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Néstor gobernó sin kirchnerismo

Lo más valioso, lo más entrañable que restauró Néstor en la sociedad argentina es que “no son todos iguales”, latiguillo que se vuelve a escuchar hoy en el sonido ambiente porque es el eje de deslegitimación de un gobierno para dejar fuera de juego a quien puede llegar a oponérseles. Es el germen de la antipolítica. “Los políticos son todos iguales”: lo dicen centenares de veces por día desde otros tantos micrófonos.

Ya sabemos, hoy, quiénes son los que se dedican a esparcir esa falacia. Sus beneficiarios, que acaban de destruir con la boca seca de ambición la construcción de derechos y el patrimonio del Estado. Néstor irrumpió con su 22 por ciento, sus mocasines, su traje cruzado abierto, su emocionalidad visible, y sus ideas. Y a él le debemos los juicios por Memoria, Verdad y Justicia, que hicieron cosa juzgada del genocidio y entonces sí, con la verdad y los procesos ajustados a las garantías de los acusados, se pudo hablar en serio de Nunca Más.

“No les tengo miedo”, había dicho en un Campo de Mayo que hasta entonces, ya dos décadas después de haberse retirado la última dictadura, seguía siendo un escenario amenazante. Y después hizo bajar los cuadros, y recuperó la ex Esma, y aún así, aún con la quita del 75 por ciento de la deuda, aún habiéndonos sacado de encima al FMI, Néstor gobernó sin kirchnerismo.

Tenía seguidores. Lo querían millones. La imagen, en el mundo cuadriculado de las encuestas, era altísima cuando se fue del gobierno y le cedió el bastón de mando a su esposa. Pero el recelo de la antipolítica respaldado por los arrugues y las entregas de los ´90, nublaba la confianza de muchos militantes peronistas que no terminaban de colocarse bajo la conducción del Presidente.

Lo que se llama kirchnerismo nació un año después, en 2008, con la que los grandes medios bautizaron “la crisis del campo”, regalándoles a los agroexportadores nada menos que esa palabra, que es una de las esencias argentinas. Lo que se llama kirchnerismo y aún late bajo el sol e integra el frente gobernante nació cuando vimos que todo peligraba, y que después de todo habíamos tomado los actos de extremo coraje y de una pericia en la praxis política de Néstor con bastante mezquindad. Fue entonces que decenas de agrupaciones que habían apoyado la gestión de Néstor desde lejos, se pusieron al hombro una identidad política que desde ese preciso instante fue combatida, injuriada, perseguida y desfigurada desde afuera y desde adentro.

El ataque persiste. Ese sector político lleva su nombre, que también es el de Cristina. Hoy que Néstor cumpliría 70 años, es bueno, sobre todo para lo que viene, recordar que cuando hay un gobierno que cambia la dirección del viento y vira hacia los sectores populares, no hay que ser tímido ni reticente. Que cuando el pueblo encuentra representantes, debe asumirse orgullosamente oficialista. Con la frente alta, destruyendo ese otro mito del establishment que pesa sobre esa palabra, que suena turbia cuando no lo es. Los dirigentes que como Néstor y Cristina se apartan del cinismo y empatizan con sus representados no son todos ni son muchos. Ese fue el bien más valioso que nos dejó él, que lo había pensado todo pero no llegó a verlo: es mentira que son todos iguales. A los que no dejan sus convicciones en la puerta de un despacho, a ésos hay que ponerles el hombro porque los hombros del pueblo son su único y su verdadero apoyo. Y su razón de ser.         

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