RESTRINGIME LA BAÑERA

Por Fosforito

Muchas veces estos relatos, estas crónicas, estas historias ficcionadas o ficciones de lo real, sólo salen de un estómago revuelto o de un pecho aplastado por una talón de plomo, de una mente aturdida y noches de entresueños, de la lucha entre el ocio y la voluntad, de la cantidad de whisky que haya quedado después de pasar la noche en vela, hipnotizado con el cálido fulgor del monitor.

He escuchado a la gente opinar que esto va para largo. Que seguiremos hablando de la peste todos los días, por mucho tiempo más. Que incluso va para años, parece.

En la Primera Guerra Mundial murieron 20 millones de personas, entre 1914 y 1918. Un promedio de 5 millones por año.

En la Segunda Guerra -ya con armamento innovado y bombas de destrucción masiva- murieron 40  millones de personas entre 1939-1945. 6,66 millones de muertos por año.

El Coronavirus, en su primer aniversario, ya ha matado 3 millones de personas en el mundo. Pero lo loco de esta “tercera guerra  mundial” atípica es que el enemigo es común a todos, pero igual nos peleamos entre nosotros.

Están los que niegan la peste de plano y están los que la reconocen, pero no les importa.

Los que agachan la cabeza y murmuran entre dientes apretados.

Y tantos que dicen que se cuidan y que cumplen con los protocolos y coso, para la foto y de la boca para afuera.

También lo que se manifiestan preocupados, pero que no jodan con más restricciones porque la gente, primero, que ya no aguanta y, después, se contagia siempre “en otro lado”, no en mi negocio, no en la escuela de mí hijo, no en el casamiento de la prima, no entre mis amigos, no por mi, no yo. Yo me cuido…

También están los cautos y los temerosos. Los compenetrados y comprometidos.

Están los que no tienen alternativa. Que no pueden darse el beneficio de pensar en la peste porque la primera amenaza es la necesidad cotidiana.

Los que deben tomar las decisiones.

Y los que ponen el cuerpo.

En esta guerra no suenan las sirenas anti bombardeos, no corremos a guarecernos en sótanos, ni enseñamos a los niños a “hacerse bollito” debajo de los pupitres.

Ahora nos piden algo tan simple como colaborar con medidas sanitarias para no esparcir el bicho. Por el bien de todos, por el mayoritario, al menos. Un equilibrio para no volver para atrás con la economía, que no se pierdan más trabajos, que no aumente la pobreza, y que el sistema de salud no desborde.

Si recorremos las pantallas vemos que todo se replica en buena parte del mundo: Restricciones y reacciones. Idas y venidas, vueltas y volteretas. Mientras tanto el contador de muertes sigue sumando.

En Chile hay toque de queda de 9pm a 5am con eventual prórroga hasta finales de junio. En Uruguay suspendieron las clases presenciales hasta mayo porque son el quinto país con más muertos diarios por millón de habitantes y están al borde del colapso sanitario. En Brasil más de 4000 personas han llegado a morir en un solo día. Italia tiene 24.000 casos promedio por día y medidas como prohibir los desplazamientos entre regiones. Bares y restaurantes solo pueden ofrecer comida para llevar a domicilio. En España hay cierres perimetrales, prohibición de acceder al interior de comercios. Toque de queda en muchas ciudades, incluyendo Madrid. Y casi 80 mil muertos desde el inicio de la pandemia. En Francia cierran colegios e instalan toque de queda. Más de 100 mil muertes ya cuentan. EEUU, casi 600 mil muertes por Coronavirus: En un año superó la cifra de todos sus caídos en la Segunda Guerra y a este ritmo sumará más que la Primera, la Segunda y la guerra de Vietnam, todas juntas.

Y en todas partes hay personas que llaman a la “desobediencia civil” y gritan “libertad”

Pero bueno, mientras haya vida habrá esperanza. Qué tontería tan cierta.

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