Por Fosforito
No soy de los que juran, pero les juraría que no quería ponerme insistente con este tema del porro. Pero el comentario de la candidata a diputada nacional, ex gobernadora de la provincia de Buenos Aires y una de las principales referentes de la oposición, me hizo ruido.
Fue criticada -a priori- no sin razón porque su comentario lo que hace es mandar al tacho al desdichado pobrerío, como ya lo ha hecho en anteriores ocasiones: cuando señaló lo innecesario y fútil que era seguir abriendo universidades en el conurbano asegurando que quienes nacen en la pobreza -según entiende- no llegan a los altos estudios o cuando, por el 2019, marcó de una manera más clara la separación: «Los que consumen no son sólo los chicos pobres, son también nuestros hijos».
-Ufff… El agua para el mate está caliente como negra en baile.
-Pero mire señora que las rubias también se calientan.
La candidata no niega que la marihuana atraviesa todos los estratos sociales, pero entiende que no es lo mismo según el mundo que rodea a unos y otros.
La droga es droga en todos lados, pero para los que viven en condiciones de pobreza y vulnerabilidad parecería que es algo más, porque estarían determinados por las circunstancias que los rodean, son seres parciales, delimitados por el entorno… que no pueden gozar de todos los placeres, ni de todos los derechos ni de todas las libertades
Y tiene su cuota de razón:
La ley y la represión suelen caer sin mirar a quien y con talón de hierro al más infeliz.
También que, cuando hay dolor, cuando no hay pensamiento del mañana, la droga –cualquier droga- puede ser un fin en sí y hasta un medio de vida, y no por nada el narcotráfico suele cooptar a los más indefensos para que pongan el cuerpo y les hagan sus mandados.
Y sí, no es lo mismo fumarse un porrito después de un día agitado, tirado en el sillón, “colgado” mirando la tele, escuchando música, contemplando las estrellas o el lento desplazamiento de un caracol trepando por la pared; sabiendo que mañana será un día nuevo bajo el sol y el trabajo, la escuela y el plato de comida estarán en el mismo lugar casi como una obviedad.
Un día nuevo en el que seguiremos con nuestra cómoda existencia, que tiene sus preocupaciones pero también un puñado de expectativas, opciones y oportunidades. Incluso sueños de fama, fortuna o gloria. Una vida con muchos otros placeres que podemos pagar (un gimnasio, una salida a comer, un paseo de fin de semana, unos roll de sushi, etc.) y desafíos que van más allá de la supervivencia del día presente.
La “tranquilidad” de los porreros del centro -mientras el consumo recreativo siga estando prohibido- es la que sostiene buena parte del negocio de los narcos que viven anónimos e impunes en hermosos caserones a costillas de la inquietante intranquilidad de los pibes en bolas.
No es lo mismo, no.
Después que esos pibes a los que no le es lo mismo fumarse un porro puedan hacerlo como lo hace la gente como uno… esa se las debo.
En todas las cosas del mundo se nota la desigualdad.