Una joven llamada Flavia tomó la concesión del kiosco y abrió ayer sábado por primera vez. Esta tarde pasaba la escoba para escurrir el agua que se acumulaba al costado de la cantina pero el esfuerzo era inútil, en pocos segundos se formaba el charco de nuevo. “Tengo que estar limpiando a cada rato porque se moja todo”, manifestó. Reparar el tanque de agua es una tarea riesgosa debido a que un camoatí, un nido de avispas, está colgado a centímetros de la pérdida.
La precariedad con la que funciona la cantina la revela la apertura de las dos chapas de la ventana: una es sostenida por un palo con una sopapa en su extremo y la otra con un listón de un tubo fluorescente. En el alero que cubre del sol la parte frontal de la cantina no hay una mediasombra, sólo quedan los palos pelados.
Un chorro de agua mana del lavatorio de ambos baños, cubre el piso y se desborda por el pasto. El líquido también desciende por las paredes de la cantina y se filtra en el interior de la misma por el techo. Cinco visitantes se quejaron ayer de la falta de limpieza de los baños. “De la suciedad y del agua como está, que chorrea; no puede entrar”, dijo. Respecto de la higiene, la joven aseguró que ningún empleado viene a limpiar.
En consecuencia, decidió limpiar el baño de damas. “Yo levanté los papeles, todo lo que pude hacer pero más no porque no tenía para hacerlo”, sostuvo. El de hombres, además del agua que rebalsa, hay moscas que vuelan sobre los excrementos que nadie baldea. “La gente no quiere estar con el agua, puede ser contaminante”, señaló. Cuando abrió ayer por primera vez, Flavia esperaba encontrarse con “otra cosa”.