Año 1990. Había pasado ya la híper-inflación, los precios y la sociedad enloquecida por las remarcaciones incesantes e impunes de los empresarios. Un ingenuo Ministro les habló, a pesar de la experiencia que le daban sus años, con el corazón y se encontró con el bolsillo, que es lo único que tienen. Había pasado ya los saqueos a los supermercados, el estado de sitio, el adelantamiento de la entrega del poder político. Es que la desnacionalización que auguraba el consenso de Washington, caída ya la Unión Soviética, necesitaba un Presidente más dócil, que cumpliera con el programa de entrega, elaborado por el Imperio, con sus socios locales de siempre. Así tiraron por la ventana a Alfonsín, golpe de Mercado. Convertibilidad, desguace del patrimonio estatal, privatizaciones de las empresas públicas, construidas por generaciones de argentinos, extranjerización de la economía. Esas eran las políticas del riojano que iba en Ferrari. ¿Serían en los meses finales de la década del 90? No recuerdo bien, pero de pronto unos acordes, literalmente extraordinarios del himno nacional argentino suenan, inocentes, por el aparato de la radio. Más que inocentes, inesperados, sorpresivos. Con una voz, con inflexiones inéditas, únicas, significativas, originalisimas. Ni bien termina la asombrosa versión, conductores y animadores del programa comienzan a discutir sobre esa nueva forma. Es la flamante interpretación de Charly García.
La versión está, sin dudas, más “Cerca de la revolución”, esa es toda su insolencia. En el país se desata una polémica. ¿Cómo hay que tomar esta variante transgresora? Algunos la banalizan, adoptan una actitud comprensiva, paternalista, hasta compasiva y humorística hacia el músico. Otros se escandalizaron por el “sacrilegio”.
Un ciudadano denunció a Charly García en los tribunales de Buenos Aires, acusándolo de ultraje a los símbolos patrios, pedía la aplicación del artículo 222 del código penal. Charly podía ir en cana hasta cuatro años. Los dinosaurios no terminaban de desaparecer. ¿Qué había pasado? ¿Qué los había ofendido?… Hagamos un poco de historia.
Lo que hoy es el himno nacional argentino nació como marcha patriótica, compuesto por Vicente López y Planes, con música del Catalán Blas Parera, denominado luego canción patriótica y por último, en 1847 himno nacional. Su día es el 11 de mayo, instituido por la asamblea del año XIII.
En el 1900, Julio Argentino Roca, decreta la supresión de buena parte de la letra, aquella que, según su criterio, puede ser ofensiva para los extranjeros, sobre todo los españoles. De ese modo solo se interpreta la primera cuarteta de la primera estrofa, la última cuarteta de la novena y el coro final del Himno nacional. En este seccionamiento, extirpa aquellas estrofas que, dice el decreto, no “armonizan con la dignidad de millares de españoles” y pueden ser ofensivas para ellos. Claro que se refiere a la Corona Española y a la Corona Británica, de la que la generación del 80 decide atar los destinos del país dependiente semicolonial, y no a los inmigrantes para los cuales, dos años más tarde, se les dictará la Ley de Residencia. Es un gesto parecido al que, poco más de un siglo después, otro cipayo hará pidiendo perdón al Rey por ser libres e independientes. Lo que no explica Roca en el decreto, es la sustracción de la parte del himno que menciona la unidad americana y la integración de los pueblos originarios, más aún el reconocimiento de su paternidad de la patria que nace, como lo menciona por ejemplo en la siguiente estrofa:
“Se conmueven del Inca las tumbas, y en sus huesos revive el ardor, lo que ve renovado a sus hijos, de la Patria el antiguo esplendor”. Marcelo Valko (1) refiere que “estos versos, no sólo imaginan la emoción del Inca ante el despertar de la Nación Argentina sino que además nos sitúan en calidad de “sus hijos”, recordando el antiguo esplendor del Tahuantinsuyo, es decir, de la nueva Patria que asoma a la historia para cobijar a TODOS sus descendientes”. Es decir, en la eliminación de la letra, se juega, esencialmente, un combate por la verdad histórica. Y otra vez triunfó, en este caso, la historia escrita por los vencedores.
Pero no es allí donde hay que buscar algunas de las complejas aristas que la versión Charly García del himno generó en el Poder económico, político y mediático de los 90, porque en definitiva el artista se atiene al contenido oficial, sino en otro acontecimiento que distorsionó el uso del símbolo. Se trata de un decreto del General Farrell, quien gobernó durante el golpe del 43, conocido por perder su dudosa gallardía un 17 de octubre, cuando tuvo que implorar a un naciente líder que mandara al pueblo, que lo esperaba masivamente, a sus casas.
Fue el “Presidente” que prohibió el lunfardo en las letras de tango, es decir, en definitiva, la expresión misma del género, llevando al ridículo de que, para ser admitida su difusión radiofónica, debía modificarse por palabras “decentes”. De ese modo, “yira yira” pasó a llamarse “Camina, camina”, “La Maleva” pasó a llamarse “La Mala”, “El ciruja” a “El hurgador de basurales”, “Que Vachaché” a “Qué vamos a hacerle” etc. los únicos lugares en los que podían escucharse los tangos originales y con alguna coherencia, era en burdeles y prostíbulos.
En 1947 Perón corrige el desatino. Este mismo general dictó un decreto, decisivo para comprender el sentido y la dimensión revolucionaria de la creación de Charly García. Es el decreto 10.302, destinado a regular los símbolos patrios argentinos, “que sufren, desde lejanos tiempos, modificaciones caprichosas en los atributos y colores (…) así como en los versos, ritmos y armonía”.
“Las mentes de los militares del G.O.U., no se llevaban demasiado bien con la diversidad” (2). El decreto incluía indicaciones en cuanto a la tonalidad del Himno –si bemol-y mandaba dar forma rítmica al grupo correspondiente a la palabra vivamos” y disponía que: “será ésta en adelante, la única versión musical autorizada para ejecutarse en los actos oficiales, ceremonias públicas y privadas por las bandas militares, policiales y municipales”, con estas palabras, como dice Duizeide, habían, literalmente, secuestrado el himno. Es, precisamente, éste decreto el esgrimido para denunciar al músico y el que da sentido subversivo a su obra, un sentido de recuperación popular, para todos, de reapropiación, como profundo gesto de restauración político-musical.
“El himno es de todos, entonces también es mío” dice Charly para expresar, con sencillez, esta operación ideológica, este recupero que da sentido, desde el arte y la cultura al lema “libertad, igualdad y fraternidad”. Es, como dice el autor del libro “Charly Presidente”, en la disputa por el legado de la Revolución de Mayo y el enfrentamiento crítico al secuestro militar de la “canción Patria”, donde hay que buscar el efecto que, la versión irreverente de Charly, adquiere toda su fuerza y su polémica, aún más en el estudiado uso de acordes, tempos, inflexiones de la voz, etc. que sutilmente transmiten, esta significación. Es una hermosa versión a la que luego se sumó la de Fito Páez, Jairo y hasta la Mona Giménez, y la más maravillosa de Mercedes Sosa, que agrega sobre el final la expresión “Oh Juremos con gloria, vivir”.
Esta apertura fue inaugurada por la admirable y prodigiosa versión del gran rockero, que fue absuelto de la causa judicial, recién en el año 2000. El himno es, como toda manifestación cultural, simbólica, un territorio de combate, de lucha por el sentido, por la verdad histórica, por nuestra historia, por nuestra identidad. Por nuestra memoria y por quienes queremos ser. En esa disputa se juega nuestro futuro y nuestro destino, de liberación o de dependencia de un Poder que oprime a nuestro pueblo.
(*) Psicólogo. MP243
1- Marcelo Valko: “Pedagogía de la desmemoria”
2- Juan Bautista Duizeide: “Charly Presidente: una excursión al país de los García”