SOMOS LO QUE HACEMOS PARA CAMBIAR LO QUE SOMOS (*)

No voy a ignorar que, ante el virus, todos estamos un poco desconcertados. El temor al contagio es lógico y hasta cierto punto saludable. Si ese temor nos hace evitar las salidas innecesarias, nos obliga a lavarnos las manos con frecuencia, usar barbijo y respetar la distancia de los demás, es un temor que ayuda.

El problema aparece cuando nos enteramos de algún enfermo diagnosticado con COVID, o incluso cuando sabemos que alguien se encuentra aislado en su casa, por precaución. Si el sentido común nos dice que un enfermo puede necesitar ayuda, ánimo, apoyo, en este caso se activa nuestro gen paranoico y solo queremos que esté lejos, aislado y solo. ¿Qué nos pasa? El COVID transformó al otro en nuestro enemigo y actuamos con reflejos bobos, irracionales.

¿Te preguntaste qué pasaría si el enfermo fueras vos, o alguno de los tuyos? Si te recomiendan aislarte por precaución a la espera de resultados, ¿te gustaría ser tratado como portador de la peste?

Porque hasta donde sabemos, nadie tiene la salud comprada. También te puede pasar a vos, a mí, a cualquiera.

¿Queremos ser tratados del modo en que estamos tratando a los enfermos, a las personas en aislamiento preventivo, a sus familiares? Empatía es ponerse en el lugar del otro, tal vez nos esté faltando ejercitarla…

Estamos a tiempo de cambiar, antes de que sea tarde. Aún podemos “construir una sociedad más justa, donde el hombre no sea el lobo del hombre sino su compañero y su hermano”. Pero empecemos mirando cerca, alrededor de nosotros. Empecemos por los que están sufriendo esta enfermedad. Empecemos ahora.

2.- Nadie elige enfermarse. Todos queremos estar sanos y tener una vida saludable y feliz. Pero aparece el coronavirus y nos desestabiliza.

De repente la vida se encuentra amenazada, y eso nos obliga a replantearnos la nuestra. ¿Cómo hacemos para salvarnos? ¿Cómo mantener a nuestros afectos a salvo de la enfermedad?

Así incorporamos el barbijo, adoptamos nuevas conductas, es casi tan importante tener a mano el alcohol en gel como el celular, procuramos mantener distancia en los lugares públicos. Y rogamos que termine pronto.

Pero claro, el virus es porfiado, escurridizo y logra afectar a algunas personas, que sin saberlo ni quererlo se lo transmitirán a otros antes siquiera de enterarse que son portadores o que sientan algún malestar.

Entonces, cuando nuestros vecinos que integran los equipos de salud, cargando en su mochila sus problemas personales y familiares, sus miedos y su vocación, se enfrentan a la enfermedad, atienden a los enfermos procurando su restablecimiento, identifican contactos y les piden que se aíslen en forma preventiva hasta saber si se han contagiado o no; mientras estos vecinos nuestros ponen manos a la obra, otros ponemos a andar las redes sociales. Y allí los buenos vecinos nos transformamos en prejuiciosos, sospechamos de todo y de todos, acusamos a los enfermos por haberse enfermado y a sus familiares por salir a comprar lo necesario para la vida. Decimos que el gobierno no hace nada pero cuando hace queremos que los enfermos sean alojados lejos de nuestras casas. En la Edad Media a los leprosos se los alejaba de la ciudad, para que no contagien. ¿Hemos vuelto tan atrás con nuestros pensamientos y deseos?

¿Qué tal si usamos las redes para preguntar qué se necesita, cómo ayudar? ¿No podemos “viralizar” los buenos deseos para que quienes enferman reciban mensajes de apoyo y aliento? No te preocupes, te cuido tu casa mientras estás internado; me ofrezco a hacerle los mandados a tu familia que está aislada por precaución. Tu enfermedad ya va a pasar.

Sobre todo, que esta odiosa enfermedad no haga de nosotros personas de las que nuestros hijos estarían avergonzados, sino orgullosos.

Será mucho pedir que intentemos ver al que se enferma como un hermano que necesita. No te pido que te acerques a abrazarlo, no soy tan “loco”. Podes empezar con no hablar mal de él, no intentar expulsarlo de donde vivís. Y si no querés hacer nada por él ni por su familia, al menos dejá que otros lo hagan. Pero no te sumes a los comentarios de las redes, esos que hieren, dañan. No sé si te sentís bien al hacerlos, pero a muchos nos hace sentir muy mal el leerlos. Y creeme, no vamos a ser mejores de ese modo. Solo te pido que lo pienses. Y si pensás como yo, que me ayudes a que otros también lo piensen. Gracias por tu tiempo.

 

 

(*) Eduardo Galeano

Entradas relacionadas