María del Carmen y Matías trabajaban antes en quintas de arándanos o cítricas. Luego se apostaron en la Costanera, con un carrito panchero, en la esquina de Zona Verde. “Había boliche, la noche, los chicos. Hacíamos linda plata”, recordó María del Carmen. “Comprábamos no se qué cantidad de chorizos y salchichas y vendíamos todo, gracias a Dios”, remarcó.
La mujer sostuvo que el encargado del Ente Costanera, Aldo Álvarez, los hizo sacar. “Nos instalábamos y nos llegaba Inspección (General), Prefectura, Policía, porque no podíamos estar. Porque dice que contaminábamos”, indicó. No obstante, luego llegaron a un acuerdo tras una “guerra absurda”. “Nos llevó hasta Tribunales y todo”, recordó.
Pero la cuarentena obligatoria terminó la actividad de los vendedores ambulantes en la Costanera. La mujer además cuidaba personas mayores. “Pero ahora con el tema de la pandemia y los protocolos no te dejan”, mencionó. “Ahora tenemos que vender acá en la esquina porque no nos queda otra”, admitió la mujer. Su pareja, a pesar de ser adulto joven, tiene una condición cardíaca desfavorable dado que tuvo un infarto y estuvo en Concepción del Uruguay donde le colocaron un stent.
“Por eso tenemos que rebuscárnosla para el día a día y otra para terminar una habitación”, añadió. “Yo estaba edificando una pieza acá para arriba porque el terreno es chico y tuvimos que para porque comprás un pack de ladrillos, cemento y ya no te alcanza”, explicó. “Para volver a juntar nos lleva otro tiempo y así”, expresó. Es el terreno familiar, parte de la herencia familiar de Matías: cuando falleció la madre, le quedó la parte delantera y a su hermano el sector trasero.
El problema es que ambos, quienes están juntos desde hace seis años, tuvieron hijos por separado. “Ahora los nenes de él quieren venir a pasar unos días con nosotros y no tenemos el lugar ni el espacio para tenerlos. Y si se quedan, tiene que dormir con nosotros. Imaginate, de 15 a 20 días; no podemos”, recalcó. “Por eso tenemos que rebuscárnosla para el día a día y otra para terminar la habitación”, añadió.
Matías trabaja en la esquina de la Capilla los jueves, viernes, sábados y, de vez en cuando, los domingos. Desde las siete de la tarde hasta las 10 u 11 de la noche. No se queda hasta medianoche porque no hay mucho movimiento. “Tampoco se quiere arriesgar”, dijo. “Hay días que se vende más y hay días que no se vende”, indicó. Un buen día de trabajo significa comercializar 20 o 25 sándwiches de chorizo. Y un día regular: seis o siete. María del Carmen no desdeña ningún día de trabajo. “Todo sirve”, dejó en claro.
Un choripán cuesta $ 100. La oferta consiste en dos a $ 180. “Nosotros lo tenemos completo con lechuga, tomate y aderezo”, indicó la mujer. Un pack de ladrillos cuesta $ 5.500. Equivale a tener que vender 55 sándwiches. “Juntamos y guardamos”, remarcó. Pero no es tan sencillo. A eso hay que descontar los gastos: leña, pan, aderezos, y carne. Un kilo de chorizo no baja de los $ 200 o $ 250. Además las servilletas, los escarbadientes y el alcohol en gel.
Pero el futuro no se lo imagina en esa esquina para siempre. María del Carmen mencionó que la madre de su pareja, quien falleció hace seis años, era empleada municipal. Trabajó en la Sala de Primeros Auxilios del barrio Nébel y en la Asistencia Pública Municipal. Por ende, Matías trató de obtener el puesto de trabajo que ocupaba su madre. Ambos recordaron las promesas que les hicieron desde la conducción de la UOEMC (Unión de Obreros y Empleados Municipales de Concordia). «Nos prometió y nunca nos cumplió”, manifestó María del Carmen apuntando a la conduccion del sindicato. “El podría haber ocupado el puesto de su mamá. Pero dijeron que no había una ley que lo amparara como para que el pudiera ocupar ese lugar que antes sí pero ahora no”, indicó la mujer. Y el panorama no es el mejor para obtener trabajo en la actividad privada. “Cuando llegás a una cierta edad, es como que ellos mismo te ponen: se necesita pero de 18 a 25, 28 años”, dijo.
‘Nada viene de arriba, todo cuesta’
Alida es madre de un joven de 20 años, quien se recibió de cheff en la Técnica N°2, pero hasta ahora no pudo conseguir trabajo. El joven se encarga de la elaboración de tortas, bizcochuelos y canelones para vender. “Los fines de semana más que nada que es cuando más sale”, indicó la mujer. “Él hace y yo me encargo de buscar los clientes”, dijo.
El hijo de Alida alcanzó a percibir dos IFE (Ingreso Familiar de Emergencia) pero eso se cortó porque convive con la madre. “No lo cobra más”, mencionó. Un IFE lo invirtió en su totalidad en los insumos que utiliza para los bizcochuelos.
La labor la venían desarrollando desde antes de que comenzara la cuarentena. Pero como había comenzado a trabajar como ordenanza en una escuela, tenía poco tiempo para seguir adelante. Con la llegada del Covid 19 al país, y la suspensión de clases, decidieron con su hijo retomar la venta.
¿Cómo venden las tortas? “A los conocidos se les manda por Wathsapp o vía Face”, dijo. Además dos de las hijas más grandes salen a recorrer el barrio, los lugares que más conocen, donde reciben pedidos. “Pero más que nada el servicio puerta a puerta”, expresó.
Los fines de semana salen muchos pedidos de bizcochuelos o budines. “Nosotros los vendemos a $ 150. Y de esos podemos llegar a vender siete. Más que nada los sábados o los domingos a la tarde cuando quieren tomar mate y ahí te preguntan: ‘¿Tenés torta para vender? ”, indicó la mujer. También ofrecen torta de manzana y pastafrola. Los canelones salen esporádicamente: fin de semana de por medio. “Y no es mucho lo que te piden”, indicó.
La intención es abaratar al máximo los costos porque saben que la venta depende de ese factor. “No podemos vender caro”, indicó. Van a los comercios mayoristas para abastecerse de harina suelta, azúcar, maples de huevos, etc. “El estudió y sabe donde recorrer”, remarcó. Sin embargo, se encuentran con aumentos de precios constantes. “Cada vez que vamos nos encontramos con una diferencia de $ 100 o $ 50. No es mucho pero bueno”, manifestó.
La madre vive con seis hijos en un inmueble que alquila frente al Sanatorio Garat. “Hay que sobrevivir, pagar el alquiler, pagar luz, video”, dijo la mujer. El ingreso familiar correspondiente a la venta de las tortas no es el único. Alida hace suplencias de ordenanza en la escuela secundaria ex N° 11 “Juana Paula Manso” en el barrio San Agustín. O hacía más bien: la suplencia termino el lunes 12. “Se complica”, dijo mirando hacia adelante. “Yo soy sola con mis hijos y no tengo ayuda del otro lado. Entonces se complica bastante”, añadió.
El esfuerzo sólo alcanza para sobrevivir “cuatro días como mucho”. “Teniendo algunas cosas en casa porque sino capaz menos porque la ganancia no es mucha igual”, indicó. “Se puede llegar a hacer una ganancia de $ 2.000 o $ 2.500 como mucho porque tenés que descontar lo que gastaste”, recalcó. Antes utilizaban el efectivo para gastos extra como la escuela. Pero ahora lo deben gastar en los servicios básicos. Muchas veces utilizan el dinero para abonar el importe que llega por el consumo eléctrico. “En los convenios de pago vamos y entregamos eso que ganamos. Vamos y lo entregamos ahí para poder tener luz”, indicó.
La mujer dijo que esperaba que pase la pandemia para que su hijo pueda comenzar a trabajar de otra forma. “Siempre lo hablo con él. Quiere ponerse un local para vender comida. Ser el propietario. Yo le digo: ‘hoy lo hacemos así, quien te dice que el día de mañana no lo tengas’. Le va a costar, como siempre le digo: ‘nada viene de arriba, todo cuesta”, dijo Alida.
‘La peleamos’
Eva, tiene 58 años, es vecina del barrio Almirante Brown, en la Zona Sur. De profesión asistente terapéutica y cuidadora domiciliaria. “Pero lamentablemente no se puede tener ese trabajo por el cuidado mismo y por cuidarnos nosotros también”, señaló. “Y me quede sin trabajo”, añadió. Vive en su casa con dos de sus cuatro hijos, un varón y una mujer.
El joven, llamado Marcelo, es vidriero por cuenta propia pero se encontró prácticamente en la misma situación ante la parálisis económica. “Tengo una venta de pollos en una parrilla que mi hijo hace y nos ayudamos lógico. Todos los domingos hacemos y Gracias a Dios tenemos ventas”, indicó Eva.
La jefa del hogar es viuda desde hace nueve años. La venta de pollos no es nueva para ella: lo hacía con su marido y sus hijos antes de enviudar. “Cuando mi marido estaba enfermo, vendíamos hasta 90 pollos por semana con mi hijo. Éramos seis personas y nos manteníamos. Teníamos que comprarle una droga a él de $ 5000. Elaborábamos los pollos y vivíamos por los pollos. La gente nos ayudaba mucho y yo guardaba los $ 5.000 por mes para mi marido”, recalcó.
Su pareja era empleado de comercio pero Eva nunca pudo acceder a la pensión por viudez porque le faltaron los aportes de cuatro meses. Además de trabajar como cuidadora domiciliaria, vendía empanadas y pizzas pero hace dos años le rompió el horno. “Tenía mucha venta; hasta en La Bianca me venían a comprar: siempre fui de la cocina. He trabajado en restaurantes. A pesar de que me gusta cuidar adultos mayores que es mi profesión para la cual estudié», remarcó.
Nuevamente debieron comenzar a vender pollos. Por fin de semana comercializan de dos a cuatro cajones. “El domingo vendimos todo. Pasaban chicos caminando en pareja y decían ‘y si compramos…y si vamos y vamos’. Y personas que ni conocíamos además de nuestros clientes”. Y hoy estaba entusiasmada con el Día de la Madre el próximo domingo. Ya escribió el pizarrón en la puerta de su casa ofreciendo dos pollos grandes, dos porciones de ensalada rusa y dos chorizos a $ 1.000, entre otras ofertas. “Es para comer cinco o seis personas bien”.
¿Alcanza lo que se vende? “No alcanza…alcanza pero la peleamos. Mi hija me ayuda y él”, dijo en referencia al hijo. Además Marcelo consiguió trabajo en el arándano hace pocos días. “Lo vinieron a buscar y ya está trabajando. Me dice: ‘es una ayudita más’. Y es así”.
«Mucha gente sabe como cocino”, indicó. De hecho, muchas veces le aconsejaron a Eva abrir una rotisería “Lamentablemente no se me da. No puedo, menos con esta pandemia que estamos parados mal pero la estamos peleando” confiesa Eva. “La seguimos peleando”, dijo. “Tengo toda la fe del mundo que me va a ir bien”, dijo pensando en el próximo domingo. Y en los que siguen también.
Para ‘la diaria’
Fabricio es cocinero del hotel Salto Grande desde hace tres años. En la cocina prestan servicios dos personas. “Yo estaba trabajando en la cocina del hotel con una compañera. Y cuando pasó esto de la pandemia, a los dos meses nos encontramos diciendo ¿Qué hacemos? Había que buscar la vuelta”, reflexionó.
«Si bien nos paga el hotel una parte y una parte el gobierno ( a través de un ATP), es como que no nos alcanzaba para todos los gastos. Uno lleva una vida organizada con un sueldo fijo y de repente te encontraste con esto», indicó.
Fabricio y su compañera de trabajo son técnicos en gestión gastronómica. Y pensaron en comenzar a elaborar productos congelados. «Nos pusimos a hacer comidas caseras. Tipo un taller», dijo. La iniciativa se concretó en la casa de la madre de su compañera. «Largamos con pastas (sorrentinos, ravioles, tallarines y canelones) y después le fuimos anexando cosas. Por ejemplo: prepizzas y pizzas. Y así se fue dando la cosa», dijo.
El desafío pasa no solo por elaborar sino fundamentalmente por vender la producción. Para eso ofrecen a los conocidos y además tiene una página en Instagram. No obstante, la mayoría de los pedidos provienen de sus amistades más que de lo que puedan obtener en las redes. «Tenés que buscar porque no es algo seguro, todas las semanas varian», indicó.
Como todo, la venta depende de la altura del mes que estén transitando. «A fin de mes es como que merma un montón», dijo Fabricio. Y remarcó que lo que mas sale es la hamburguesa. Debido a que mucha gente se queda en casa, como opción saludable, les ofrecen una hamburguesa vegetariana. El medallón cuesta $ 50.
Más adelante, Fabricio remarcó que con lo que venden sacan para «la diaria». «La comida del día y un poquito más. Y algún gusto que te quieras dar. Por ahí la boleta del gas, de la luz. Pero no es mucho» dijo. Fabricio vive solo y alquila. Y los mayores gastos, como la renta, y los servicios básicos, los afronta con un ATP (Programa de Asistencia al Trabajo y la Producción) que le otorga el gobierno. «Nos tuvimos que reinventar», dijo.
Por último, admite que no sabe por cuanto tiempo deberán seguir con el emprendimiento. En realidad, nadie sabe que va a suceder con la temporada de verano. «Dependemos mucho del turismo; de la gente que venga. Si seguimos con los accesos cerrados, me parece que no van a abrir. Estamos todos viendo que pasa», indicó.
Informe: Guillermo Coduri