Post 19 y 20 de diciembre, Esquel, la Asamblea de Gualeguaychú y la democracia participativa.

Los vecinos de Esquel todavía siguen ganando la pulseada contra la instalación de una mina de oro a cielo abierto y con profusión de sustancias tóxicas como el cianuro y el cadmio. Para quienes ignoran el hecho o lo tienen borroso en la memoria, aquí un sintético repaso: En un referéndum realizado en marzo de 2003, el 81 por ciento de los habitantes de la ciudad votó contra el funcionamiento de la mina y la paralizó. Pero la contaminación no era lo único preocupante del caso en Esquel (La explotación minera a cielo abierto en la región de los bosques patagónicos y zonas vecinas de excepcional belleza significa la transformación y devastación de una gran cantidad de cerros y valles, la tala rasa de bosques nativos y el consecuente impacto negativo sobre las poblaciones humanas y las actividades económicas asentadas en la región; afectando además irreversiblemente la calidad del agua): La compañía minera de origen americano–canadiense, Meridian Gold, tenía que pagar como impuesto de explotación el 2 por ciento del valor del mineral en boca de mina, pero como el mineral iba a ser exportado a través de un puerto patagónico, habría recibido incentivos fiscales de la provincia por un 5 por ciento de su valor. Es decir, no pagaban nada y se llevaban un 3 % a sus arcas. El capital especulativo transnacional, necesariamente asociado con un poder político local para llevar adelante semejante atentado, vería rápidamente engrosadas sus ganancias para marcharse una vez que el recurso se agote, dejando que los costos y las consecuencias de la devastación, en muchos casos irreversibles, sea asumido por las comunidades locales y regionales.
Cuentan quienes han andado por allá que todavía se puede observar –porque la lucha continúa-, viajando desde El Bolsón a Esquel, en las laderas montañosas de la pintoresca ruta las leyendas del NO a la MINA.
Los casos de Gualeguaychú y Colón son parecidos al de Esquel a pesar de , sabido está, no conocerse ningún estudio serio sobre el impacto ambiental que las papeleras de Fray Bentos tendrían sobre este margen del río Uruguay. Semejante por la movilización de los vecinos de la ciudad, por las asambleas, la discusión de posturas y la búsqueda de consenso. Miles de personas con distintas banderías políticas o sin ellas aunadas en pos de un objetivo común: un NO a las PAPELERAS, un NO a la destrucción del medio ambiente, un NO a una actividad que no brindará beneficio alguno de este lado del río y que, por contrapartida, podría afectar gravemente los valores inmobiliarios rurales, urbanos y demás dimensiones de la vida social y del trabajo, no solo de la zona crítica sino también en las ciudades más alejadas.
¡Ojo!: Miles de personas haciendo política… sí, política, aunque ni a ellas mismas les parezca.
La democracia delegativa completa – la que tenemos, la que nos queda más cómoda- ha logrado que esta democracia sea cada vez menos valorada en Argentina y Latinoamérica. La comodidad de delegar nos ha llevado a este estado de desencantamiento político inusitado que explotó un 19 y 20 de diciembre de 2001.
Allá, hace no mucho tiempo (¿Se acuerdan cuando piquete y cacerola la lucha era una sola?), hicieron su aparición las asambleas barriales al grito “que se vayan todos que nosotros nos hacemos cargo”. Parecía que nacía algo nuevo, pero visto desde la actualidad uno piensa que nos sobreestimamos: creímos que podíamos inventar una forma nueva de hacer política de la noche a la mañana. Y subestimamos nuestra tendencia a la apatía y la comodidad civil como también subestimamos a nuestros políticos tan astutos para captar el humor social, desaparecer cuando es preciso y volver redimidos y con cara de “yo no tuve nada que ver”. Volvimos rápidamente a ponernos en manos de esos que “roban pero hacen” y entienden como es “la cosa” mejor que nosotros (Ejemplos sobran pero podemos conformarnos con el de nuestro gobernador). Volvimos a sentir el alivio de no sentirnos responsables cuando el país se va al carajo porque nuestra responsabilidad volvió a terminar cuando pusimos el voto en la urna.
Recuerdo el verano del 2002, recuerdo Esquél, observo Gualeguaychú e imagino un futuro con miles de personas organizadas, movilizadas, discutiendo, buscando alternativas, tomando decisiones. Pero la realidad indica que estamos lejos, muy lejos todavía. Hay que pelear por la educación y el trabajo legítimo y digno. Hay que fortalecer valores como la solidaridad, la cooperación y sobre todo terminar con la idea de que uno puede salvarse solo.
Con optimismo estos procesos pueden verse como el puntapié inicial para una democracia más participativa. Un avance hacia una instancia superadora de la democracia representativa tradicional, hacia un sistema con mayor grado de participación de la gente, con miles de personas involucradas en la toma de decisiones. Otra idea de la democracia, otra forma de entender el ejercicio del poder y la política que, si bien está en pañales y puede tener falencias (¿cuántas más que la democracia que ya conocemos dónde votamos cada tanto y después a llorar a la gruta?) deja vislumbrar la posibilidad de participación directa y vinculante por parte de la población en los procesos estratégicos decisivos. La voluntad asociada de un pueblo para constituirse como sujeto histórico para decidir cuál de los futuros posibles desea.
(Imagino gente votando y participando de cuestiones fundamentales por medio de sus teléfonos celulares, enviando mensajes de textos tal cual “Operación Triunfo”, debatiendo y acordando ideas a través del chat. Imagino la tecnología como un medio para profundizar y mejorar el ejercicio de la democracia. Quién sabe… quizás le encontremos la vuelta si ponemos un poco de ganas y creatividad. Quién sabe… tonterías que a uno se le ocurren.)

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