Uno de ellos, llamado modelo social, está compuesto por personas en situación de discapacidad. El único en el que los sujetos que vivencian la discapacidad tienen voz y voto. Este sostiene que la discapacidad es una producción social que los oprime. Considera que la sociedad organiza sus prácticas políticas, sociales, económicas, culturales, medioambientales e institucionales bajo el criterio de “normalidad” excluyendo a las personas con discapacidad. Entonces, bajo el lema “nada de nosotros sin nosotros” declara que los discapacitados deben despertarse, concientizarse y luchar por ocupar lugares de poder conquistados por “normales”. Entendiendo que la sociedad los deja por fuera, les corresponde a ellos golpear la puerta para poder entrar, es decir, luchar al igual que los colectivos que han sido señalados y excluidos del lazo social como es el caso de mujeres, diversidad sexual y raza.
Es interesante que cite a las mujeres entre casos similares. Ellas han alcanzado grandes cambios exigiendo ser respetadas y peleando por ocupar los mismos lugares de poder que los hombres. Ahora bien, antes de que dicho colectivo logre grandes conquistas como el sufragio femenino y mientras muchas mujeres llevaban adelante el cambio social, a otras ni siquiera se les ocurría la idea de semejante suceso ¿para qué votar si eso era tema de hombres?, por ejemplo.
Esto nos da pie para plantear que de la misma forma que esas mujeres no podían permitirse la posibilidad de pensar que estaban siendo excluidas del lazo social, existen sujetos con discapacidad que ni siquiera consideran necesario tocar la puerta para que la sociedad las deje entrar. ¿Entonces qué ocurre con esos sujetos con discapacidad que, según este modelo, se encuentran dormidos?
Hoy en día casi todos los países aprueban la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. Un acuerdo internacional sancionado por la ONU en 2006, que toma al social como modelo rector, con el propósito de promover y asegurar el goce de los derechos humanos por todas las personas con discapacidad.
Independientemente de si se cumplen y de qué manera son llevadas a la práctica las leyes que regula dicha convención, es necesario reconocer que la existencia de un derecho no siempre conlleva que este pueda y quiera ser gozado por los sujetos para quienes fueron decretados. De hecho, aunque bares y bibliotecas cumplen con los requisitos para su habilitación, como rampas y baños accesibles, en raras ocasiones se los encuentra leyendo un libro o bebiendo un trago. Lo que nos lleva directamente a reflexionar sobre la subjetividad de estos sujetos.
Al respecto, el psicoanálisis plantea que el sujeto se constituye a partir de un otro. Y que necesita del encuentro con ese otro para su constitución. Como dice una autora psicoanalista, el ser humano es el efecto de estructuras que lo preceden, las económicas, las sociales y las parentales. En consecuencia, la definición sobre discapacidad que propone dicha Convención
aparece como una piedra nodal sobre la que se estructura nuestro posicionamiento. Esta sostiene que la discapacidad es un concepto que resulta de la interacción entre las personas con deficiencias (físicas, mentales, intelectuales y sensoriales) y las barreras del entorno que evitan su participación en la sociedad, en igualdad de condiciones con las demás.
Como se puede observar esta concepción se sostiene sobre el término “interacción” y su importancia radica en dos motivos:
Por un lado, con otras palabras, indica que discapacidad cobra singularidad a partir de ese encuentro entre dicho sujeto y la sociedad. Lo que permitiría pensar que las deficiencias pueden ser consideradas como un rasgo más del sujeto y no una discapacidad en sí misma. Por lo tanto, ya no hablaríamos de sujetos con discapacidad sino de sujetos en situación de discapacidad; situación producida por la sociedad.
Y por otro, esta interacción se vuelve primordial debido a que, desde una lectura psicoanalítica, ese encuentro es constitutivo del sujeto, es decir, configura su subjetividad. Para profundizar este punto, es indispensable explorar las estructuras parentales, económicas y sociales que conforman dicha interacción y de las que, como dijimos, es efecto el sujeto.
Estructuras parentales
Debido a que el sujeto se debe ir constituyendo mediante un proceso de fases y momentos enlazados, en el que la función materna y la función paterna son elementales, es interesante pensar semejante desarrollo en el interior de las familias que reciben la confirmación de un diagnostico, ya que el sentido que los padres otorguen a las deficiencias de su hijo hace a su constitución.
Hay familias que no pueden tramitar el duelo del hijo cargado de expectativas, para conectarse con el hijo que tienen delante. En estos casos, los padres deben enfrentarse con un ser que no es un buen reflejo donde sus narcisismos logren recrearse, con un niño que como producto de ellos no les otorga valor y, por lo mismo, no puede ubicarse como el falo que la haga sentir completa a la madre. Lo que podría derivar en que el rostro materno, precursor del espejo, devuelva al niño una imagen de sí mismo empapada de desilusión y fracaso; o peor aún, puede ocurrir que ese rostro no responda.
Por otro lado, si la madre significa esa discapacidad del sujeto al modo de una necesidad constante de su presencia y atención, daría lugar a una relación madre-hijo muy estrecha, con poco espacio para un tercero, quedando padre y hermanos en un lugar periférico. Lo cual no solo generaría que el hijo llegue a ser un desconocido para el padre y que por lo tanto se acreciente su alejamiento, sino que también dificultaría que esa madre permita independizarse a un hijo que según su parecer no puede ser sin ser cuidado por ella.
Claro que este proceso va a depender de los recursos con los que cuente cada familia por lo que es posible que estas situaciones las lleven a un crecimiento y fortalecimiento.
Estructuras sociales
Los sujetos están rodeados de normas. Hay normas escritas en formas de leyes, otras tácitas, normas que sólo son válidas en determinado territorio. Las crean, rompen, las cuestionan y alimentan a diario. Y es que son principios o reglas que determinan lo que es correcto o habitual, o sea, normal.
Su uso es tan cotidiano y fundamental que al parecer los sujetos incorporan de forma automática el mecanismo de demarcar constantemente lo que es correcto y/o normal. Y en consecuencia, acostumbran a regirse por aquello que se configura dentro de la norma, de modo que todo lo que queda por fuera es extraño y, a veces, inadmisible.
La sociedad tiene poca aceptación de lo diferente, como todo lo desconocido su aparición le despierta intriga, sorpresa o incluso indiferencia. Así es que quienes llevan su rasgo como parte del cuerpo, de su forma de desplazarse y de comunicarse, no forman parte de lo que en el discurso social es considerado correcto y habitual.
Y en la constitución constante del sujeto el otro aparece como referente, entonces si con comentarios, actitudes o la mirada, le certifica una diferencia que lo expulsa de la norma, el sujeto con discapacidad puede hacer propia dicha extrañeza que al otro le produce encontrarlo.
Estructuras económicas
En cuanto a la estructura económica se puede observar que modelos subjetivos momentáneos configurados por los intereses del mercado son parte de la realidad que atraviesa a los sujetos a diario y, que a su vez, estos sostienen.
Pero ¿Se muestran personas con discapacidad usando cosméticos que prometen una piel joven y de porcelana? ¿O utilizando perfumes y desodorantes que aseguran conquistas amorosas? La respuesta es no. Ocurre que productos y servicios pensados para el común de la población no apuntan a convencer ni a representar a los sujetos con discapacidad.
Y aunque actualmente hay algunos intentos de modificar esto, lo que el mercado propone y dispone para estas personas gira en torno a cirugías, rehabilitación, medicamentos, elementos ortopédicos y una infinita red de prácticas y teorías que se les presentan como dueñas de la cura.
Como el sujeto con discapacidad era una carga social para el capitalismo por no poder producir y ser un objeto de asistencia, se creó un nuevo enfoque mediante el cual se medicalizó el concepto de discapacidad. Entonces, estos sujetos improductivos como trabajadores, se transformaron en productivos para la industria médica que se enriquece al exprimir una condición médica a modo de mercancía. Con lo que, la producción de la categoría Discapacidad no es diferente de la producción de autos o hamburguesas.
Estos son algunos factores que permiten vislumbrar que no solo discapacidad surge en esa interacción entre el sujeto y la sociedad, si no que a la vez ese encuentro discapacita a los sujetos con discapacidad. De ahí tiene sentido que así como algunas mujeres habían hecho propios los discursos patriarcales de aquel entonces, personas con discapacidad introyectan las barreras impuestas por la sociedad. Barreras actitudinales, de transporte, comunicacionales, arquitectónicas y políticas que las atraviesan haciendo a su constitución subjetiva.
Visto así, tenemos sobradas herramientas para afirmar que es necesario un cambio social, ¿verdad? De hecho podría considerarse que, aunque lentamente, este ya comenzó a gestarse.
Debemos dejar al descubierto las complejas causas estructurales de segregación. Y desde ahí cuestionarnos la práctica cotidiana y revolver más profundo, en los valores y las creencias. Porque es responsabilidad de todos conformar una sociedad que reconozca que la diversidad le es inherente. Entendiendo que cada sujeto que conforma una sociedad es diferente, no sólo aquel grupo que hoy se encuentra bajo alguna etiqueta como es la de “discapacitado”. De forma que llegue el día en que nadie tenga que tocar la puerta para que le dejen entrar.
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