Ser y no tener

Por Fosforito

Sucedió unos días antes de la cuarentena, cuando uno todavía podía hacer y pensar cosas por afuera del asunto de la pandemia: El muchacho de camisa pálida con tiras de color vivo contenía su sonrisa. Se notaba la tensión en su rostro de ojos iluminados. La madre, al fin, había sucumbido a la presión sobrehumana de su hija adolescente y desplegaba sus tarjetas de crédito sobre la mesa de la sección ventas. Me la imaginé una mujer con trabajo estable, de sueldo mediano (los plásticos no eran de colores dorados ni platinados), tal vez divorciada, posiblemente jefa de hogar… La vi lidiando entre la sensatez y algún sentimiento de culpa tal vez… La vi firmando una nueva rendición. Comprometiendo horas de trabajo – de vida- por el próximo año y medio. La vi aceptando las condiciones de la derrota: 18 cuotas repartidas entre dos o tres tarjetas para no sobrepasar el límite de gastos, en pesos, sin interés (¿?), por un teléfono celular de más de 35000 pesos.

A veces es difícil poder decir que no.

Un gasto estólido para satisfacer el deseo que nunca se llega a satisfacer. Un gasto inoportuno para demostrarse que también puede y que vale tanto como todos lo que también pueden comprar. Una remake re versionada de “El orgullo de los pobres” que en determinadas circunstancias de la vida (bautismos, matrimonios, cumpleaños, entierros) impulsa a los menos afortunados a sacrificar los pocos recursos con el único objeto de hacer las cosas igual – o parecidas- a quienes ocupan los peldaños privilegiados de la sociedad.

Todo el tiempo nos educan para consumir. Nos llevan de las narices por las vidrieras del mundo, educándonos para desear todo el tiempo lo que muchas veces no necesitamos o no podemos comprar.

«Le hicieron creer a un empleado medio que podía comprarse celulares e irse al exterior»… Si las sacamos del contexto en que fueron dichas, las palabras del viejo cínico y caradura que dirigía el Banco Nación durante el gobierno anterior, tienen una parte de verdad: Un sueldo promedio no alcanza, se necesita ganar mejor para poder hacer frente a todas las ofertas del mundo. Porque con un sueldo promedio uno se vuelve un poco esclavo de lo que tiene y de lo que no tiene, pero desea todo el tiempo.

Supongo que alguna vez alguien pensó que lo más fácil para ser feliz era inventar felicidades que se pudieran comprar en una góndola o por catálogo. Mucho más fácil que transmitir valores, enseñar a ser felices con poco, andar por la vida ligero de equipaje, cuidar de nuestro planeta y ser a pesar de no tener…

Siempre se encuentra la manera para lidiar con los dilemas consumistas: Habrá cosas a las que se podrá decir sí y se harán las cuentas correspondientes para ver si vale la pena pagar el costo: 12 meses de arroz con leche a cambio de unas mini vacaciones en el mar; 2 años sin vacaciones y cambiar el auto por un modelo más nuevo; un mes de falda y alitas de pollo por un par de zapatillas deportivas alta gama; pagar la luz en cuotas, pero no perderse la última noche de carnaval; tirar del carro como un caballo durante un año para que el niñe se conecte a 4g y suba en Instagram videos 4k, slow motion, y fotos con cámara de 12 mega pixeles.

Para los del fondo del tarro el estímulo a deseos irrealizables es violencia simbólica que puede encontrar su respuesta en la violencia usual: Es chupar la fruta sin poder morderla, como dice la canción. Es contentarse con los restos o la nada misma. Es inocular el virus del resentimiento, la rabia y la frustración.

El mundo se pavonea frente a las narices frías, mostrando toda su obscenidad; y ellos, detrás del vidrio, muchas veces imposibilitados de hacerse de las cosas por las buenas (o como les gustaría a la gente bonita y educadita).

  • Así que me cuelgo de la luz. Te mando “caño”. Gasto mi ayuda social en crédito para el celular. Le caigo al transa con botellas de aceite para cocinar o alcohol de curar que puedo sacar justificadamente del almacén; y agradezco al cielo por la pensión que me dieron por el nene discapacitado… Y sí, no me gasto lo que tengo sólo en comer. También lo gasto en esas cosas que deseo tanto como vos. Que me maravillan igual que a vos. Esas cosas que me dicen que puedo ser alguien mejor si las puedo comprar. Alguien parecido a vos.

Sí, todo eso puede pasar cuando somos de forma permanente estimulados para consumir. Cuando el deseo de tener y la realización material es lo que le da sentido a lo que somos en sociedades muy desiguales. Educados para ser cuanto se tiene. Desde arriba hacia abajo porque para eso no hay discriminación. La discriminación, los prejuicios y el desprecio vienen después. 

Y con qué cara nos indignamos y hablamos de la ética y la moral, de la decencia y la legalidad de aquellos a los que, sin tener nada, les tiran en la cara el mismo humo que a todos.

Ahora, que podemos estar a la orilla de tener que decidir entre la plata y la vida, ojalá algunas facetas de la estupidez humana puedan ser remediadas.

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