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¿Ser, es ser percibido?

Una de las cuestiones que ha obsesionado al hombre moderno es la del ser y la del conocimiento. En la modernidad se da una especie de afán por descubrir lo que las cosas son, interpretar la realidad “leer el Libro de la Naturaleza”. Junto a esta preocupación por el ser de las cosas aparece, renovada, la eterna pregunta por el propio ser. De Descartes a Hegel un gran número de pensadores aportan sus reflexiones a esta temática. George Berkeley, un interesante filósofo irlandés, plantea una idea que, a mi entender, inaugura una de las interpretaciones más característica de nuestro tiempo. Este analísta defiende la siguiente tesis: “ser es percibir y ser percibido”. Con esta afirmación deja planteado el llamado idealismo subjetivo, el ser depende de la percepción.
El imaginario posmoderno da una nueva vuelta de tuerca a esta línea de pensamiento. Al decir de Esther Díaz ser, hoy, es ser televisado. Los medios masivos de comunicación, en especial la televisión, definen realidad. La pantalla es el escenario donde “lo real” acontece. Pareciera, entonces, que lo que no pasa por ella no existe. El mundo televisivo, constituido en sociedad del espectáculo y del consumo, nos atrapa con sus propuestas. Vivimos en el reino de la imagen. Todos tenemos la legítima aspiración de ser, de existir, de ser registrado por la percepción del otro. Entonces, cuando “uno de los nuestros” asoma en ese escenario, ingresa al mundo del espectáculo, nos sentimos todos un poco parte de él. Queremos que permanezca, porque es una manera de sentirnos parte de un mundo que nos seduce. Es lógico entonces, al menos desde esta lógica mercadotécnica, que se despierte en nosotros el deseo de consumir, de tener, al menos si no toda, un fragmento de esa realidad. Afiches, remeras, cualquier elemento de uso cotidiano debe tener el sello la marca, la cara de quien, al menos por un tiempo, habita el reino de la ilusión. Transformados en “homo videns” nos conformamos con mirar, quizá como forma inconsciente de tramitar el malestar que nos produce la “otra realidad” que no nos termina de conformar. Una realidad que no está maquillada, que está fuera del los límites del escenario, donde la cámara no llega. La realidad que transcurre a pesar de que tengamos encendido el televisor, el equipo de música, el celular o la computadora y de la que, de alguna manera, tenemos que hacernos cargo.

* Magíster en Educación y profesora de Filosofía

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