Miami: Vivir de ilusiones para morir de desengaño

En su fuero interno los dirigentes de la Casa Blanca y los cabecillas de la mafia cubano-americana de Miami, no tienen otra opción que admitir la enorme simpatía y cariño existente a nivel mundial por el presidente Fidel Castro.

Testimonios sobre esas muestras son conocidos desde hace mucho tiempo, pero ahora son más evidentes como resultado de la intervención quirúrgica a que fue sometido y de la cual convalece el Jefe de la Revolución Cubana.

Mientras a Cuba llegan miles de mensajes solidarios, suscritos por gobiernos, partidos, organizaciones y personalidades de las más diversas ocupaciones y tendencias políticas, ideológicas y religiosas, en La Florida no cesan de rumiar su amargura y de hacerse ilusiones acerca de una transición en la Isla.

Evidentemente confunden sus deseos con la realidad y eso les anula la capacidad para comprender que el proceso revolucionario operado en la Nación a partir de 1959, no depende de una persona, aún cuando se trate de quien, como Fidel Castro, desempeñó un papel protagónico esencial desde su gestación.

A garantizar la continuidad de la Revolución más allá de su liderazgo histórico, dedicó él tiempo y esfuerzos que fructificaron en la creación y consolidación del Partido como vanguardia política, la creación de instituciones estables y la formación de cuadros de diferentes generaciones, plenamente identificados con las ideas y estrategia en curso.

Añádase a tales condiciones la existencia de un equipo de dirección política y administrativa caracterizado por su estabilidad y experiencia funcional, que ha intervenido de manera activa en el diseño de los principales lineamientos de la política exterior y los planes de desarrollo económico y social en marcha actualmente.

Raúl Castro, debían saberlo muy bien los cabecillas de la contrarrevolución y sus analistas, no es ningún improvisado que llega a la posición cimera de la mayor de las Antillas como resultado de una sucesión dinástica, tal como les gusta repetir a los ilusionados del lado de allá del Estrecho de la Florida.

Méritos históricos, elevados resultados en sus altas responsabilidades partidistas, militares y de gobierno y amplísimo reconocimiento popular ha alcanzado en estas casi cinco décadas en que compartió la conducción del país con el Comandante en Jefe.

La salida provisional del máximo líder de la Revolución de sus Funciones, no implica una revisión de nada sustancial, que por demás, no depende de decisiones unipersonales. Quienes ignoran los mecanismos establecidos demuestran una enorme superficialidad en sus análisis e ignorancia de la realidad nacional.

En Cuba, aunque los enemigos no quieran admitirlo, existen y funcionan el Buró Político, el Secretariado y el Comité Central del Partido; los Consejos de Estado y de Ministros y un Parlamento con más de 500 diputados, regidos todos por una Constitución aprobada hace 30 años mediante el voto favorable de más del 95 por ciento de los ciudadanos mayores de 16 años.

Estilo personal aparte, que inevitablemente imprime a su quehacer quien tiene sobre sus hombros la máxima responsabilidad, no significa modificar el rumbo trazado y mucho menos implementar una transición que en la ínsula ya se produjo cuando fue eliminado el capitalismo neocolonial y fue emprendida la edificación del socialismo.

Y el pueblo, actor y beneficiario de las conquistas alcanzadas, no es un ente ajeno, todo lo contrario, participa y se hace escuchar en los acontecimientos cotidianos que marcan la dinámica característica de la vida cubana de estos tiempos.

Las masivas demostraciones populares de estos días por la recuperación de Fidel y el apoyo a Raúl, han recorrido los confines del planeta. Ninguna persona honesta y desprejuiciada en relación con Cuba, pondría en duda el respaldo absolutamente mayoritario con que cuenta hoy, como siempre, la actual dirección cubana.

Lo más sensato sería que en Washington y Miami pusieran los pies en la tierra, cambiara el discurso y eliminara sus ilusiones de una transición al capitalismo, como único modo de evitar una muerte por desengaño.

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