Reconozco a la comunicación como fundante de ciudadanía, en tanto la interacción hace viable la colectivización de intereses, necesidades y proposiciones. Al mismo tiempo, dota de existencia pública a los ciudadanos visibilizándolos ante los demás. Ese reconocimiento de la comunicación, como condición de posibilidad de la ciudadanía es, al tiempo, condición de posibilidad de la política; de la naturaleza de los mensajes de los medios depende, en alto grado, la conformación de la opinión pública
Completando esta conceptualización, a mi juicio, el periodismo es ejercicio diario, es lucha social, entiende que la objetividad posible no es extraña al compromiso o a la intención política. La objetividad, es de añadirse, es definición, es explicación o implicancias en el presente y en el destino de las sociedades.
El periodismo tiene una centralidad y relevancia excepcional en la construcción (y reproducción) de las prácticas sociales. Son estructura que cumple una función social determinante, que construyen, procesan y definen identidades e imaginarios, dado que es un gran productor de discursos y fundamentalmente de sentidos.
A través de su materia prima: la información (que no es su producto final), elabora los datos para transformarlos en comprensión. De un medio de comunicación de calidad no debería decirse que forma parte de la industria de la información, sino de la del conocimiento. Pero también tiene la capacidad de fragmentar ese conocimiento, impidiendo maneras transparentes de comprensión de la realidad. El conocimiento circula desde las particularidades y en forma de red. El medio y los periodistas tienen que ordenar ese movimiento para ser partícipes activos de la sociedad del conocimiento.
Más allá de la valoración, siempre discutible por cierto, que se pueda hacer del papel de las corporaciones mediáticas monopólicas, (medios que ocupan un lugar destacadísimo desde siempre, en la difusión del ideario neoliberal) como definidoras de la opinión pública y como constructoras del sentido común, lo cierto es que, se advierte diariamente como se falsean gran parte de la realidad de los argentinos. Ocultan datos, temas, acciones y personajes de significativa importancia para la comprensión de la realidad, es decir, la información viaja en un solo sentido: la de construir una nueva forma de subjetividad para transformar sus intereses, en intereses del conjunto de la sociedad, con prácticas exclusivamente ligadas al lucro y la rentabilidad. La construcción de las noticias y de subjetividades, son imprecisa, mal intencionadas y suele redundar en dualidades perversas.
De ahí, entonces, la crucial importancia que adquiere, en términos de una comunicación democrática, la urgente aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que se encuentra suspendida provisoriamente a raíz de un recurso del diputado nacional del peronismo disidente Enrique Thomas. Lo central no es que, la ley vaya a garantizar una espontánea transformación de los valores imperantes sino porque, al menos, logrará impedir que sigan las empresas monopólicas como instrumentos manipuladores y abrir a otros medios que reasignen otra finalidad a los contenidos y los fines de la información. De eso se trata, entre otras cosas, la democracia. Dicho de otro modo, en una sociedad atravesada por los discursos y sentidos, acercados a los factores del poder económico, la búsqueda, tal vez ilusoria pero imprescindible, de una mayor democratización en la distribución y producción de la comunicación es un desafío de primera magnitud a la hora de imaginar un giro más participativo y plural. El poder corporativo lo sabe y, por eso, va con todas sus armas contra esa ley de la democracia.