Pedagogía en tiempos de pandemia

Llegó el momento de poner en práctica todo lo aprendido por la docencia, si es que algo de aprendido hubiere, sobre el uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación. Las circunstancias lo exigen.

El contexto de pandemia, encierro y distanciamiento social, pone a prueba la capacidad de conectarse y la posibilidad de estar en contacto, docentes y estudiantes, en un inicio de ciclo lectivo atípico, pero no por ello inerte, del proceso de enseñanza.    

            Hace 10 años se implementó el Plan Conectar Igualdad, que puso al alcance de estudiantes y docentes la posibilidad de incorporar a las aulas otros modos de llegar al conocimiento. Con errores y con aciertos, el plan puede discutirse, pero es imposible no coincidir que revolucionó la cotidianidad escolar, o por lo menos, inquietó y también fastidió, a los y las que llevamos adelante la profesión, alterando las rutinarias formas de enseñar y perturbando la costumbre y comodidad pedagógica, esa de hacer siempre más de lo mismo, dentro de las instituciones educativas.

El programa fue parte de una política educativa acorde a los tiempos, que aspiró a adecuarse a las nuevas generaciones, para cambiar la monotonía de una pedagogía pensada en el siglo XIX.

            Resistirse a la tecnología e insistir con el aula tradicional con tiza, pizarrón, manual, fotocopias, exposición e interacción en los claustros estudiantiles, fue y sigue siendo una constante.

            En estos tiempos del siglo XXI, con un inicio de clases postergado en la presencialidad, la educación obligatoria y la necesidad de seguir enseñando, ha dejado al descubierto algunos problemas.  

            Declarada la clausura domiciliaria para el cuidado de la salud, las decisiones tomadas por las autoridades educativas, llegan a las escuelas; la autoridad indica, y está bien, que se debe continuar enseñando.

 Enseñar es la razón de ser de las escuelas, da sentido a estudiantes y docentes que, por cierto, cobramos un sueldo por ello. La existencia de los estudiantes es la razón de nuestra subsistencia.

Parece simple, pero no lo es. A medida que pasan los días nos damos cuenta de lo lejos que estamos de las demandas de la realidad y de las posibilidades que las TIC nos brindarían, si se usaran con el sentido pedagógico que muchos especialistas pensaron.

Basta con escuchar lo que se dice por ahí en estos días:

“…Conozco madres que están estresadas por la cantidad de trabajos que tienen que hacer los chicos Y realmente la están pasando mal todos, las madres y los chicos…” (Un vecino)

“…Tengo un sobrino de 2 años y 4 meses… desde el jardín maternal mandaron un video sobre la dictadura y la consigna es “Hablamos de la dictadura en familia”.  ¡No estoy en contra del video, pero hace dos días pedían que se le explique que estamos en cuarentena, ahora que se le explique la dictadura! Y francamente no sabemos cómo hacerlo con un niño de 2 años y 4 meses.” (Una tía)

“… me dan un montón de tareas, por la página de la escuela, en PDF o Word. Son unos vivos, te dan temas nuevos… algunos trabajos re largos, como 18 puntos y otros con un poco menos. A los profes les pasamos las cosas por correo y ya está. Y cualquier pregunta, debemos decirle al delegado del curso, para que él escriba y pregunte… y bueno… algunos quieren enseñar y trabajar y, otros solo trabajar…” (Una estudiante de secundaria)

“¡Cuántas cosas está dejando al descubierto esta Pedagogía de la Pandemia…!” (Un colega)

 A partir de estos testimonios, entre otros muchos que, debemos confesar, dejamos en la intimidad, por vergüenza y por respeto a la profesión que nos incluye, intentamos reflexionar…, porque nosotras pertenecemos a la educación, no estamos afuera y lo que aquí expresamos nos atraviesa absolutamente…

  ¿Qué pasó con esos docentes apáticos a la tecnología que, de pronto, ensayan lo que nunca se preocuparon por aprender? ¿pasaron de no saber, a hacer lo que supone que deberían saber? ¿de la resistencia a las TIC, a redimirse por lo que no aprendieron en tiempos de cursos gratuitos? ¿o aprendieron y lo olvidaron, porque nunca lo hicieron en las aulas? o simplemente ¿no tienen ganas?

 ¿Qué está pasando en la docencia con esa imperiosa necesidad de llenar el vacío presencial, de cualquier modo y como salga?

¿De un momento a otro Internet, pasó de ser culpable de todos los males juveniles a convertirse en un protagonista hostigador de estudiantes y familias?

¿Es el aburrimiento producido por el distanciamiento social, que lleva a plantear actividades que, si se dieran en el aula, serían contenidos para un mes, con pretensiones de que se resuelvan en una tarde?

¿Es una obligación y, para cumplir con ella, todo se transformó en un “como sí” enseñamos y en un “como sí”, aprenden los y las alumnos/as? ¿O será que ese “como si” viene desde hace tiempo y ahora se hace visible?

¿Es un intento de sostener una autoridad que ya no existe y un supuesto saber docente que ha sido reemplazado?

 Pensamos por algunos momentos…

– ¿Cuántos hogares poseen una computadora u otro dispositivo, para completar las tareas que mandamos, de entrega obligatoria, pero sin perspectiva cierta de corrección, devolución o intercambio?

– Si suponemos que el teléfono celular es una alternativa ¿Cuántos poseen un dispositivo con las actualizaciones que se requieren para trabajar con aplicaciones determinadas, por más básicas que sean?  ¿cuánto se puede exigir?

– ¿Cómo hacen las familias que no cuentan con conocimientos, esos que se requieren para ayudar en la tarea y que acompañen a cumplir con la obligación escolar?

Estos son algunos de los tantos interrogantes que nos hacemos, sabemos que en la historia de la educación hubo siempre “maestros excepcionales” esos que dejan huella, y sabemos que los hay también en este contexto de pandemia, pero no podemos dejar de decir que son eso “excepcionales”, por lo menos es la mirada de lo que el termómetro social nos señala hoy.

 Quizá una respuesta, entre otras, sería dejar de pretender hacer con la educación virtual, lo mismo que hacemos con la presencial, y ensayar experiencias nuevas, creativas y hasta extraordinarias que achique la brecha, que el manejo de la tecnología ha abierto – hace tiempo ya- entre la escuela y el mundo que nos rodea.

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