Lo revelador es que la cuestión se ha instalado en nuestra cotidianeidad y el paradigma de la “guerra contra las drogas” que inauguró Nixon en la década del 50, parece ya perimido. Los contendientes parecen cada vez más aliados, más en connivencia.
El combate se parece cada vez más a una sociedad, donde se disimula para la tribuna. Un juego en el que nadie cree.
En este escenario inaugurado aparentemente en la década del 90, en un contexto de exclusión social, cada uno buscó su lugar: algunos como Transas, para sobrevivir la miseria, otros, tal vez más frágiles, hundidos en consumos de basura y paco, se entregaron ante la falta de mejores oportunidades de vida, a una lenta modalidad de la muerte. Fueron aquellos descartados, desechados y expulsados por el sistema. En otros la disponibilidad de drogas, funcionó como mecanismo de fuga, aquellos que, explotados laboral y económicamente, viven en una frustración permanente, o como evasión para los que, agarrados con los dientes, temen caer del sistema y pagan con el “consumo problemático” el costo de la negación de un mundo degradado, desgarrado, deshumanizado.
No es casual que un 25% aproximadamente de los suicidios se vinculen a adictos al alcohol o las drogas ilegales.
El terreno fértil es una cultura hecha malestar, como decía Ulloa, donde el alcohol o las drogas, los “quitapenas”, como lo llamaba Freud, sean los principales lenitivos para soportar el “dolor de existir”. Porque se trata, en el fondo, en el tema de la adicción a las drogas, más que de policía y represión de delitos, del dolor y del sinsentido de esta existencia. Porque el problema del que se trata, para no desenfocarnos, es el de una cultura hecha malestar, violencia, degradación, que despoja a los jóvenes del “gusto por vivir”. De lo que se trata es de evadirse de este mundo, en muchos casos, a través de las drogas. Sin embargo, la ley vigente aún se centra en la criminalización de los consumidores y la lucha contra “la droga” (como si ella, la “maldita cocaína” fuera, por sí misma, el problema).
La ley 23.737, aún vigente, confunde al consumidor con el delito, con sus consecuentes prejuicios, estereotipos, demonización y discriminación de los consumidores. Esta ley entra en contradicción con la tan denostada ley 26.657 nacional de salud mental y “adicciones”. Precisamente ésta última da a los adictos, el mismo trato que a las personas con padecimientos mentales, lo que los ubica en el campo de la salud, no del delito. Sin embargo, desde grandes medios de comunicación, vuelven a atacar a la ley de salud mental con mentiras y falsedades. Atribuyéndole conceptos que la ley no dice, distorsionándola, atribuyéndole impedimentos para el abordaje de las adicciones que no son ciertos, como la insistente falsa idea de que la ley impide las internaciones, lo cual no es cierto. Debemos reiterar que eso es falso, que la ley de salud mental, sigue siendo una herramienta positiva para tratar las adicciones. Si hubiera una aplicación plena de la misma, claro.
EL TRATAMIENTO DE LAS ADICCIONES
Es un terreno sumamente complejo. El de los consumos problemáticos es un campo heterogéneo, por lo que bien vale la singularización de las situaciones. Siguen siendo difíciles las definiciones, los métodos, los paradigmas, los objetivos. Las personas que necesitan un tratamiento para las adicciones a las sustancias suelen adoptar mecanismos de negación, muchas veces, carecen de consciencia del problema. Si llegan a embarcarse en los tratamientos, empujados por la ley, la policía, la familia o por cierta advertencia de las graves consecuencias que pueden suscitarse, en aquellas circunstancias que denominan “tocar fondo”, no suelen igualmente adherir a los tratamientos. Suelen ser inestables, abandonar, recaer, con todos los costos emocionales a nivel personal y familiar que sufren.
Es un tema complejo. Hay que decidir en cada caso, porque cada uno es distinto. Decidir por ejemplo en los tratamientos: ¿Abstencionismo o reducción de daños? El abstencionismo, es decir, la privación del consumo como requisito del tratamiento, ¿no termina poniendo el acento en que el problema es la droga y no la relación que el sujeto establece con ella? ¿No termina dejando de lado la significación que la droga tiene para el sujeto? Pero, asimismo, en determinados casos, si no se detiene con la abstinencia, la desintoxicación el consumo, es posible frenar la deriva destructiva y/ o autodestructiva en la que puede caer un adicto? Hay que analizar el “caso por caso”.
La misma definición de las adicciones es problemática, complejísima, porque ¿Qué son las adicciones? Voy a tomar tres aristas posibles para poder pensarlas, siempre de un modo parcial. Sus diversas acepciones y una conceptualización Freudiana pueden orientarnos. Etimológicamente deriva del latín “addictus”, que significa “entregado a”, haciendo referencia al antiguo derecho romano, donde alguien se convertía en “esclavo por deudas”. Este particular personaje se caracterizaba por gastar rápidamente en placeres terrenales el dinero entregado por sus acreedores, sin mesura, por lo que terminaba convirtiéndose en esclavo de su acreedor. Este vínculo de esclavitud, de dependencia extrema, sin límites, parece estar asociado a los adictos. Otra guía en el abordaje de las adicciones la otorga S. Freud, cuando las define como la “cancelación tóxica del dolor”. La existencia, el dolor como un incremento insoportable del displacer y toda la vida afectiva de un sujeto pueden desbordar de tal modo las vías de procesamiento psíquico, que apele al mecanismo de la anestesia, de la evasión, como “estrategia” inconsciente para suprimir un sufrimiento devastador. El adicto escapa del dolor, anestesia el sufrimiento de la existencia, con el tóxico como modo de “cancelación “según Freud. Claramente es una “solución” ilusoria. En esos casos, los tratamientos deben apostar a dispositivos que promuevan vías de ligazón de lo traumático a través de la simbolización, de la historización del sujeto, en vínculos terapéuticos que lo sostengan. Es la vía del tratamiento que prioriza el acceso a la palabra, a los sentidos, al mundo del procesamiento simbólico, de las posibilidades de expresión de sus afectos, sus enojos, sus angustias, que los adictos ahogan en las drogas, lo que puede dar lugar a ciertos procesos de cura, siempre difíciles, siempre inestables. Toda una apuesta a la subjetivación, a la palabra, a la tolerancia a la frustración para integrarse desde procesos sublimatorios a la cultura, para tolerar el dolor de existir y acceder a las vías del placer. Es esa vía, ese proceso el que está comprendido en la segunda acepción del término adicción, a la que hacíamos referencia. Ella deriva de la separación del prefijo a- que significa no- y dicto. Así, el universo del adicto, sería el imperio de lo no dicho, de lo silenciado. El padecimiento que se escenifica en el acto y se inscribe en el cuerpo, cuando la palabra falta.
INTERNACION Y ABORDAJE AMBULATORIO
A veces son necesarias las internaciones cuando se juega en el sujeto, una deriva tanática, destructiva que es necesario limitar. O para permitir una desintoxicación como parte de un proceso de tratamiento más complejo. Contrariamente a las mentiras impulsadas por los medios que falsean la ley de salud mental, nada hay en su letra ni en su espíritu que lo impida. Remito a la lectura del instrumento legal a quien desee una consulta directa, yo digo de memoria que la ley plantea dos tipos de internaciones en los casos en los que se presentan crisis de salud mental y adicciones. Una voluntaria y la otra involuntaria. La segunda obviamente se refiere a la falta de consentimiento del usuario. La internación involuntaria depende de la evaluación de los equipos interdisciplinarios de salud mental. El criterio para decidirla es que se presente una situación de “riesgo cierto e inminente para sí o para terceros”. Si bien la ley comprende las internaciones como una restricción a la libertad ambulatoria del usuario y la aconseja después de agotar todos los recursos ambulatorios existentes, de ningún modo la prohíbe, y su limitación en el tiempo refiere a tiempos subjetivos ya que solo hace referencia al “menor tiempo posible”. En la lógica de los tiempos de recuperación del sujeto, eso no significa necesariamente tiempos cortos.
Los instrumentos para abordar las adicciones están, si se sabe leer la ley. Cuando es posible el tratamiento ambulatorio, nuestra ciudad cuenta con una institución municipal para la prevención y asistencia a las adicciones, coordinado por un muy idóneo profesional, el Licenciado Rubén Mendoza. Funciona en JJ Paso y Sarmiento y cuenta con un programa terapéutico.
EL HOMO CONSUMENS
Claro que las adicciones son un síntoma social, por lo tanto solo cuando algo de la estructura cambie, algo se modificará. Pero a las estructuras las cambian los sujetos.
La modernidad y la post modernidad han promovido una subjetividad que Erich Fromm llamó el “homo consumens”. “Es el hombre cuyo objetivo principal no es poseer cosas, sino consumir cada vez más, compensando así su vacuidad, pasividad, soledad y ansiedad interiores(…) la necesidad de lucro de las grandes industrias de consumo, recurre a la publicidad y lo transforma en un hombre voraz, un lactante a perpetuidad que desea consumir más y más, y para el que todo se convierte en artículo de consumo: los cigarrillos, la bebida, el sexo, el cine, la tv, los viajes, e incluso los libros (hoy agregaríamos los objetos de la tecnología obviamente). Se crean necesidades artificiales y se manipulan los gustos del hombre.
El carácter del homo consumens, en sus formas más extremas, constituye un conocidísimo fenómeno psicopatológico. Se encuentra en muchos casos de personas deprimidas o angustiadas que se refugian en la sobrealimentación, las compras exageradas o el alcoholismo, para compensar la depresión o la angustia ocultas.
La avidez de consumir, una forma extrema de lo que Freud llamó el carácter oral receptivo, se está convirtiendo en la fuerza predominante en la sociedad contemporánea. El homo consumens se sumerge en la ilusión de felicidad, en tanto que sufre, inconscientemente, los efectos de su hastío y su pasividad. Cuanto mayor es su poder sobre las máquinas, mayor es su impotencia como ser humano; cuanto más consume, más se esclaviza a las crecientes necesidades que el sistema crea y maneja. Confunde emoción y excitación, con alegría y felicidad, y comodidad material con vitalidad. El apetito satisfecho se convierte en el sentido de la vida. La libertad para consumir se transforma en la esencia de la libertad humana.
Ese espíritu de consumo, es precisamente lo contrario de una sociedad en la que el hombre sea mucho y no tenga mucho” (fragmento del libro “Sobre la desobediencia” de Erich Fromm). No es casual que en la sociedad de consumo, las adicciones sean el síntoma preponderante. Que el ser se aliene en la confusión y la ilusión del tener y consumir como sus equivalentes. Los servicios y las ofertas “All inclusive”, constituyen botones de muestra del engaño alienante del consumo como completud, de que falte la falta, pero tanto se descamina que produce la abolición de aquella carencia que inaugura el deseo.
DISCUTIR, DEBATIR
Otra vía de tratar el tema de las adicciones es creando espacios comunitarios, participativos de discusión, de intercambio, de debate. Eso pretendemos desde “Lazos en red” y la Biblioteca “Julio Serebrinsky” cuando el viernes 18 de febrero a las 20 proyectemos la película “Requiem para un sueño”, en Urquiza 721, con entrada abierta, libre y gratuita. Todos invitados.
(*) Psicólogo. MP 243