Por Fosforito
Conozco personas que pueden relacionar cualquier suceso de la vida con algún episodio de la serie “Los Simpsons”. Algunos son muy animados, gesticulan, imitan, actúan. Recuerdan una escena e inmediatamente la traen a cuento e, incluso, la personifican. La mayoría de las veces resulta muy gracioso. El personaje que Peter Capussotto podría interpretar alguna vez: “El Simpson Maníaco”.
Durante la semana un par de Simpsons Maníacos invadieron algunos grupos de Whatsapp con fotos y recortes de episodios donde aparecía la recurrente escena de los ciudadanos de Springfield convertidos en una “turba iracunda” que sale enardecida detrás del villano de ocasión, alzando antorchas, azuzando guadañas, machetes, y bieldos para paja, llevando martillos y estacas, con intenciones de prenderlo fuego como a un hereje o un apóstata, de quemarla como a una bruja de Salem, azotarlo como a un negro, colgarlo como a un ladrón, lapidarla tal mujer adúltera, descuartizarlo a lo indio rebelde, violarla en manada y asesinarla solo por ser mujer, crucificarlo como a un judío pobre y zurdito que, además, se cree el hijo de dios…
Concordia se parece a la ciudad de Springfield donde transcurre Los Simpsons. Esas ciudades donde todo aparenta normal. Ciudades de dos caras, que conviven con la sonrisa y el velo. Ciudades donde se sabe mucho y se conoce poco. Que cuando algo las inquieta, se alteran, se enojan y se comportan muy cretinas. Ciudades que pueden ser brutales.
Concordia tiene ejemplos: El ensañamiento cruel – vertidos en comentarios de Facebook- contra los genitales de una infeliz mujer que intentó entrar droga al penal escondiéndola en su vagina. Como las injurias y el maltrato hacia la menor violada que abortó un feto con el cual fabularon una historia en la que sobrevivió para después agonizar y morir abandonado en un orinal más conocido con el nombre de “chata”. Algunos muy recientes como los agravios y escraches que padecieron las personas posiblemente infectadas por el Covid-19.
Ahora el asunto de la pandemia desnuda a muchos vecinos con una idea de la solidaridad bastante extraña: se parece mucho más a puñados de gente donde cada quién cuida de su culito y se piensa que así le importa el culito del otro. Que parece instinto de supervivencia, irracional y egoísta. Conciudadanos que se embeben en la malicia, pero empeñados en sostener que lo hacen por una causa mayor y por el bien de todos. Así que escrachan, difaman, escupen amenazas y maldiciones. Salen a hacer su cruzada con la impunidad que les da estar del otro lado de una pantalla y un teclado. Desde el refugio cobarde que da lo impersonal (Son muy pocos los que se animan a agraviar de esa manera mirando a la cara y sosteniendo la mirada). Atacando enceguecidos como perros rabiosos. Gente muy histriónica que comparte cadenas de oración y al mismo tiempo blande una espada con una cruz en su empuñadura. Que se esconden detrás de una sonrisa de cera mientras avientan nuevas inquisiciones.
Gente que bebe a sorbos el veneno de su odio creyendo que matan al otro.
- Te sirvo otro vaso, Fosforito.
- No, gracias. Suficiente
A veces parece que no hay otro lugar donde el alma humana se encuentre tan sometida a unas influencias tan sombrías y tan extrañas. Muchas veces cuando pienso en Concordia y su idiosincrasia acude a mí un vívido recuerdo –la misma sucesión de fotogramas ochenteros- de aquella vecina que nos espiaba jugar en la vereda, que parecía odiar nuestra alma infantil, nuestro bullicio y -a la primera excusa- llamaba al patrullero. La vecina que salía de su casa a los gritos para ahuyentar al desgraciado que después de comer de la bolsa de su basura dejaba las sobras esparcidas en la vereda. Su vereda impecable y limpia de buena vecina. La que envenenaba a los gatos del barrio y no nos devolvía la pelota. La misma que llevaba una virgencita de la capilla a mi abuela para que la tuviera unos días en la casa.
Quizás lo que nos está matando no sea la cuarenta sino “la humedad” de siempre, de toda la vida. Un virus preexistente al coronavirus: El virus de la canallada (que encontró en las redes sociales su mejor huésped y vector).
Ahora convivimos con dos virus