Si miramos bien, ocurre en distintos lugares del planeta, y con motivaciones diversas.
El mismo día, y con sus diversos matices, se vieron protestas varias en España o Italia, contra las restricciones “cuarentenarias”
Quienes somos de otra generación hemos debido adaptarnos en los últimos tiempos al uso de términos y cosas que nos superan: PC; fibra óptica; TV por cable; teléfono celular; gps; drones; banda ancha; smartphones, etc. etc.
En el mundo de las comunicaciones instantáneas , en pocos minutos, los celulares y las redes sociales, te difunden una noticia, verdadera o falsa.
Y te arman una convocatoria movilizadora que llega a miles, quizá millones de personas.
¿Quién convoca? Nadie. Todos.
El gobierno reacciona, lamentablemente, con escasos reflejos. Dando palos de ciego: hoy escucho algunos operadores y aun altos funcionarios echando culpas a Mauricio Macri.
Sin darse cuenta que suponer que el ex presidente, desde su dorado “exilio” en París, mantenga semejante capacidad de movilización de miles de personas, es atribuirle un liderazgo que, a esta altura, dudo pueda el “Gato” poseer.
Se habla, por ejemplo el ministro Cafiero, de “irresponsabilidad” de los convocantes, a una aglomeración en tiempos de pandemia.
Cuando en realidad la lectura debiera ser otra ¿cómo es que tanta gente se anime a salir a la calle, con riesgo a contagiarse ellos mismos, si no sintieran una necesidad o angustia que está por encima del temor?
Se hace alusión también al “uso político” de los problemas de la gente: es cierto, el PRO, los radicales, los de Lilita, y otros opositores pueden querer, seguramente lo hacen, capitalizar este descontento.
Pero, ojo, más allá de los pescadores a río revuelto, ellos no son los dueños de la protesta.
Basta ver la composición social de los sectores movilizados del lunes para advertir sin mayor dificultad, mayormente a la clase media.
Gente, en su mayor parte independiente, políticamente hablando.
Que puede expresar su bronca en los partidos actualmente opositores.
O puede que no, según se sienta, o no, interpretada por ellos.
Lo que sí no hay que perder de vista es que, en momentos difíciles como los que vivimos, el grupo social que protesta es el más afectado: porque los empresarios de clase alta, tienen “resto” para aguantar.
Y, si se les pone pesada la cosa, echaran algunos obreros o empleados.
Los de más abajo se encuentran, hasta ahora al menos, relativamente contenidos, a través de planes sociales, subsidios o asistencialismo varios.
Que en esto el peronismo se sabe manejar, si gobernara el PRO o los radicales, ya estaríamos viendo asaltos a supermercados y almacenes.
Los que padecen verdaderamente la peor carga son los de clase media: el pequeño empresario; el comerciante medio; el profesional, el cuentapropista.
Los que viven del “día a día” de su trabajo, y ven mermado o desaparecido su ingreso, desmoronada su expectativa de vida.
Estos son, a no dudarlo, la encarnadura esencial de la protesta que presenciamos el lunes pasado.
¿Las banderas que se levantan?
Varias, algunas legítimas, otras, quizá no tanto.
Por ejemplo, como lo vimos en los carteles, la llamada “reforma de la Justicia”: es un tema eminentemente técnico que, quizá, en circunstancias normales, no preocuparía a la gente común.
Sin embargo, aunque no lo entienda en profundidad, el ciudadano medio no deja de advertir cosas elementales: los opositores dicen que de entrada nomás, la ley que se propone, implica gastar cerca de 5.000 millones.
El gobierno niega , serán, dice, a lo sumo mil millones.
Aun siendo así, ¿no es elemental que esa plata debiera ir a comprar barbijos, respiradores, camas para hospitales?¿Asistir a gente que la pandemia coloca al borde de la indigencia? ¿Cuál es la urgencia? ¿Servirá para tener una justicia rápida y eficaz, que sirva, por ejemplo, para paliar temas como el auge de la delincuencia y la inseguridad callejera? ¿O quizá la reforma tiene nombre y apellido, y el apuro está en «arreglar» (o agravar) la situación procesal de alguien, segun sea amigo o enemigo?
Creo que, más allá de las especulaciones políticas, que las va a haber y las habrá, la respuesta inteligente y sagaz no se encuentra en la descalificación.
Sino, en el oído atento que sepa interpretar sin caer en soberbia y aislamiento, y separando la paja del trigo, el mensaje de buena parte de la sociedad.
Bueno, como recomendación a los que mandan, recordemos a San Martín.
Al fin y al cabo las marchas se hicieron en su nombre:
“La soberbia-dijo el Gran Capitan- es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder».
«Mi mejor amigo es el que enmienda mis errores o reprueba mis desaciertos».