Para Nicolás Wiñazki y el diario Clarín eso es “tomar nota” de lo que a uno le dicen, sugiriendo que escribo lo que me dictan. Seguramente es el estilo de ellos.
Creo que Roberto Baratta me llamó desde la cárcel dos veces. A lo sumo, dos minutos en cada caso. Es decir que no me pudo haber adelantado ninguna estrategia, como dice Wiñazki: seguramente me dijo mañana voy a declarar al juzgado o a la Cámara. O, por favor, hablá con mi abogado porque voy a presentar un escrito. Y si hubiéramos hablado una hora, nada cambiaría: él está en su derecho de defenderse y yo en lo que creo es mi trabajo, escucharlo. Baratta está preso sin que haya sido juzgado, sin condena y, además, sin que hasta ahora se le hayan encontrado ni una sociedad en Panamá ni cuentas en el exterior ni dinero ni propiedades ocultas. Eso sucede con la inmensa mayoría de los que están en los penales de Ezeiza y Marcos Paz.
Para Nicolás Wiñazki y el diario Clarín es un pecado escuchar a los presos o a los acusados. Para ellos, es recibir órdenes.
En verdad, su problema, el verdadero problema, es que no recibo órdenes de nadie. Sobre todo no recibo órdenes del Gobierno que no hace más que bajar sueldos, jubilaciones, agobiar a la gente con los tarifazos, que bate records endeudando al país y que se dedica —ahora y antes— al espionaje ilegal.