Sergio Vereda, el “dirigente civil” que terminó entendiendo al teniente coronel Varela

El escritor indicó que, en una entrevista realizada por él a un uniformado que fue segundo del ejecutor de las matanzas sureñas de principios de la década de 1920, se le describió la metodología usada entonces, y que el ex lugarteniente le dijo en ese aspecto: «(…) Cuando un militar recibe una orden tiene que cumplirla, y la cumplimos. Ud. seguramente no comprenderá porque es civil, tiene mentalidad civil; ellos eran más que nosotros, conocían el terreno y eran mejores jinetes».

Osvaldo Bayer, a su turno, en relación a la explicación que se le brindaba y en referencia a la elaborada «táctica bélica» de este sanguinario Napoleón sureño que resultó ser el nombrado teniente coronel, señala: «Varela mandaba a dos suboficiales con la bandera blanca y pedía a los delegados que fueran a conversar con él para discutir el convenio y cuando llegaban se los fusilaba. Luego, dos horas más tarde, repetía la práctica diciendo que necesitaba otros para continuar el trato y se los fusilaba nuevamente. Me fui de la entrevista sin comprender, porque como soy civil…».

Desde hace mucho tiempo se debaten las razones por las cuales el gobierno popular de Hipólito Yrigoyen otorgó tamaña carta blanca a Varela a fin de que actuara con tanta crueldad y desprecio por la vida humana.

Siendo lineales, no parece desatinado tener presente, como remarcan los historiadores al analizar el caso, que el lobby inglés fue decisivo para inclinar la balanza en contra de los huelguistas, al punto de que se habrían incluso detectado amenazas británicas de irrumpir por la fuerza en territorio argentino para «imponer la ley» y proteger la propiedad de los súbditos de la corona. No menos atemorizante para el Peludo debió ser el azote periodístico de la «prensa seria y decente» que se montó sobre los sucesos patagónicos, pintando un desmadre salvaje de la peonada que propiciaba una inminente apropiación chilena de los confines australes y otra revolución bolchevique.

Lo cierto es que el enviado militar de Yrigoyen se convirtió rápidamente más en un títere de los estancieros que en un ordenador de buena fe de la situación de conflicto, si es que alguna vez tuvo la intención de serlo, faltando hasta a la decencia mínima de no rematar a tiros a hombres ya rendidos o cautivos.
Al llegar Varela a su destino, los hacendados pusieron en sus manos un informe que él, a su vez, transmitió con fidelidad canina al gobierno y que consignaba, en franca acusación al movimiento obrero, que en la Patagonia: «…todo el orden se hallaba subvertido, que no existía la garantía individual, del domicilio, de la vida y de las haciendas que nuestra Constitución garante; que hombres levantados en armas contra la Patria amenazaban la estabilidad de las autoridades y abiertamente contra el Gobierno Nacional, destruyendo, incendiando, requisando caballos, víveres y toda clase de elementos…».

¿Qué datos habrá recibido el ministro de Gobierno de la provincia, Adán Bahl, de Sergio Vereda, secretario del Sindicato de la Carne local, respecto de las actividades gremiales de Manuel Willy Paredes y las demandas de los obreros de los frigoríficos aviares en Concepción del Uruguay en este septiembre de 2009?
No es difícil imaginar -por las declaraciones que se leen a continuación- que él también haya actuado como una perfecta correa de transmisión de un paper patronal muy similar al que le entregó al teniente coronel Varela la Sociedad Rural de Río Gallegos en noviembre de 1921. Fuertemente desvelado porque los directivos de los frigoríficos no se vieran perturbados por «gauchos alzados» que frenaran la actividad de las plantas, con verdadero orgullo de fusilador varelista satisfecho, hizo notar en una publicación digital hace unas horas: «(…) ‘está todo despejado: no hay nadie afuera de las plantas, las rutas están limpias y las empresas están comunicando que se va a faenar normalmente’. Por último, (…) dijo que esperaba que durante la noche no haya incidentes ‘y que empiece a reinar la paz que es lo que estamos necesitando los trabajadores de la Carne'» (Reportaje que puede chequearse aquí http://www.diariojunio.com.ar/noticias.php?ed=1&di=0&no=35586).

Dime qué anhelas y te diré de qué lado estás. ¿Cuáles son las principales preocupaciones de Vereda? No son, sin duda, distintas a las contenidas en la miserable enumeración de garantías para ricos que exigía la asociación de estancieros y que raudo hizo conocer a Yrigoyen el matador de la Patagonia hace casi cien años: en esa época -como ahora- se quería y se quiere una patria privada asegurada para sus usufructuarios, una propiedad privada blindada, y una bella armonía social de unos pocos privados opulentos para que el capital lucre más y mejor, pero sin reparto.
Nunca tan bien expresado ese ideario como lo está en el bando que emitió Sergio Vereda y que voló por la web; ni siquiera el parte de guerra del teniente coronel Varela lo hubiera resumido con mayor prolijidad: «(…) está todo despejado: no hay nadie afuera de las plantas, las rutas están limpias y las empresas están comunicando que se va a faenar normalmente». Hasta el eficaz y quirúrgico teniente coronel Héctor Benigno Varela, presumo, hubiera envidiado esta claridad ideológica.
Hacen notar los historiadores que la «campaña de limpieza» en la Patagonia continuó, batida tras batida, hasta el 10 de enero de 1922, y se estima que unos 1.500 obreros y huelguistas fueron masacrados por orden del jefe del Regimiento 10º de Caballería durante esa caza de «enemigos de la Patria».
Al día siguiente, exactamente el 11 de enero, la Sociedad Rural anunció en una publicación la rebaja de los sueldos de los trabajadores rurales, que descendieron un tercio nominalmente teniendo en cuenta los montos pagados al comenzar el movimiento sindical aplastado.
La desolación y el miedo traídos a la Patagonia por el «gran estratega militar» fueron contundentes y reinó la correspondiente paz de los cementerios, aunque algunas rarezas han atrapado las crónicas: los soldados que mandaba Héctor Benigno Varela no pudieron concurrir al burdel de Río Gallegos a aprovechar los favores de sus pupilas ya que las cinco mujeres los tildaron de «asesinos» y rehusaron atenderlos.
Como canta bellamente el Libro del Apocalipsis en fragmento que siempre me ha gustado literariamente: «El Espíritu Santo es como el viento: sopla donde quiere».

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