absuelvo, sigo mi vida, sigo tranquilo desayunando
mientras observo, como en la tele juzgan mi crimen,
Les ponen nombre a los asesinos… y me exonero
Víctor Heredia
Lic. Verónica López
Tekoá Cooperativa de Trabajo para la Educación. Ltda.