TODOS LOS HOMBRES: EL HOMBRE (1)

“Era pegar el puntazo y ya. Pero pensó en los chicos del que tenía tumbado. En su desamparo. En su soledad. Arrojó, entonces, la chuza, y se fue. No sé las causas por las que interrumpió la funesta operación. Pero sí la premisa: Imaginó a su contendiente como igual. Se reconoció en él y en sus críos.  El desabrigo de los niños lo remitió a su niñez descalza“(2).

Aun en una feroz reyerta,  puede emerger la ética intersubjetiva. La que se define como “el reconocimiento de la existencia del otro como semejante” (3). El impulso destructivo  no se detiene si esa dimensión del “otro” como prójimo,  desaparece. Si para la percepción del sujeto, el otro  queda despojado de su esencia humana. Se convierte en radicalmente “Otro”. El diverso por excelencia. El distinto en extremo. Y, como tal, amenaza de su integridad, de su narcisismo.  

Todas las violencias suponen  tal condición, tal solipsismo, de la abolición de la alteridad. Toda forma de aniquilación requiere de tal construcción. La del  “otro” reducido a una excrecencia, un deshecho, una nada. Una cosa, una podredumbre, una hediondez. Una  degradación, una renegación de lo humano. Es requisito de muerte y de  tortura. A los ojos del verdugo, la víctima  debe dejar de ser una persona, para constituirse en un “monstruoso insecto”.

Kafka lo anticipó en su cuento “la metamorfosis”. Captó el clima de crueldad y deshumanización que preparó el horror del  nazismo: “Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama, convertido en un monstruoso insecto” (4). Con ese término denominaban a los judíos, gitanos, negros, comunistas, en los campos de concentración. Esta operación psíquica se completa con un discurso de justificación de su exterminio, físico o psíquico. Es requisito la construcción del enemigo como riesgo, amenaza, repugnancia que urge extirpar.

Humberto Eco ha escrito un texto brillante que se llama “la construcción del enemigo”. Allí explica cómo naciones, etnias, grupos humanos enteros, han sido objeto de esa construcción: negros, judíos, mujeres, homosexuales, orientales, etc. han sido demonizados. Su “delito” y su “condena” no son individuales, por lo tanto nada pueden hacer para defenderse o resarcirse, sino de pertenencia. Son torturados y exterminados porque son “distintos”, porque pertenecen a otro grupo.

Es increíble que sigamos hablando de tortura. Es el paradigma de la crueldad, dice Ulloa. Del dolor psíquico interminable, producto de la encerrona trágica. La encerrona cruel, que sufre el torturado, es una situación de dos lugares sin tercero de apelación, sin tercero de la ley. Solo la víctima y el victimario. La sobrevivencia de la víctima depende del monstruo  que lo atormenta. Es un estrago psíquico incalculable.

Comisiones de contralor funcionarían como tercero de la ley. Sustraerían a la víctima del terror. Que no se hayan constituido aun,  esas comisiones, denuncia y revela la legitimación de una cultura de la mortificación. Ulloa dice que la existencia de la tortura necesita de dispositivos socioculturales de la crueldad. En limpio, solo hay tortura en una sociedad cruel. Una comunidad en convivencia con la tortura, y en general con todas las situaciones de brutalidad. Para que haya tortura, debe  haber connivencia de buena parte de la sociedad. Es decir, indiferencia y/o complicidad frente al sufrimiento.

Se puede “matar con la indiferencia”. Con los ojos que no ven, y los corazones que no sienten. Así fue muerto, un par de días atrás, el fotógrafo franco-suizo René Robert, tirado en una calle de París. Tenía 84 años.  Salió a pasear, cayó. No pudo levantarse. Estuvo  largo tiempo tirado. La gente pasaba y lo ignoraba. 9 horas después, una mujer alertó a los servicios de emergencia. Era demasiado tarde. Se puede asesinar con la insensibilidad, el desdén, la apatía. También por nimios objetos de consumo. Quitar la vida a otro por un celular, unas zapatillas, una bicicleta .Colosal  exaltación del consumo y la deshumanización. Máxima expresión  del desprecio por la vida humana. Que ha perdido sentido para el asesino. O no nunca lo ha tenido. ¿Cómo llegó a ese deterioro?

Muchos sospechan que una horrenda muerte sucedida esta semana, haya tenido que ver con hechos de odio. Su sola presunción nos habla de un clima. La discriminación y el odio engendran también esta recusación de la humanidad como comunidad de lo diverso. De abolición de la dimensión del Otro como igual. Las diferencias económicas, políticas, religiosas, raciales, sexuales, son suficiente excusa para ese odio. 

Muchas personas discriminan por razones sexuales. También  a los pobres. A los “negros” como los llaman peyorativamente. Los marginan, los excluyen, los desestiman, los humillan. Pero también los explotan. La explotación laboral configura un extendido escenario de una deshumanización atroz. De la injusticia y de la degradación del hombre. El trabajador es reducido a una faceta cósica. Objetualizados, sin salida a su situación, son víctimas también de una encerrona trágica, pues, ¿a qué defensa  puede recurrir esos trabajadores fragilizados?

En todos estos casos, se trata del “valor de la vida humana”. Y de comprender que los hechos de  tortura, de muerte, de discriminación y de odio que nos han conmovido hasta el estremecimiento  en estas últimas semanas, no sean, probablemente, acontecimientos aislados, sino síntomas de una trama  comunitaria corroída por la degradación de lo humano. Por su descomposición. Por el deterioro de los lazos sociales.

En un entramado comunitario en el que predominen vínculos  persecutorios, en los que el otro sea un eventual enemigo, adversario, competidor, amenaza. Las características del lazo social dependen de la lógica del mercado. Del capitalismo. Allí cada vida tiene distinto valor. Y todas valen menos que el dinero y la propiedad. El hombre vive alienado. Ya no es un fin para el hombre. Ya no es un fin en sí mismo. Es un medio, instrumento, una cosa, un número,  un objeto de la satisfacción del goce del “Otro”. No es una teoría. Lo vemos todos los días. Y en  todos los ámbitos. En el trabajo precario. En los desocupados En aquellas personas que no pueden sustraerse a la explotación, al negreo. . En la violencia laboral. En el maltrato a  niños y viejos.  En el ámbito de las relaciones amorosas. No solo en la violencia de género o en  los noviazgos enfermizos, sino en las formas de los “encuentros”. Hoy los chicos hablan de “transar” o “comerse” como expresión de un vínculo erótico fugaz y parcializado. Allí se dibuja un “otro” sin nombre ni rostro, una máquina de producir placer. El otro es  “droga”, objeto de consumo. Descarga inmediata del goce, sin compromiso intersubjetivo. Pura imagen onírica que acompaña el flash de las drogas sintéticas, tan en auge. Música electrónica, movimientos maquinales, sin seducción Ese otro humano, ese semejante  vuelve a desdibujarse en cada relación de injusticia, arbitrariedad, sometimiento. En las que el más” fuerte” depreda al más “débil”. Cada vez que se justifica que el más apto sobrevive y el más enclenque perece, como una deriva natural de la especie, el hombre baja de escala. Y se precipitan, como sus secuelas lógicas, los aberrantes hechos que vivimos.

El desafío en estos tiempos de ferocidades es, como decía Ulloa, resistir desde la ternura. Es la emoción que se opone a la crueldad.

La ternura es ya una sublimación de los instintos crueles, cuando predomina el bienestar en la cultura. La incorpora quien, precozmente, ha sido sostenido, cuidado, mirado, al abrigo del amor materno, de los maestros, de los amigos. Es, la ternura,  el lugar, temprano lugar, desde donde se puede construir el “sujeto ético” en términos del Bleichmar. Aquel cuya conducta parte del reconocimiento de la existencia del “otro” como semejante. Del respeto de la alteridad  como igual en la diversidad.  Aquella que promueve la identificación, la capacidad de “sentir” que el  otro es igual y diferente a la vez. Solo desde la construcción de esas legalidades, es posible la construcción de la actitud de “preocupación por el otro”, la empatía, la solidaridad. Todos somos responsables en esa trabajosa edificación de los lazos sociales, que eleve al hombre imponiendo restricciones al egoísmo y la barbarie. Porque si bien el sistema condiciona, es “hechura cultural”, no somos solo agentes pasivos y resignados receptores de valores. Somos sujetos capaces de transformación. Nos queda, como opciones,  la connivencia con la crueldad, en forma de distrato, complicidad o indiferencia con el sufrimiento del “otro”. O el compromiso ético con otra humanidad posible. Con otra realidad, en la que todos los hombres, sean el Hombre.

(1)Paráfrasis del libro de Cortázar “Todos los fuegos el fuego”, como expresión de equivalencia.

(2)“La Reyerta”(relato Diario Junio 04/10/21)

(3)Concepto de Silvia Bleichmar, Psicoanalista

(4)“La metamorfosis” cuento de Franz Kafka

 

(*) Psicólogo. MP243

Entradas relacionadas