El Covid excede la posibilidad de cambiar de tema o de hablar de otros que, particularmente, se relacionan con él. Lo que pasa en medio de una pandemia global interpela cada vez que se ven imágenes o se escuchan voces en contra de algo. Un algo que no se alcanza a comprender. O quizás sí, pero no hay seguridad para fundamentar tal percepción, pues es producto de la información que se recibe desde los medios de comunicación. Es tan increíble todo, que se desconfía de la propia lectura y escucha cuando se trata de lo que llega insistentemente como desprecio e incapacidad de ver al otro, a los otros, en momentos en que solo queda confiar en la propia responsabilidad ante condiciones sanitarias que afectan a todas las personas.
Escribir es un recurso que la situación genera, por lo que esta necesidad de expresión, se funda en lo que llega directamente a los sentidos.
No es precisamente optimismo, tampoco esperanza ante un sentimiento muy poderoso que se pronuncia como un desahogo emocional que estalla en ciertas ocasiones en las calles. Ocasiones que han opacado fechas conmemorativas de la historia nacional, que coinciden con convocatorias que subvierten todo lo que tenga que ver con solidaridad y cuidado, en medio de una crisis que debería interpelar a la conciliación de la comunidad.
Solo se perciben desahogos de odio, una emoción muy poderosa que se construye. Una persona que ve el mundo a través de los ojos del odio, es una persona que está limitada, en el sentido de que lo ve son, a través de percepciones falsas y a modo de protección, cosas que no quiere cambiar. Está en un estado de situación que intenta destruir al otro, hasta llegar a acciones agresivas y malvadas mientras proclama consignas incompresibles y vocifera en patota.
Se está viviendo dentro de una cultura de odiadores… siempre hay alguien a quien odiar y pareciera que esto forma parte de la condición humana.
El odio es transgeneracional (recorra la historia nacional y mundial), se pasa a hijos, a la sociedad y se libera como modelo para que otros lo copien. Siempre hay una razón entre nosotros y los otros, entre naciones, siempre hay alguien a quien odiar, a aquello que no está sintonizado con lo que se cree.
Para odiar se tienen que establecer grupos bien definidos, entonces cobra sentido a nivel individual y a nivel grupal (el que más preocupa). Del grupo odiado se sacan las características más superficiales y simples. Una cognición poco compleja, con una generalidad excesiva, porque no requiere pensar. Se etiquetan con estereotipos fáciles. El resultado final es suscitar odios en naciones heridas, es decir en naciones donde hay demasiados grupos odiándose entre sí.
Parece no haber soluciones para ello, solo preguntas que intenten hacer repensar el estado de situación de un presente lastimoso, en una sociedad injusta y desigual…
¿En qué grado todos los seres humanos estamos cercanos a cometer algún tipo de violencia?
¿Es el odio un despilfarro de tiempo y atención que nadie se merece?
¿El odio crea dependencia y esclavitud permanente que necesita alimentarse hasta que nos extinga?
¿Alimentar el odio, hace que todo valga y exija?
¿El odio se apodera del odiador y le hace creer que es él mismo quien lo domina?
¿El odio es la rabia de los débiles?
¿El odio es cobardía?
Son muchas más las preguntas que las respuestas, una última puede ser algo esperanzadora:
¿Un poco de educación y conocimiento nos podrá salvar a todos?
Tekoá. Cooperativa de Trabajo para la Educación