Prehistoria

Por Fosforito

Siempre está esa tendencia a encasillar, a catalogar, clasificar… Darle una celda a cada quién y ordenar a los otros tal vez nos sirva para ordenarnos a nosotros mismos.

Recuerdo que cuando volví a la ciudad, después de la facultad, los amigos de mi viejo me decían “el zurdito”. Y sí, tenía el pelo largo y barba, un Cristo con los jeans rotos y unas Topper de lona, un “Che” inofensivo y posmoderno que había vuelto con la cabeza lavada…

Dejé de ser “el zurdito” cuando apareció una categoría más simple y abarcadora– el zurdaje es variopinto y diverso, de disputas intestinas-, casi tan estigmatizada como la bandera roja: la categoría de Kirchnerista.

A veces, cuando me señalan o, mejor dicho, me acusan de Kirchnerista, suelo responder que yo ya era Kirchnerista desde mucho tiempo antes de haber escuchado el nombre Kirchner por primera vez.

Antes que apareciera el sello K que usan para marcarnos como con un código de barras, había gente que coincidía en cosas como la necesidad urgente de ciertas reparaciones sociales, reformas de todo tipo, reivindicaciones de nuestra cultura e historia nacional. Coincidían en que había un sinnúmero de injusticias que revertir. Otra manera de entender el rol del Estado. El deber ciudadano de actuar en pos de una sociedad solidaria y responsable. Pugnar por una Nación soberana que pudiera tomar decisiones estratégicas sin la obligación de consultar a los organismos internacionales de crédito o pedir permiso a los Estados Unidos. Y todavía más: Soñar con una América Latina menos dolorosa, un continente unido que pudiera potenciarse como bloque regional.

Eran muchos quienes observaban con esperanzas el resurgir de gobiernos de corte popular, que seguían con entusiasmo los debates de los foros donde se planteaba la necesidad de cambiar el mundo – “Otro mundo es posible”, era la consigna-.

Muchos habían participado del Frente Nacional contra la Pobreza (FRENAPO) por la implementación de un Seguro de Empleo y Formación para cada jefa o jefe de hogar desocupado, una Asignación Universal por mes por cada hija o hijo de hasta 18 años y otra para los mayores de 65 años que no percibieran jubilación ni pensión. Se hizo una consulta popular contra la pobreza: 3 millones de personas participaron de aquella convocatoria sin respaldo de ningún aparato. 17425 mesas de votación y 60 mil militantes de 597 localidades de todo el país para esa expresión única de democracia directa en el que confluyeron organizaciones de trabajadores, sociales, empresariales, universitarias, de derechos humanos, culturales, intelectuales, artistas y por supuesto políticos. Uno de los contados gobernadores que apoyó aquello –lo supe mucho después- fue Kirchner.

Las ideas fuertes en la prehistoria K –las que hoy serían tendencia en redes- eran Ajuste, Déficit Cero, Compromiso Fiscal y “Congelamiento del Gasto Social”.

Era un país entregado a la frivolidad, al saqueo, adolorido y desencantado.

La política era la más pestilente de las cloacas posible y la “corrupción” era, en teoría, todo lo que le impedía al maravilloso sueño de la “Nueva Roma” brillar en todo su esplendor. En aquel relato, el sistema y el orden de las cosas no eran el problema. El problema eran los excesos y los errores del sistema. Sin corrupción todo sería perfecto… pero, en un sistema económico basado en la acumulación y cuyo valor más grande es el “tener”, buscar la culpa en la corrupción es como discutir si está primero el huevo o la gallina…

 

– ¿Qué pasa Fosforito? ¿Se le salta el zurdaje o se está justificando de algo?

– No se puede ser un francotirador todo el tiempo, estimado. Permítame explicarme…

 

Con la llegada del kirchnerismo, por primera vez hubo convicciones que no quedaron en la puerta de la Casa Rosada.

Pero fue en 2008 cuando nació el kirchnerismo. La cara del opositor resultó atroz cuando la “Crisis del Campo” sacó al “Chupacabras” interior que andaba discreto y cabizbajo desde la explosión de 2001. Ese resurgir atroz del odio de clases de toda la vida aferró a miles de personas a un proyecto nacional y popular del que no eran, hasta ese momento, mucho más que comunes entusiastas.

Qué horror aquella gente mezclando la patria con la billetera, la libertad con la renta extraordinaria, la dictadura con políticas fiscales, el totalitarismo con políticas públicas, el saqueo con distribución de la riqueza, el despilfarro con la inversión social. Qué horror escuchar su ignorancia tan soberbia. Ver embanderada de celeste y blanco la hijaputez ancestral de esos que -como dijo el actor- se creen los dueños de un país que detestan.

Su odio revelado nos parió como una identidad nueva. 

Y así como los kirchneristas existíamos desde antes de los Kirchner, los Macristas estuvieron siempre, sólo que esperaban que apareciera un Macri.

Mañana, arengados por su líder desde la comodidad de una reposera en la Costa Azul francesa, saldrán a cacerolear y a esparcir sus virus, entre ellos el del odio.

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