Cualquier enfoque prudente de la sociedad concordiense dejaría ver una realidad que es insoslayable: la que se establece entre las miserias que exhibe la comunidad (marginación, pobreza, desocupación, manejo del poder, trasgresiones permanentes a los valores elementales) y la ausencia de una motivación para confrontar las ignominias y el orden social y político que las genera.
Por el contrario, si algo existe en esta sociedad es la falta de pretensiones para construir otras alternativas sociales y políticas. La consecuente postura de una mirada cómplice -en su indiferencia y apatía- a la lógica política que prevalece, y que necesita de una mirada que no trascienda, posibilita que los indicadores del deterioro humano, social, económico y político sean sólo un dato más.
Toda sociedad es construcción y requiere acuerdos respecto a los modos de asociarse. La construcción es diaria por eso, en el espejo de la vida cotidiana de la ciudad, todo lo que se refleja es producto de la forma de asociarse que se eligió.
Para esta sociedad, el orden injusto y obsceno que permite 27.000 angustiados inocentes (65,4 % de la población total de chicos hasta catorce años) que no cuentan con los elementos básicos para su desarrollo, de los cuales 14.000 de ellos (33,2 %) no alcanzan siquiera a cubrir las necesidades básicas alimentarias, sigue siendo un dato más.
En una comunidad con criterios de excelencia esto no sería un dato más. Lejos estaría de aceptar esta indignidad, que es la que justifica toda resignación, porque la tendría superada a partir del conocimiento de lo indigno. Y ese es el primer paso para crear un espacio de mirada alternativa.
Concordia está estrechamente imbricada a la rutina de un dato más, los acontecimientos cotidianos que hacen visible las desigualdades, encuentra a la mayoría cosificados a sujetos pasivos, a espectadores de una realidad ya hecha y dispuestos más a recibir que a producir.
Esta pasividad permitió a “la política” de aquellos que pregonan la justicia social, instaurar un darwinismo social obsceno, donde la gran mayoría debieron resignarse a perder siempre. Un dato más, el 10% de los que más tienen reciben 32 veces más que el 40% de los que menos tienen. Por supuesto, muy lejos de los pactos sociales que propagan la equidad.
Es claro que quienes gobiernan esta ciudad y la provincia, no quieren que otros ofrezcan una mirada alternativa a la suya, porque en la esencia de su poder está la dominación, la hegemonía. Dominar para luego transgredir. Su sueño dorado es el control absoluto, y que no los controlen.
El gobierno provincial y comunal con holgura fiscal, con crecimiento de recaudación, con estabilidad política, elementos fundamentales que permiten habilitar a procesos de reformas, no han sabido -o no quisieron- generar un conjunto de discusiones con la sociedad para posibilitar el surgimiento de una mirada distinta de relacionar las instituciones del Estado con la gente.
Ahora, la mala arquitectura institucional que hoy tenemos no es culpa solamente del gobierno, sino también de la falta de oposición y control serio político. Ni hablar de una oposición que proponga debatir ideas o de militar ideas de cambio.
Muchos de la oposición no han entendido que en política lo más importante no son las intenciones que se persiguen sino las consecuencias objetivas de las prácticas que llevan adelante.
Hoy la oposición no representa las disconformidades de la sociedad, siendo también cómplices de que los indicadores del deterioro sean un dato más.
Para terminar con la cuasireligiosidad de la aceptación de un dato más, el concordiense deberá asumir que la “razón” política va mucho más rápido que sus raptos espasmódicos y que, en el devenir de la ciudad, no puede haber una auténtica mirada alternativa si no se hace un esfuerzo por modificarla.