Pobre Cruyff, que Messi lo dejó como el último muerto del fútbol

Cuánto exitismo en Argentina, que califica, consagra o condena a cualquiera según el logro. Messi, durante casi dos décadas, fue un muerto por no levantar ese díscolo trofeo de oro macizo de poco más de 8 kilos. Entonces este domingo sagrado le soltó la mano al mítico neerlandés. O al húngaro Ferenc Puskás o el propio hispanoargentino Alfredo Di Stéfano.

¿Y Michel Platini? ¿Qué se podrá decir de otro cuatro de copas que llegó al Mundial de 1986 para ser el mejor del planeta y se retiró con un simple y vulgar 3° puesto? Ni que hablar de Zico, que durante 10 años no supo llevar la 10 de Brasil con el merecimiento de los grandes campeones.

Sí, porque ganar la Copa del Mundo transforma a cualquier jugador en, al menos, un semidios moderno. O eso creemos con exclusividad. Porque en realidad los buenos serán buenos toda la vida, y nadie podrá poner en tela de juicio lo que significaron en la historia del fútbol Cruyff o Platini. Y lo mismo con Messi.

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Desde que la “Pulga” debutó en Argentina en 2005, previo al Mundial de Alemania, sufrió constantes embates desaprobatorios. “Que haga goles en la Selección”, “si es tan bueno que gane el Mundial”, “es español, qué querés”. El «no canta el himno» lo transformó en un grito de guerra digno de un film bélico medieval.

En los primeros minutos del 27 de junio de 2016, tras caer por penales ante Chile en la Copa América Centenario, el Gran Capitán lanzaba la frase que congeló almas durante meses. “Se terminó la Selección. Hay mucha gente que desea eso. Ya lo intenté mucho”, disparó el mejor del planeta, que se había cansado y se daba por vencido.

Duró poco la depresión, porque algunos meses después retornó al equipo nacional para darle la clasificación al Mundial de Rusia, un torneo improvisado por un cuerpo técnico sin claridad y contaba con una pieza que a la postre resultó clave: Lionel Scaloni. La zurda mágica lo volvía a intentar, acaso con la certeza de que no podía irse sin el título que lo iba a catapultar a la leyenda y darle espacio a los detractores que buscaban en el fondo de la olla para denostarlo.

Por aquellos días, Messi era el apuntado principal por otro “fracaso” argentino, sin importar los récords que batía a diario en Barcelona y también con la camiseta nacional. Se decía que era el capitán que no hablaba, que no daba explicaciones, que no levantaba la cabeza. Hasta que un día la levantó. Y atrás vinieron sus mejores rendimientos, y luego levantó las copas.

Pobre Cruyff, que no tuvo la posibilidad de redimirse ante los ojos depredadores y las lenguas venenosas como la tuvo el Diez campeón en Qatar 2022. La Copa América 2021 fue la –innecesaria- redención del rosarino, para el que no contaban, habida cuenta, los casi 800 goles, casi mil partidos, la calidad desplegada en cientos de canchas de todo el globo terrestre ni las ilusiones despertadas día tras día por sólo verlo.

¿De qué forma la obtención de un Mundial determina la clase de jugador? Además de los mencionados antes, basta la pruebas de los mejores de la actualidad. Neymar nunca lo ganó, como tampoco lo hicieron Erling Haaland, Cristiano Ronaldo, Mohamed Salah, Sadio Mané, Phil Foden. El último ganador del balón de oro, el francés Karim Benzemá, no formó parte del plantel de Francia ganador en Rusia 2018. Así, las grandes estrellas del fútbol actual que levantaron la Copa son Messi y Kylian Mbappé. Y a lo largo de la historia, los considerados más grandes jugadores que pudieron coronarse en el momento de su hegemonía fueron pocos, como Pelé, Diego Maradona, Ronaldo, Zinedine Zidane o Franz Beckenbauer.

Así de cruel es el fútbol, un deporte en el que muchas veces, quizás la gran mayoría, el que reina no puede ser campeón. Y entonces, sino gana el Mundial, ya lo sabemos, es un muerto que no merece los vítores ni la eternidad. Qué injusto es el fútbol, o quienes no lo comprenden.

Messi es tan bueno que hubo que compararlo con Maradona. Sólo para recapitular: el rosarino ganó el Mundial de Qatar -y fue finalista de Brasil 2014-, la Copa América, el Mundial Sub 20, el oro olímpico en Beijing 2008, cuatro Champions League, tres Mundiales de clubes, supercopas de España, Francia y Europa, la Ligue 1 y la Copa del Rey. Es decir, lo ganó todo, a excepción de la Copa de Francia.

Para los detractores, finalmente Messi pasó a ser bueno. Para el resto, se transformó en el más grande de todos los tiempos. Porque el mundo ya le quedó chico.

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