Yrigoyen con los alzamientos armados y la abstención electoral la obtuvo a través de la ley Saenz Peña. Pero era la democratización conseguida dentro del sistema de economía primaria exportadora. Los seguidores del primer presidente radical eran la chusma. La clase alta discriminaba al fruto mal avenido de la inmigración que fomentó. Y al mismo tiempo la dotaba de su ideología discriminadora a través de la escuela. Por las fallas y limitaciones del modelo de economía primaria exportadora nació la industria como hija desconocida y a través de las migraciones internas, los descendientes de los derrotados de las guerras civiles del siglo XIX, volvieron a entrar en la historia en su condición de asalariados industriales y con su carnet de identidad política que fue el peronismo. Las clases altas y las medias alienadas a aquellas vieron con asombro que la barbarie que consideraban derrotada volvía como una montonera incivilizada que tomaba la Plaza de Mayo y metía sus patas en la fuente.
Sintieron que Mitre no las había enterrado convenientemente y que Sarmiento que educaba con la acción alentando que no había que ahorrar sangre de gauchos porque eran lo único humano que tenían, no había sido lo suficientemente «persuasivo». El cabecita negra pasó a ser la bestia peluda, símbolo de la barbarie. Ocasionalmente lo fue el judío y más adelante cualquier minoría que se alejara de los parámetros que desde el poder se consideraran normales. El crisol de razas fue otra expresión de una política inmigratoria que nacionalizó correctamente los contingentes llegados, pero con el mensaje de fundir las diversidades más que de respetar las diferencias.
El poder de la misma forma que discriminó al cabecita negra proscribió a su representación política que fue el peronismo. Se creó una falacia civilizadora que perpetró los peores horrores.
La industria era la placenta del proletariado. Éste era mayoritariamente cabecita negra y en política predominantemente peronista. Se implementaron políticas antiindustrialistas para abortar el sujeto histórico. Cuando fue insuficiente como método se acudió al terrorismo de estado.
Sobre el terreno abonado se instalaron las políticas del fundamentalismo neoliberal.
Como consecuencia de una gigantesca derrota perpetrada sobre sectores mayoritarios del pueblo argentino, el entretejido social se rompió, se agujerearon muchos de los vínculos solidarios, se afianzó la idea de la salvación individual y se afianzó el axioma de civilización y barbarie.
Se ha usado el miedo como el gran disciplinador. El ciudadano de Villa Soldati de clase media baja le teme al cabecita negra, al peruano o boliviano que vive en una villa. El de la villa le teme a otro villero que le alquila su habitación insalubre. El clasemediero de Palermo o Caballito le desagrada el de Villa Soldati y se horroriza con el que sobrevive en una villa. El miedo no sólo disciplina sino que crea muros reales y virtuales. ¿De qué tiene miedo “el vecino” de Villa Soldati? Le contesta la escritora Alicia Dujovne Ortiz: “De que el diferente no se le vaya a convertir en semejante o, más bien, de que él no se encuentre de buenas a primeras convertido en otro: pobre, negro y feo. Y maloliente, ya que estamos.”
La pobrefobia es, entonces, una etapa avanzada de la xenofobia (odio al extranjero) y racismo (discriminación de las personas recurriendo a motivos raciales, tono de piel u otras características físicas de las personas). El periodista Luís Bruschtein ha escrito con precisión: “Mientras la señora boliviana se mantenga sentada en la puerta del súper es fácil hacerse el civilizado supremo y comprarle unos pimientos por dos pesos. Hasta se puede sacar una foto para mostrarles a los amigos. Pero si la señora sale a reclamar tierras para vivienda, tenga razón o no, se convierte en parte de una “inmigración desenfrenada” y, como dijo la piba (la periodista Sandra Borghi de TN) “de baja calidad”). La esencia de las personas se pone de manifiesto en situaciones límites”
Está de más decir que la ocupación del espacio público no puede ser el paliativo de una carencia de construcción de vivienda. Pero el ciudadano de la Capital cosmopolita, el de mayor renta per cápita, al que los progres y los empresarios devenidos en políticos degradan a la mera condición de vecino, si se descolonizara, podría llegar a entender que el acceso a la vivienda de los sectores marginales es una de las primeras medidas de seguridad que debe adoptarse. En lugar del discurso colonizado de “ayudan a los vagos” “regalan lo que sacan de mis impuestos”; o lisa y llanamente pedir la expulsión de los extranjeros caracterizados como lacras, ese ciudadano debería entender que apoyar alternativas para lo más desamparados, es lo que más rápido ayudará a mejorar su principal preocupación definida bajo la expresión laxa de inseguridad. Si no lo entiende desde la solidaridad, por lo menos que lo comprenda desde su conveniencia. Como bien lo afirmaba el filósofo holandés de origen judío Baruj Spinoza, el miedo es el prerrequisito para el sometimiento.
El discurso racista que brota está dirigido al inmigrante pobre y latinoamericano, que es la misma condición del migrante nacional. Resulta descorazonador que en la ciudad que compite con París en materia cultural, el discurso de la solución de los conflictos mediante la guardia de infantería tenga mejor acogida entre sus habitantes que la solución política a los mismos.
Para aproximarse a una interpretación de la realidad más comprensiva y cercana a una verdad relativa, es necesario terminar con el axioma sarmientino. Hasta tanto, conviene cambiar la ubicación de quiénes se acercan a la civilización y quiénes se revuelven en la barbarie.