Por Fosforito
Estamos viviendo días difíciles en los que una parte de la población se comporta como un individuo exclusivo y responsable de su propio destino; ajenos a la idea de colectividad como si no existiera nadie más que ellos en este mundo. Como si sus acciones personales no fueran capaces de incidir en el entorno y la vida de los demás. Personas que alzan las banderas de sus libertades individuales, por sobre todo, y se sienten irresponsables por lo que sus decisiones le puedan hacer al bienestar general.
“Runners por la libertad”, desquiciados por la prédica de los medios defensores de la libertad absoluta para los intereses económicos y los privilegios de sectores dominantes.
Los dueños de todo desempolvan fantasmas y viejos temores que desparraman sobre la ignorancia, el sentido común atrofiado y el odio desclasado de muchos tilingos.
La sola tentativa del gobierno nacional de poner un poco de equilibrio a tanta injusticia, el desliz de intentar cobrarles a los que la tienen toda y se la fugan siempre. La sola intención de que paguen lo que les corresponde para volcarla en el trabajo y la producción, para dignificar a los viejos y levantar a los desgraciados, para pagar la deuda que nos endosaron sin comerla ni beberla, para rescatar al laburante atrapado entre la crisis que dejaron, la pandemia y la cuarentena, vuelve loco al poder económico, los enardece y los pone en pie de guerra.
No van a dejar que les pisen la gramilla ni por asomo: “Porque si les das una vez, se acostumbran mal y después te piden siempre”, sentencia el garca y repite el tilingo.
Entonces, desde sus sombras de poder, avientan historias falsas de hordas que atropellan la propiedad privada y caudillos que resisten en nombre de la patria. Fogonean rebeliones y desobediencias absurdas, meten púa en la guerra de pobres contra pobres, entre los que se dicen que trabajan y los que serían los vagos usurpadores que no quieren trabajar y pretenden vivir a costillas de los primeros.
Ellos no van a claudicar la bandera de su libertad alambrada. Una bandera que –ya lo sabemos- se clava sobre los cadáveres de la desigualdad, de los hambrientos, los refugiados, los caídos del mapa y sobre todos aquellos que osen oponerse a la autoridad del poder real, que cuestionen la panacea de la libertad de empresa y la propiedad privada –aunque fuera conseguida en muchos casos de manera robada- y el estilo de vida occidental que tiene derecho a llevarse todo por delante.
La rancia mortadela neoliberal y la oligarquía agitan en las tapas de sus diarios la desobediencia al mandato popular y alimentan el desencanto que -de a poquito- crece en las encuestas. Ellos saben que es cuestión de tiempo nomas hasta que nos vendan otro buzón de cualquier color:
“Revolución productiva y salariazo” (1990)
“Voy a ser el empleador de cada argentino que quiera trabajar. Voy a ser el maestro de cada niño que va a ser educado. Voy a ser el que empuje a la cárcel a cada delincuente, a cada corrupto. Voy a ser el presidente de una Argentina distinta… Conmigo el ajuste lo hace la política y no el pueblo… Ah, y un dólar, un peso” (1999)
“No vas a perder nada de lo que ya tenías. Los trabajadores no van a pagar más ganancias. Bajar la inflación será lo más fácil de todo. Pobreza cero. Vamos a crear trabajo cuidando el que tenemos. No va a haber ningún adulto mayor viviendo en la pobreza. Todos los maestros van a ser respetados, cuidados y bien remunerados…” (2015)
Hay que ponerle el cascabel al gato ahora, empezar a patear un par de culos sucios y narices empolvadas antes de que la crisis heredada y la pandemia nos dejen sin aliento y contra las cuerdas.
A no olvidar que ellos, el verdadero poder, cuando accede al gobierno, no importa si a la fuerza o de manera democrática, entran pateando la puerta aunque ya tengan la llave. Porque se sienten los patrones.
– Ojo, dentro de la ley, todo. Fuera de la ley, nada.
– Coincido con usted, mi estimado.
– Entonces, ¿qué me está sugiriendo, Fosforito?
– Creo que ya no hay tiempo para cortesías, querido Beto.
Se van acallando los aplausos de bienvenida. El gran pueblo exige que empiece el espectáculo:
“Confíe siempre en su pueblo, que es leal, que no traiciona, que sólo pide que lo defiendan y lo representen. No se preocupe por las tapas de un diario. Busque el corazón de los argentinos que van a estar siempre con usted. No lo olvide, tenga fe en el pueblo. Sepa que el pueblo nunca abandona a los que se juegan por él. Convóquelo si se siente solo o siente que lo necesita. El pueblo siempre va a estar cuando lo llamen por causas justas.”
No nos deje a la deriva y librados a los designios de una espeluznante minoría que batalla porque todo estalle para que nada cambie. Que defiende su libertad de vivir a costillas de dejar morir.
Ojos de tigre, Beto. Ojos de tigre.