¡ Perdón General San Martin !

Un remise lo dejó en la Plaza de Mayo, después de pasearlo a su pedido por
buena parte de la ciudad, y ante la curiosidad del viajero por esa ronda de
mujeres con pañuelos blancos. El hombre serio de abrigo largo se acopló a la
marcha circular y le preguntó a una señora pequeñita :

– Disculpe usted señora? Qué significa este marchar con sus pañuelos?
– ! Pero señor!? De dónde viene usted?
– Es una historia algo larga señora mía,muy larga.
– No importa, nosotras reclamamos por nuestros hijos desaparecidos y
asesinados por los militares…
– ! Por los militares!…? de qué país?
– ! Pero señor, de éste! Los militares argentinos.
– Habrán sido batallas muy duras, supongo, con mucha artillería.
– Pero no señor, usted parece del otro mundo, no. Los desaparecidos eran
prisioneros.
– ! Mataron prisioneros!- bramó el hombre enfurecido .
– Miles y miles,señor.
– ¿Y no fusilaron a los asesinos?
– No, no, los indultaron a todos,señor.
– ¡Vive Dios!! Cobardes unos y canallas todos!
– Ya lo creo señor, y todo para poder vender el país.
– ¿Como la aerolínea esa y el agua?
– Si, si, y los ferrocarriles, las rutas, los teléfonos, los puertos, las
usinas hidroeléctricas, los bancos…
– Perdón, pero? Qué pasó entonces con la independencia?
– Lo que pasó con nuestros hijos.
– ¡Miserables traidores! No debí haberme ido. Si me hubiera quedado a pelear
y gobernar…
– Ah, usted es un exiliado político, claro.
– Bueno señora, podría ser algo así… gracias por su gentileza y espero
haya justicia.
– Adiós señor..? cómo se llama usted ?
– José Francisco, señora, hasta siempre.

El hombre serio, algo encolerizadio, ingresó en la Catedral y después de
observar todo se dirigió resuelto hacia los granaderos inmóviles parados en
los cuatro extremos de una cripta.
– ¿Qué hacen ustedes aquí?- preguntó con un tono de mando que obtuvo
respuesta pese a las órdenes de silencio e inmovilidad.
– Custodiamos los restos del general San Martín, señor.
– ¿Es que aquí han colocado el cadáver, en esta iglesia?
– Si señor.
– ¡Valgame Dios! ¡Santo de la espada!-

Y el hombre enfurecido dio la vuelta ante el estupor de los custodios y fue
a sentarse en un banco al lado de un individuo flaco, harapiento, con
sandalias, de pelo largo castaño y barba corta. El enfurecido se calmó de
golpe al ver al otro con sus manos marcadas con dos cicatrices hondas en el
medio, bajo los nudillos.

– Perdone usted caballero, veo que anda algo falto de abrigo.Tenga mi
capote, por favor.-y le tendió la prenda negra.

El flaco miró al abrigo y luego su mirada limpísima y tierna se posó en los
ojos renegridos del hombre serio.
– Gracias José, pero otros lo necesitan más que yo.
– ¡Me conoce usted!- se asombró el hombre.
– Y tú me conoces a mi, soy Jesús.
– ¿Jesús…? ¿Jesús, qué?
– Ese, ese- y señaló hacia el crucifijo.
Durante un instante el hombre serio quedó petrificado ante la revelación,
pero se recompuso.
– ¡Señor Jesucristo, qué honor!
– José, José, que yo sé lo que te pasa y te hice acercar aquí. Luchaste por
la independencia, ganaste las batallas y tus compatriotas echaron todo a
perder. Y aquí estamos los dos.
– Pero y tú,Jesús,? A qué has regresado?
– A ver como anda mi revolución.
– ¿Y cómo anda?
– José, ya viste esas mujeres de pañuelos blancos.Sus hijos fueros
asesinados por soldados que decían seguir tu ejemplo para defenderme a mi,
que ni lo necesito.
– ¡Mi ejemplo! Pero Jesús, si yo hacía fusilar a quienes mataban
prisioneros.
– Si, lo sé. Hemos fracasado. Yo difundía que Dios está en el prójimo. Y
mira en derredor lo que se hacen entre prójimos. Si hasta construyen templos
lujosos y ridículos como este mientras miran al techo, me rezan y olvidan a
los pobres.
– Jesús, qué tenemos que hacer, entonces?
– Pues yo haré vender todas mis casas en el mundo para darle el dinero a los
pobres.Y que los que rezan lo hagan al aire libre.? Y tú José?
– Formaré un nuevo ejército para la independencia.
– José, José, tus descendientes militares te tratarán de traidor y te
destituirán o algo peor.
– Jesús, con todo respeto, me parece que antes tendré que pelear para que no
te crucifiquen otra vez.

Entradas relacionadas