No a las papeleras

Es que el curso de agua, a pesar de las obras, proyectos y declamaciones de los distintos gobiernos, está muerto. La ausencia de movimientos del paisaje simula una pintura vívida de naturaleza muerta. La quietud sólo es quebrantada por los desperdicios plásticos que flotan a la deriva; una garza que planea a poca altura; perros que husmean entre la basura y tres chiquitos que arrancan matas de pasto debajo de un puente, o juegan con una vara y una escoba decrépita con los residuos sumergidos en el barro.
El gorjeo de algún pájaro escondido entre los arbustos enmarañados y árboles achaparrados que crecen sobre el lecho seco a orillas del puerto rompe el silencio. Por suerte es invierno y no se percibe el hedor sofocante fermentado por el calor; tormento característico del verano que se agrava por las hordas de mosquitos que habitan en sus cercanías.
Pocos metros antes del último puente se unen dos brazos que arrastran los líquidos vertidos por las entrañas de la ciudad. La bilis verde pálida que arrastra líquidos cloacales –y en otra época desechos industriales- se mezcla paulatinamente con el marrón característico del Uruguay durante ese corto y último recorrido. Allí también se advierten las huellas del último dragado: unos montículos de tierra geométricamente incongruentes entre sí que sobresalen levemente sobre el agua. En esos islotes estrechos florecen algunas matas ralas y descansan erguidas e inmóviles algunas garzas de plumaje blanco, frágiles y elegantes como jarrones de porcelana.
El cuadro que compone el último trecho del curso de agua tiene diversos matices que provienen de tres colores predominantes: un verde lozano se extiende por las paredes de la arroyada entremezclado con un castaño seco y abruptos manchones negro carbón de límites precisos: la huella del fuego. A la acuarela se le podría añadir el blanco que se advierte a lo lejos: son las bolsas que tapizan el basural extendido a ambos lados del camino que cruza el anteúltimo puente.
El último puente siempre fue utilizado por los pescadores para arrojar algunas líneas. Quizás era en épocas de creciente. Es difícil imaginarse algún pez sumergido en el líquido turbio; tampoco hay chapoteos fugaces ni ondulaciones que agiten la mansedumbre del agua.
Sobre uno de los amarraderos de piedra, el metal que compone la carrocería de un antiguo camión se degrada imperceptiblemente a la intemperie. Su soledad es mitigada, en parte, por un oxidado lanchón descascarado a su lado que alberga dos botes desgarrados y carcomidos por la herrumbre.
A los pies de las barrancas de escasa altura se amontonan: botellas vacías de plástico y vidrio, cajas aplastas de cartón, pedazos de recipientes de telgopor, neumáticos inservibles, un termo intacto por fuera pero desmigajado por dentro, un viejo roble rugoso, reseco, inmenso y arrancado de cuajo por el viento, tumbado de costado, y hasta la cabeza decapitada de una muñeca.
Curiosamente, no hay ningún piquete de ambientalistas sobre los puentes que cruzan por encima del Manzores para llamar la atención, evitar que arrojen basura o exigir su limpieza. El único grupo de ecologistas que milita activamente en Concordia sólo corta el acceso al puente sobre la represa de Salto Grande los sábados a la tarde para rechazar la instalación de la planta de Botnia en Fray Bentos.

“Somos pocos” en Concorvida

Luis “Lucho” Román, integrante de la Asamblea Ambiental de Concordia “Concorvida”, señaló que en su seno se discuten los problemas ecológicos de la ciudad. “Continuamente se está hablando de todas esas cosas pero nosotros somos tan pocos; desgraciadamente tenemos tan poca convocatoria que a lo que más nos avocamos es a los cortes y a esto de la papelera”. Román también dijo que, con una mayor cantidad de participantes, quisiera ocuparse de temas tales como el Manzores, los dos Yuqueríes o el Lago. No obstante, adelantó que el probable secretario de Medio Ambiente del intendente Gustavo Bordet, Gustavo Bacón, estuvo dialogando con ellos y, “aparentemente se ocuparía de estos temas”.
Sebastián Rodríguez, otro de los integrantes del grupo ecologista, sostuvo que uno de los fines inmediatos es obtener la personería jurídica. “Luego que comencemos a tener una mejor estructura y que estemos mejor preparados, la idea es ir abriendo ese abanico y prepararnos para distintas actividades”, expresó. La personería les permitirá obtener subsidios y sus pedidos al Estado o a otras ONG’s tienen otra relevancia. “Vos ya sos alguien y no solamente un grupo de gente”, explicó.
Refiriéndose a la contaminación del arroyo, Román dijo que “habría que concienciar un poquito más de gente porque Concordia no toma dimensión de lo que está sucediendo: es un basural por donde se lo mire”.
Una posibilidad de ampliar el núcleo ecologista, Rodríguez sostuvo que van a convocar a los pescadores. “Son los perjudicados más directos. Hay que incluirlos porque ellos están trabajando con el turismo, están llevando a pescar gente, ellos son felices ahí, es su segunda casa. La idea es concientizarlos y que nos ayuden como sea”, indicó.
Otro de los temas en la agenda de “Concorvida” es la contaminación del Lago. “El problema es aparentemente el estancamiento del río que no circula y productos químicos que no están permitidos que se están largando. La sufrimos todos los concordienses. Años atrás nos podíamos ir a bañar y hoy ni a bañar se puede. Lo miramos y lo disfrutamos desde lejos; sabemos que el PH está muy alto; el verdín está muy alto; mueren peces; hay desechos cloacales hay cerca de Colonia Ayuí”, explicó Rodríguez, quien aclaró que no es un especialista.

El municipio ausente

El comodato firmado el 26 de septiembre de 1994 entre el entonces intendente Jorge Busti y la empresa “Puerto Concordia”, representada por su actual propietario, Mario Pallas, se dejaba constancia de que ésta última se quedaba con los tres galpones del puerto para establecer un astillero. Entre las obligaciones se establecía en la cláusula 3º (Zona III) que debían realizarse actividades deportivas en la “las orillas del arroyo Manzores desde la desembocadura en el río Uruguay hasta la avenida Castro”.
No obstante, el concesionario alegó posteriormente que el lugar era “zona primaria aduanera”, y que su jurisdicción recaía bajo la tutela de Prefectura. Por lo tanto, no hay ninguna tipo de actividad deportiva en la desembocadura del Manzores, excepto “lanzamiento de basura”.
Otra curiosidad, en la misma cláusula se señala que la “comodante (municipalidad) se reserva sin restricciones de ningún tipo, el derecho de afectar el sector de la Avda. Castro para la traza de la costanera Norte”. Pero el Estado tampoco hizo alguna obra para prolongar la costanera hacia el norte.

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