Padre progresista

Por Fosforito

Un día el gurí te encara y, como sacándose una mochila que ya no quiere cargar, dice “Che pa, yo a veces fumo marihuana”.

Entonces uno empieza a procesar y entra en conflicto con esa parte que comprende que los tiempos cambian, pero siente que nunca termina por estar listo…

(No hubo tanta preocupación cuando el gurí llego por primera vez en pedo a la casa. Casi que resultó gracioso.)

Trato de recordar cómo era hace 20 años atrás y pienso que tal vez esta generación, y todos, lo podamos vivir mejor…

Había muchos temas sobre los que no se hablaba y, cuando se hablaban se repetía lo que se escuchaba decir.

Y las cosas pasaban igual, de todas maneras, se hacían ya fueran ilegales, prohibidas, tabúes o sin permiso: El juego, el alcohol, la prostitución, acelerar y correr en las calles, la homosexualidad, cagarse a trompadas, embarazarse, abortar… y las drogas, que eran una rara avis, cosa de unos pocos, al igual que con las brujas nadie podía asegurar haber visto una, pero que las había, las había.

Entonces qué… ¿Hacerse el desentendido? ¿Aplicar algún castigo? ¿Hacer una escena dramática? ¿Tomar medidas drásticas? ¿Centro de rehabilitación, psicólogos, mandarlo a la iglesia o llamar a la policía? ¿Prohibir?

A veces la sinceridad puede ser inquietante:

– ¿Así que el gurí, con franqueza y sin mucha vuelta, le dice que fuma porro?

– Tal cual, Fosforito. Me tomé un minuto para reaccionar y pensar qué hacía.

– ¿Y qué hizo, estimado?

– Le dije “Ah, ¿sí? Contame.

Y después se lo dice a la madre… a la abuela y a todo aquel que quiera escucharlo sin ánimos de escandalizarle.

Y de todo lo que contó, lo más preocupante pasaba por cómo conseguía lo que no se puede:

De la entrada a lugares indómitos y tratar con personas desconocidas, del flaco que lo esperaba en la avenida o el remisero que se la traía hasta la esquina…

– Pero ahora un amigo tiene unas plantas porque la mamá le dejó tener.

La sorpresa fue tal como el alivio.

La experiencia me recuerda que para acceder a la marihuana había que meterse en un submundo atravesado por la violencia, la marginalidad y la persecución. Era meter un pie en la ilegalidad y en el código penal. Era codearse con otras drogas y otras cosas. Era darle de comer a una máquina trituradora de personas, chorreada de corrupción, que usa a los más vulnerables como carne de cañón para sus cometidos.

El auto cultivo disminuye las malas opciones. Aunque uno se acuerda de Ana, a la que dos por tres le entraban por el fondo a robar cosas en su patio y ella no se animaba a llamar a la policía porque tenía unas plantas en floración. La casa era un lugar de delito y había que tener ojo con quien entraba o si el olor llegaba a los vecinos y alguno se le daba por denunciar y, del día a la noche, podía convertirse de comerciante con gustos por la jardinería a transa con causa abierta por narcomenudeo.  

Así las cosas…

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