Ese reproche, ese reto recibido es tan potente, que ese sentimiento que lo causa, le parece ajeno, extraño y a la vez contradictorio, porque viene de sus entrañas, de aquello que lo invade ahora en la totalidad de su ser.
Esa extraña sensación de sentir lo que no debe, por la que, lo más genuino, auténtico de sí mismo, se le vuelve extraño. Se siente “en falta”.
El motivo es una inexplicable atracción, un torbellino que lo arrastra a desear apasionadamente a un chico.
Eso no está bien. Eso no debe ser, no es natural. Él es un varoncito y por lo tanto tiene que gustar de las chicas. Eso le enseñaron sus padres y maestros, desde que tiene “uso de razón” como se dice.
“¡Vamos, los chicos no lloran, no seas maricón! ¡Vamos, los hombres se la aguantan! ¡Vamos, no seas flojo!
Y recuerda a aquellos a los que ama, festejando felices cada muestra de actividad, agresividad, fortaleza y cada expresión precoz de pícaras señales de un instinto sexual bien orientado.
Hay que “hacerse hombre”, devolviendo los golpes, compitiendo agresivamente, renegando de toda sensibilidad, aprendiendo que los “machos” aman cuando poseen, cuando se apropian de sus cosas, que uno se “hace hombre” aguantando el dolor y el sufrimiento, rechazando, negando, y expulsando, sobre todo, aquellos sentires que conectan con la “feminidad”, aquellos que pasivizan y amenazan la masculinidad, produciendo el “horror a la castración”, al “afeminamiento”.
LOS IDEALES, LA REPRESIÓN Y LOS DISPOSITIVOS DE NORMALIZACION
La identidad y rol de género, “ser” varón o nena, claro está, no derivan de una “realidad” o “constitución” biológica, anatómica, sino de un proceso de construcción cultural, del cual la operación de identificación con la misma, es la estrategia fundamental utilizada por padres y maestros como mediadores del Poder de normalización de la sociedad. Y utiliza, en ese combate peligroso, porque como lo descubrió tempranamente Freud, la pulsión, a diferencia del instinto sexual en los animales, no tiene objeto ni fin, por lo que puede producir un “voyeur”, un fetichista o un homosexual, en suma, un” perverso”, utiliza, insisto para situar a cada sujeto en el universo de la heterosexualidad normativa y reproductiva, un recurso poderoso: el amor.
Los padres promueven, impulsan, orientan, dirigen, y finalmente exigen a sus hijos, la identificación al ideal del yo de su sexo anatómico, “normal”, “correspondiente” a través del “chantaje” del amor.
Para ser amado, el niño debe ajustar su yo, la imagen de sí mismo y su comportamiento, su deseo sexual, en suma, a los ideales y mandatos de sus padres, vehículos de las normas sociales, morales, religiosas. Y rechazar vehementemente, aquellos sentimientos y conductas contrarias a las “amorosamente exigidas”.
Nada de llorar, ni jugar con muñecas si se es varón, nada de ensuciarse y comportarse como “machona”, si es nena.
Así se construye el “yo y el ideal del yo” en lo referente al género. Cualquier sentimiento, conducta o expresión contraria es reprimida por los padres y otros agentes culturales, siendo la represión, y la formación de una instancia interna sucedánea de los padres en su función de vigilar, amar y castigar al niño en el cumplimiento de ideales, mandatos y prohibiciones- el súper yo- los encargados de hacer sentir culpa, angustia y vergüenza si el sujeto se “aparta del camino”.
Los padres primero y el súper yo (como conciencia moral internalizada) después, reprimen toda manifestación sexual contraria a la heteronormativa y con fines reproductivos. La pena, el castigo, es perder primero el amor de los padres, y luego, de “sí mismos”.
Ese miedo a perder el amor por desobediencia de los mandatos es desesperante para los seres humanos, porque nacemos desvalidos y absolutamente dependientes de la asistencia de esos otros primordiales, sin los cuales pereceríamos.
Por eso los sentimientos homosexuales (y todos los calificados de anómalos por el Poder) son reprimidos con tanta fuerza en el desarrollo de los niños, por eso la castración de energías sexuales y del placer, por eso son considerados “malsanos” y viciosos por una cultura de la represión.
Por eso los sujetos sienten su masculinidad amenazada cuando las pulsiones homosexuales se imponen y dominan una consciencia que se esfuerza, con denuedo, por rechazarlas, cuando los acosan desde adentro. Por eso, también, dirigen todo el odio, la hostilidad y la destrucción contra los gays, porque manifiestan, expresan y asumen sus sentimientos y conductas homosexuales, tan trabajosamente reprimidas por ellos (los que los agreden). No otra cosa es la llamada homofobia.
Ese “ver en el otro” el horror de los sentimientos que se han rechazado de sí mismos. La percepción, en los homosexuales, de los propios deseos homoeróticos reprimidos, es el mecanismo responsable de diversas formas de discriminación, humillación, violencia dirigida contra las personas con una orientación sexual diversa a la heteronormativa.
DISPOSITIVOS DE REPRESION Y NORMALIZACIÓN
Más allá de los giros que hacen apasionante a “Historia de la sexualidad” de Foucault, esta parte de una constatación incontrastable: la represión de la sexualidad en la modernidad capitalista, cuya máxima expresión fue el régimen victoriano, su reducción a los fines de la reproducción, está determinada en la necesidad de no distraer las energías de los trabajadores en otras cuestiones que no fueran la producción.
Se necesitaban fuerzas productivas para explotar que no fueran sustraídos por los más diversos “vicios y placeres”. La vagancia, la haraganería, el “vicio”, eran defectos imperdonables en la “ética protestante y el espíritu del capitalismo”, que promovía el trabajo, el esfuerzo, el ahorro (también de energías y placeres) y la producción de riquezas (para otros) como vías incluso de la salvación divina.
Las energías para el placer debían, en suma, trocarse en fuerza de trabajo para la explotación. Esa represión, dice Foucault, deja de ser necesaria cuando el Poder disemina en la sociedad estrategias de “normalización” de la sexualidad con el establecimiento de distintos dispositivos.
Su consecuencia es la producción de la “anomalía”, a la que llamó “perversión”, que incluía a todo comportamiento que se “desviara” de la norma reproductiva.
La homosexualidad, en otros tiempos valorada, como en la Grecia antigua, por ejemplo, pasó a formar parte de esta lista de anómalos y asociales. Al antiguo dispositivo religioso que la definía como un pecado, al discurso jurídico y policial que la consideraba un delito y por el que pagaron, por ejemplo, personajes como Oscar Wilde y Federico García Lorca, hasta el momento en que se produjo el heroico estallido de Stonewall Inn en el que durante tres días se dio batalla a las “fuerzas del orden”, se sumó, decididamente, en la segunda mitad del siglo XIX , a la homosexualidad como categoría psiquiátrica.
El poder normalizador, entonces, a través de todos los discursos, instituciones y dispositivos, hizo sentir que la pulsión, el deseo y el amor hacia el mismo sexo, son sentimientos culpables, atravesados por el triple escarnio del pecado, el delito y la enfermedad, el trastorno mental.
EL DISPOSITIVO NORMALIZADOR PSIQUIATRICO Y SU PRODUCCIÓN DE “ANORMALIDADES”
Claro que las luchas, valerosas, heroicas, llena de coraje, incluso, tienen consecuencias. Transformar la vergüenza en orgullo y marchar, resistir, pelear para conseguir derechos, como el matrimonio igualitario, o la identidad de género, por nombrar algunos en nuestro país, han marcado un itinerario que hizo estallar los dispositivos del poder, aunque aún no lo suficiente. En lo que concierne a nuestro campo, teniendo en cuenta que hoy es el día mundial de la salud mental, la historia debe hacernos reflexionar y tomar una posición crítica respecto de las producciones de la psiquiatría como dispositivo del Poder. Esto es, como mínimo, cuestionar los DSM (Manuales de desórdenes mentales norteamericanos, escandalosamente vigentes aún en nuestro campo) como uno de los principales dispositivos normalizadores del poder, con aun demasiada vigencia en nuestro medio, que intentaron legitimar como enfermedad a la homosexualidad, al situarla, como un diagnóstico psiquiátrico, en el campo de una anomalía, una perversión, una tara, una perturbación, un desorden mental.
Denunciar, su rol vergonzante, como cuando la Asociación psiquiátrica de Estados Unidos decidió, en 1973, por votación de los psiquiatras, presionados por las asociaciones de gays, que la homosexualidad dejaba de ser un trastorno.
“Es la prueba más palmaria-dice Néstor Braunstein- de la arbitrariedad de las clasificaciones en psiquiatría. Millones de personas que hasta entonces eran trastornados dejaban de serlo por una decisión administrativa aprobada por métodos “democráticos” y no por un resultado producido por la ciencia o por la acción sanitaria como sucedió cuando se dio por finiquitada la viruela como enfermedad : es que la viruela era una enfermedad en serio y no una construcción prejuiciosa como todos los diagnósticos del DSM” (DSM, manual norteamericano de desórdenes mentales”) (fragmento extraído del libro “Clasificar en psiquiatría” Néstor Braunstein. Siglo veintiuno editores).
La O.M.S tardó un poco más, el 17 de mayo de 1990 quitó del listado de sus clasificaciones internacionales de enfermedades a la homosexualidad.
Ese día se celebra el día internacional contra la discriminación por orientación sexo-afectiva, identidad de género y su expresión. Esta fecha se utiliza para reflexionar y concientizar sobre las violencias, discriminaciones y vulneraciones de derechos que aún 31 años después siguen viviendo las personas con orientaciones diversas a la heteronormativa.
El psicoanálisis, no sin ciertas ambigüedades, como la de ciertas lecturas evolutivas y desarrollistas, que pueden propender a la consideración de la normalidad asociada a la fase genital y a la homosexualidad considerada como una estructura perversa, ha sido el discurso que ha confrontado con los dispositivos del poder, al postular a la pulsión como una fuerza que nos empuja a un placer sin objeto y sin finalidad, otorgando en los implícito de esta afirmación, a la heterosexualidad y la reproducción un estatuto de construcción normativa del poder, para nada “natural” y no exenta de neurosis.
¿Y AHORA QUÉ PASA?
“El industrial, colegio sin igual, el industrial, colegio de varones, no acepta maricones, ni putos ni cagones, como todos los demás” (cántico de algunos colegios industriales)
Así lo ha dicho un joven de 15 años, cuya tentativa de suicidio se desencadenó por el rechazo familiar a sus sentimientos homosexuales (conjuntamente con un largo proceso de desprecio que incluyó, las humillaciones de sus compañeros del “industrial, colegio de varones”)
Dijo: “Mamá dice que la adolescencia es una etapa de confusión, que ya me voy a definir y me van a dejar de gustar los chicos y las chicas y solo me sentiré atraído por éstas últimas, pero yo me pregunto, ¿porque tengo que definirme?”
Otro me dijo, cuando le comenté que en el cine-debate íbamos a tratar este tema: “ese es un problema de tu generación, no es un problema para nosotros”.
¿Será? En otro encuentro sobre” problemáticas adolescentes”, vario/a/es jóvenes coincidieron en que el rechazo a la “bisexualidad” por parte de su familia, era el principal problema que padecían. Varias consultas, con demandas de “normalización”, se presentan por parte de padres azorados al descubrir las “tendencias desviadas” de sus hijos, como último recurso ante el fracaso de la amenaza de no ver más a sus amigos, no quererlos más, cambiarlos de escuelas o expulsarlos a la casa de tíos tan lejanos como rigurosos.
Los padres, somos víctimas de ese mismo poder normalizador, machista y patriarcal marcado a fuego por generaciones y nos cuesta muchas veces tiempo y proceso, trabajo psíquico, comprender que la felicidad para un hijo es mucho más importante que el mandato de “normalidad”.
En el mejor de los casos el tiempo de elaboración del duelo por la “elección de la orientación sexual inesperada” permite aceptarlos desde un amor genuino. En otros casos, muy dolorosos, esa aceptación no se logra nunca.
La diversidad sexual, desde la perspectiva hetero normativa choca con los mandatos, el rechazo y la intolerancia familiar primero. Con la de los amigos, los compañeros de la escuela, con comportamiento de acoso y bullyng, después.
El cine, la tele, la música, la cultura, los clubes, la iglesia, harán conocer su desprecio, más temprano que tarde.
Sentirán disminuidas sus posibilidades de trabajo, por discriminación. Esas experiencias externas, más la vivencia de rechazo, de culpa y vergüenza que el súper yo producirá internamente, por no cumplir con los mandatos de ser masculino, hombre hecho y derecho (sobre todo), minarán sus emociones. Demasiadas veces el dolor, la culpa, la vergüenza, el sufrimiento por ser rechazado, despreciado y humillado, derivado de la incomprensión, la intolerancia y la discriminación de su entorno familiar y social, dan origen a profundas depresiones que también, con indeseada frecuencia, engrosan tristemente las listas de los suicidios.
EL CINE DEBATE COMO CONTRIBUCIÓN
En el segunda película del ciclo de cine/debate realizado por “Lazos en red”, la red de voluntarios para la prevención del suicidio en conjunto con la Biblioteca Julio Serebrinsky de la Cooperativa Eléctrica de Concordia, el viernes 15 de octubre de 2021, proyectaremos el film “Plegarias para Boby”, como disparador para pensar, reflexionar, intercambiar, discutir y debatir acerca de la problemática de la homosexualidad y el poder, de la homosexualidad y la intolerancia, la discriminación, el desprecio, la humillación, la homofobia. Para cuestionar las razones por las que nuestra sociedad tolera mejor cualquier forma de violencia e injusticia que las formas diversas del amor que suelen escandalizarlas y embanderarlas detrás de las peores expresiones del odio y la violencia. Todos somos parte. Como decía Sartre, “todos somos responsables de lo que no tratamos de impedir”. Estás invitado.
(*) Psicólogo MP243