El clima era casi festivo. Un morboso regocijo deambulaba por la redacción después de leer, en el Semanario Análisis, la entrevista del escritor y periodista Martín Caparrós a Oscar Horacio “Pacha” Mori, ex secretario de Reforma del Estado y Control de Gestión de la anterior gobernación de Jorge Busti, como anticipo de su nuevo libro, “El interior”, de reciente publicación (Los periodistas solemos ser un poco perversos y a veces nuestras satisfacciones se emparientan con el morbo y el masoquismo).
Ahí estaba, en letras que fulguraban, lo que algunos saben a ciencia cierta y muchos sospechan: Los políticos usan los recursos del Estado para mantenerse en el poder, enriquecerse o pagar sus deudas y retribuir los “favores” de las campañas proselitistas, aunque ese maneje signifique escuelas destruidas, hogares de cachete costanero y cloacas a cielo abierto, leyes de flexibilización laboral, hospitales sin insumos y un largo etcétera que sería, a esta altura, redundar.
Mori se confiesa con Caparrós, vaya a saber uno por qué: ¿No lo conoce? ¿Habrá pensado que se trataba de un escritor desconocido y del montón? ¿Habrá pensado que con los índices de analfabetismo y deserción escolar ya nadie va a leer un libro en esta provincia? ¿Pensará que no hizo nada fuera de la ética, la moral o la lógica de la política? ¿O habrá llegado el momento de pasar algunas facturas a los viejos compañeros que lo dejaron llegar al banquillo de los acusados? Todos tan limpitos y él tan enchastrado.
Al ex funcionario bustista se le imputó haber gestionado e impulsado el trámite de asignación de Aportes del Tesoro Nacional (ATN) para la Asociación Civil de Integración de Entre Ríos (ACISER) durante el segundo semestre del año 1997, en su carácter de Secretario de Reforma del Estado y Control de Gestión -cargo que ostentaba en oportunidad del hecho- “en connivencia y de conforme acuerdo con los coimputados: Liliana Morard de Castoldi -entonces Presidenta de ACISER- y Marcelo Gabriel Sola -entonces Tesorero de ACISER”. Incluso, se constató que se falsificó la propia firma del entonces gobernador Jorge Busti. Mori fue procesado por “defraudación reiterada a la administración provincial” y condenado recientemente a tres años de prisión condicional, la imposibilidad de ejercer cargos públicos de por vida y tareas comunitarias de cuatro horas semanales por cuatro años en la cooperadora del hospital San Roque. Una pena que promete meter miedo a los futuros cajeros de campaña en la provincia.
En la entrevista con Caparrós, Mori no reconoce el delito por el que fue condenado, pero sí reconoce las prácticas para defraudar al Estado. Mori le reveló al periodista y escritor cómo robaba el ex senador Mario Yedro (condenado por enriquecimiento ilícito); que las campañas del justicialismo fueron pagadas con “negocios del Estado” entrerriano; que radio La Voz fue comprada con plata de la política y que, para adquirir el diario Hora Cero robó “de aquí y de allá, $2 millones y medio”.
Seguramente ahora vendrán desmentidas oficiales, gambetas y silencios. Mori podrá decir que fue malinterpretado o que se tergiversaron sus declaraciones. Seguramente el gobernador y sus leales echarán mano al viejo ardid de descalificar con referencias personales al periodista, al entrevistado (¿aparecerán las pintadas “Pacha Botón”?) o a los posibles contradictores en lugar de contestar los argumentos, las acusaciones, las “revelaciones”.
La pretendida oposición verá qué hace, cómo saca tajada. Tal vez golpee las puertas de tribunales (Mientras escribo, el ex gobernador Montiel -como en su momento supo hacerlo Busti resguardándose de la justicia sentado en los fueros de su banca de diputados- hace gala de ese milagro argento donde el maldecido de ayer puede ser el ídolo de mañana, dónde el pasado desaparece como burbujas de detergente y la historia empieza de cero cada día; y, entonces, exhorta a la justicia a actuar de oficio por las declaraciones de Mori). Los medios machacaran publicando cualquier minucia respecto al tema y así se pondrá en movimiento toda la maquinaria para darle a esta nueva novelita de la politiquería el devenir anunciado, hasta que el tema se vuelva una letanía y de a poco desaparezca de la agenda mediática y de la memoria de los receptores para quedar en el anecdotario de las declaraciones célebres tipo “si dejamos de robar dos años” de Barrionuevo. Hasta que sólo queden gemidos guturales, similares a otras novelitas antiguas y recientes como la de las declaraciones misóginas y homofóbicas del titular del IAPV, José Cáceres, o la tipo “Sólo contra todos” del diputado Majul, acusando al oficialismo de coimero y a sus compañeros de banca de “cagones”.
Si esto que digo les parece una mera apreciación subjetiva, póngalo a cargo de mi crónico escepticismo, pero esta sensación de dejà vu que fluye por los medios de comunicación se siente tan real. La figura mítica del Ave fénix. De cómo estos tipejos no “mueren” nunca y cuando uno cree que están por desaparecer resurgen de las cenizas. La película repetida y en continuado de malhechores a los que las balas les rebotan y hacen sus desparpajos con total impunidad y obscenamente. Mientras los habitantes de la metrópolis, sin héroe alguno en quién creer, miran repugnados, sobreviven comiéndose entre sí y se tornan, por indiferencia, por tolerancia o acción -algunos un poco más que otros- cómplices de esta desventura:
El 50% de los que tienen trabajo en Concordia están en negro. Empresas negocian con el Estado mercadería no apta para el consumo. Los medidores truchos en los negocios del centro. El robo, la venta y compra de durmientes del ferrocarril para hacer mejoras en casas pudientes. Empresarios que compran y venden mercadería proveniente de la piratería del asfalto. Almaceneros que “perrean” las balanzas de sus negocios y tienen una para comprar y otra para vender. Si usted compra sin factura el flete va sin cargo. Hasta hace poco se podía comprar cien pesos de monedas truchas por setenta pesos de curso legal. Yedro pasa sus vacaciones de invierno en Cancún y a nadie, menos a él, se le cae la cara. Y todos cuando pueden eluden la ley y cada uno roba cuanto puede y como puede.
Y la pregunta del millón: ¿Qué hacemos con la verdad? ¿Para qué nos puede servir confirmar las sospechas si vivimos en una sociedad que cierra los ojos y sólo ve las ventajas inmediatas? ¿Para qué sirve la verdad en una sociedad débil y con una trama organizativa deshilachada? ¿ Para qué quiere la verdad una sociedad que ha hecho de la impunidad, el olvido, la frivolidad y la especulación en todas sus aplicaciones reglas de convivencia? ¿Qué hacemos con la verdad, cuando unos pocos cretinos deciden e improvisan el futuro de la mayoría y una gran masa de imbéciles se encuentra sumergida en la apatía, el egoísmo y las fantasías?
Uno no pretende disculpar a Mori y secuaces, argumentando la corrupción generalizada, o que los políticos son producto de la sociedad y viceversa, o aludiendo a la finitud del hombre y su génesis pecaminosa, sólo me pregunto para que sirve la verdad cuando somos tan jodidos:
“¡Pacha Botón, ya sabemos lo de Caparrós¡”
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