Algún día leeremos ese recuadrito que suelen incluir los diarios: «Hace 20 años en nuestras páginas…» y reviviremos allí el momento insondable en que casi fuimos a la guerra contra los hermanos uruguayos. ¿Política ficción? Para nada, los títulos de los medios la semana pasada dan testimonio: «Salvo invadir Uruguay y ganar la guerra, no existe otra salida que ir a La Haya», fueron las increíbles palabras que eligió el gobernador para anunciar el cambio de estrategia. En serio. ¿Era raro que La República de Montevideo titulara «La Argentina desiste de invadir el Uruguay»?
Ahora, azorado, leo la letra (hace tiempo que no lo escucho) de la canción que Tarragó Ros (Antonio) le dedicó a las papeleras:
Ay! Río de mieles ruanas / Zampayo un canto te dio,
que Tabaré no envenene / tus pájaros río Uruguay.
Extraordinario. Tarragó, que jamás siquiera amagó el esbozo de un intento de acorde contra Menem, ahora graba una canción en la que el presidente uruguayo aparece matando pajaritos… (Y, aparte de que no puede rimar ya siquiera una copla, si hablamos del gran Aníbal Sampayo… va con ‘ese’, Tarragó. No con ‘zeta’).
Es comprensible que un rezago de los 80 como Tarragó –que durante años vivió del nombre de su padre, que posó de renovador del folklore con María va y ¿un par? de canciones más– pretenda recuperar algo de espacio en los medios, y de paso en los charts. Casi tan razonable como lo de Pipo Pescador, a quien nunca le interesaron los temas sociales, pero en fin, ahora le tocaron «su» pago. La calidad de ambas piezas (insisto: no escuché la de Tarragó, pero con la letra basta…) no entra en el debate: como aquellas viejas canciones de protesta, a nadie le importa demasiado el cómo sino el qué dice. El caso de Enrique Fischer (Pipo) es más liviano: lo más jugado que hizo antes fue el conocido Vamos de paseo en un auto feo/pero no me importa porque llevo torta (bueno, al menos rimaba…) Pero él pertenece a la legión Blumberg, el ejército de «Descubridores del Problema Cuando me Tocó a Mí». Tarragó es otra cosa. O quería serlo.
Tal vez por eso sea bueno recordar a otro músico popular, el que escribió (y cantó…):
Fuimos un balcón al frente /de un inquilinato en ruinas
el de América Latina/ frustrada en malos amores
cultivando algunas flores/ entre Brasil y Argentina
Pero mucho no duraron/ las flores en el balcón
el rosquero y su ambición /imprudente las cortaron
y fueron las mismas manos/ que arruinaron el vergel
las que acabaron con él/las que hoy muestran, codiciosas
en vez de un ramo de rosas/ unas flores de papel
Casi una profecía, como bien señalaba Tirso hace algún tiempo. Pero Zitarrosa sigue:
No falta el bobalicón /nostálgico del jardín
pero entre todos el ruin /es el que trajo al ladrón
Ese no tiene perdón:/ si protegen sus ganancias
la decencia y la ignorancia/ del pueblo son sus amores
no encuentra causas mejores/ para comprarse otra estancia.
Ese sí, no es oriental,/ ni gringo ni brasilero
su pasión es el dinero/ porque es multinacional…
Tarragó, y muchos de los que, de este lado del río, fueron amigos del «ruin que trajo al ladrón», ahora se muestran como bobalicones espantados ante la contaminación, y se suben a un banquito para tirarle piedras al hemano menor.
Este que firma fue uno de los que el 30 de abril de 2005 estuvo sobre el puente, en Gualeguaychú. Desde entonces vio cómo se encaramaba la desmesura a la cima de un conflicto que, entre hermanos, debió resolverse de otro modo (como decíamos con Claudio: no fuimos a La Haya ni siquiera por Malvinas, y allí vamos ahora, denunciando a un país que cuando declaró su independencia el 25 de agosto de 1825, en la misma ley también aprobó «la unidad con las demás provincias argentinas a las que siempre perteneció por los vínculos más sagrados que el mundo conoce» y resolvió que quedara «la Provincia Oriental del Río de la Plata unida a las demás de este nombre en Sud América». Por eso ahora los uruguayos discuten si a esa fecha se la puede considerar el Día de la Independencia o no).
Bien. No pongamos trabas entonces a esta nueva estrategia. Tal vez La Haya sea la única forma de desandar el camino de irracionalidad impulsado en los mismos sillones desde los que ahora se anunció esta vía. «Uno recurre al tribunal de la ONU si está muy seguro de ganar o si ya no le importa perder, porque tiene pocas chances de conseguir un cambio por otra vía», decía días atrás la periodista especializada en el tema María Luisa Mac Kay.
En otras palabras: La Haya era la única salida elegante (si es que a nuestro gobernador le cabrá alguna vez el término) ante lo que parecía inevitable para muchos observadores (y por ello fue la posición original de la Argentina en la CARU, tan vilipendiada: que se instalen pero no contaminen). Con un par de volteretas, tan extendidas, tan vastas en el tiempo y el espacio, que son muy difíciles de percibir, el Gobierno de la Provincia vuelve, o parece hacerlo, a su moción original. De la que quizás nunca se habría movido, de no mediar –entre voltereta y voltereta– un puente con miles de manifestantes y una elección crucial en Gualeguaychú.